LA FASE ACTUAL
Alberto Híjar *
1. Parece que no queda sino negociar en desventaja. Aquello que Marx llama
la subsunción como poder capitalista que todo traga y digiere es
determinante principal de los movimientos sociales. Después de terminar
El Capital, Marx dedicó el famoso Capítulo VI
Inédito a este problema fundamental para transitar al socialismo. Marcos
lo dijo en Cañada Honda hace meses: rechacemos a quienes creen que el
capitalismo puede ser humanizado. El problema es cómo hacer para contener
su enorme capacidad globalizada de represión e inclusión,
cómo hacer que la cacareada democracia cumpla lo que evidentemente
resulta imposible dentro del capitalismo: la soberanía popular, los
derechos humanos, la equidad, la protección y protección del
ambiente, en fin, la igualdad, la fraternidad y la libertad que desde 1789
prometió la burguesía.
En memorable carta a Fidel sobre la economía política, el Che
comentó en su calidad de Ministro de Industrias de Cuba que hay dos
Lenin. Uno es el de El Estado y la Revolución con todo su
radicalismo clasista y su final de preferir irse a hacer la revolución y
otro es el Lenin de la Nueva Política Económica como plan concreto
de construcción del socialismo a partir de las enormes desigualdades en
un extenso territorio donde coexisten todos los climas. Igual ocurre con el
constante dilema de atender a los radicales mientras los negociadores procuran
sacar a los presos de las cárceles, parar la represión, evitar
rehenes y secuestros, a sabiendas de que negocian con un Estado que no ha dudado
ni dudará en aplicar toda su capacidad de violencia represiva. Pero
frente a las situaciones concretas de enfrentamiento entre poderes desiguales,
el del Estado y el popular, parece necesario mantener los principios por escrito
y en acción y negociar y cabildear en lo inmediato con riesgo de que esto
pase de ser una táctica a sustituir la estrategia.
2. Nadie reprocha a Vietnam o a las FARC-EP sostener negociación con
el mismísimo imperialismo yanqui y con el Estado colombiano porque
jamás depusieron las armas ni licenciaron a sus combatientes. Otra cosa
ocurrió con el FSLN al prohibir desde arriba la discusión entre
tendencias organizadas como frente, el marxismo como crítica
histórica a cambio de promover una ilusoria tercera vía terminada
en la corrupción de la lucha de Nicaragua, un país que compite
ahora en pobreza extrema con Haití. Mismo final del FMLN firmante en
Chapultepec de los Acuerdos de Paz con el entonces comandante Joaquín
Villalobos entregando su fusil de combate a Carlos Salinas de Gortari para luego
descomponer las organizaciones revolucionarias hasta reducirlas a aparatos
electoreros con su buena cuota de reducción y reformismo rampante que
ahora propagandiza a Shaffick Handal como ejemplo revolucionario cuando fue todo
lo contrario al frente del Partido Comunista Salvadoreño. De Guatemala
puede decirse casi lo mismo. La lección histórica es obvia:
diálogo y negociación son necesarios siempre y cuando no
signifiquen liquidar la lucha armada y sus secuelas civiles y pacíficas
en aras del pacifismo electorero.
3. La línea de masas exige la construcción organizativa. La
forma partido parece liquidada por la historia al descubrirse el verticalismo y
la subordinación relativa de los partidos al Estado. Por algo los
financia generosamente el Estado en el capitalismo y les da su cuota de poder
legislativo y de gobiernos estatales. Pero a las coordinadoras, frentes,
tendencias y polos no les ha ido mejor por el carácter de sus
reivindicaciones reducidas al mediano plazo y con él a la vía
constitucional o al decreto igual de desmovilizador. Peor es cuando la
represión y la toma de rehenes por parte del Estado, obligan a recurrir a
la denuncia parlamentaria y a las comisiones de derechos humanos nacionales e
internacionales hasta reducir las movilizaciones a su mínima
expresión.
Línea de masas y construcción organizativa democrática
revolucionaria no sólo no se oponen sino se necesitan
dialécticamente. Línea de masas sola moviliza para desmovilizar a
la larga y organización que no se proponga como democrática y
revolucionaria a ala vez, está destinada a mantener una cúpula que
impide todo avance. La democracia revolucionaria acompaña a la asamblea
como recurso de discusión y toma de decisiones con la formación de
comisiones a partir de la emulación de los mejores, de su
destitución y expulsión si fallan, de su calidad sin privilegios y
mediante el nombramiento de delegados por comisiones y zonas, puede conducirse
la elección de una dirección colectiva donde todo el tiempo se
practique la dialéctica entre lo horizontal y lo vertical. La
horizontalidad absoluta es imposible porque siempre hay alguien para tomar
decisiones y tirar línea sin que se le sancione. La verticalidad es
obviamente indeseable. De lo que se trata es articular dialécticamente
asamblea, comisiones y dirección.
