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LETANÍAS DE NUESTRO SEÑOR DON QUIJOTE Rubén Darío Rey de los hidalgos, señor de los
tristes,
que de fuerza alimentas y de ensueños
vistes,
coronado de áureo yelmo de
ilusión;
que nadie ha podido vencer
todavía,
por la adarga al brazo, toda
fantasía,
y la lanza en ristre, toda
corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias,
y contra las leyes y contra las
ciencias,
contra la mentira, contra la verdad
...
Caballero errante de los caballeros,
barón de barones, príncipe de
fieros,
par entre los pares, maestro,
¡salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca
tienes,
entre los aplausos o entre los
desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la
multitud!
¡Tú, para quien pocas fueron las
victorias
antiguas, y para quien clásicas
glorias
serían apenas de ley y
razón,
soportas elogios, memorias,
discursos,
resistes certámenes, tarjetas,
concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a
orfeón!
Escucha, divino Rolando del
sueño,
a un enamorado de tu
Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas
letanías,
hechas con las cosas de todos los
días
y con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega por nosotros, hambrientos de
vida,
con el alma a tientas, con la fe
perdida,
llenos de congojas y faltos de sol;
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan al ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser
español!
¡Ruega por nosotros, que
necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes
ramos
de laurel! Pro nobis ora, gran
señor.
(tiemblan las florestas de laurel del
mundo,
y antes que tu hermano vago,
Segismundo,
él pálido Hamlet te ofrece una
flor).
Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega, casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin sabia, sin
brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin
Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin
Dios.
De tantas tristezas, de dolores
tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de
cantos
áfonos, recetas que firma un
doctor,
de las epidemias de horribles
blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor!
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y
ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el
honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las
conciencias
y contra las leyes y contra las
ciencias,
contra la mentira, contra la
verdad...
¡Ora por nosotros, señor de los
tristes,
que de fuerza alientas y de sueños
vistes,
coronado de áureo yelmo de
ilusión;
que nadie ha podido vencer
todavía,
por la adarga al brazo, toda
fantasía,
y la lanza en ristre, toda
corazón!
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