Todo puede ser simulacro si se pierden de vista dos condiciones
históricas:
4.1 La oposición al Estado capitalista con la línea de
extinción del Estado como tránsito al socialismo desde ahora. No
se trata de esperar la toma del poder y luego vemos, sino proceder al
tránsito al socialismo a la manera del FPDT, Los Caracoles y las Juntas
de Buen Gobierno articuladas con el EZLN y la APPO. En todos estos casos, no se
considera al poder popular como algo dado sino se construye como
autonomía relativa al Estado.
4.2 La certeza de que la autogestión y la autonomía no son
por sí mismas procesos socialistas, tal como advirtió Marcos
también en Cañada Honda. Sólo si tienden a liquidar la
propiedad privada sobre los medios de producción, a desarrollar procesos
productivos distintos al fordismo, el taylorismo y la toyotización, la
autogestión forma trabajadores de nuevo tipo con un proyecto de
proletariado. La historia del stajanovismo que en la URSSS fue el modo
soviético del taylorismo y la discusión del trabajo voluntario,
los estímulos económicos y morales, la planificación y el
internacionalismo, son recursos de construcción del tránsito al
socialismo usualmente ignorados o despreciados en beneficio del simbolismo
voluntarista propio de las escuelas de cuadros rutinarias que ocultan la defensa
de la propiedad privada presente, sobre todo, en los pleitos campesinos y en los
proyectos de vivienda. Los principios de eficiencia y disciplina han de estar
orientados por la destrucción del Estado capitalista o no serán
mas que parte de las relaciones capitalistas de producción.
5 La extinción del Estado parece imposible en las paradojas de la
globalización por la resistencia contra ella que convoca a defender la
soberanía constitucional del Estado pese a su corrupción
histórica. Pocos consorcios hay tan corruptos en el mundo como PEMEX, la
CFE o lo que resta de Ferrocarriles Nacionales. La reducción al absurdo
de esta soberanía ficticia a soberanía de Estado, da sentido a la
afirmación de que en México no queda otra que el neocarrancismo
como novísimo constitucionalismo. La crítica histórica
advierte al respecto la extinción de la soberanía popular y del
Estado en la medida del capitalismo globalizado sin contrincante fuerte. En
realidad, la afirmación de que la soberanía emana o dimana del
pueblo como dice toda Constitución burguesa, siempre ha sido
acompañada por un sistema de representaciones donde el pueblo desaparece.
Apoyado en estas representaciones, el estado ha simulado la defensa de la
soberanía nacional con instituciones de salvaguardia estratégica
que también tienen su historia porque lo que ayer era patrimonio nacional
irrenunciable, ahora resulta enajenable dentro o fuera del territorio nacional
recompuesto por la globalización. Por ejemplo, PEMEX negocia ahora la
construcción de una refinería en algún país
Centroamericano en cumplimiento del Plan Puebla Panamá, mientras al
interior del país ha encontrado formas de contratación para lo
que el Frente de Trabajadores de la Energía llama privatización
furtiva. Autogestión y autonomía sin consciencia de todo lo
anterior, no pasan del comunitarismo autocomplaciente que no afecta al
capitalismo.
6 Claro dice el Manifiesto Comunista que los proletarios no tienen patria
pero son la única clase con proyecto nacional. El pero puede ser
desechado por los antinacionalistas a ultranza, los que creen que todo
nacionalismo favorece al Estado capitalista. No es así porque hay
diversos nacionalismos: el de la Patria Celestial, la Virgen de Guadalupe y
Cristo Rey; el del Estado simulador asociado a la izquierda reformista
sacralizadora del cardenismo y el de raíz proletaria nunca precisado
porque ha sido subordinado por los nacionalismos otros. El nacionalismo
revolucionario exige entrar a la discusión actualizada de Nuestra
América de José Martí y del bolivarianismo porque los
casos Venezuela, Bolivia y Ecuador plantean un principio de extinción del
Estado capitalista sin aparente tránsito al socialismo. Sin embargo la
línea de masas crecida sobre todo en Venezuela y Bolivia plantea una
especie de nacionalismo revolucionario que tiene que ver con la defensa de la
tierra y la apropiación nacional del territorio con el poder de las masas
representativas reales de la nación incluyente con participación
de los indígenas y de los trabajadores industriales.
La ley del
valor, la conversión constante mercancía-dinero-mercancía,
es implacable y ante la ausencia de un proyecto económico-político
fuerte contra la globalización, tal parece que nada se puede hacer. De
aquí la importancia de discutir el ALBA y de impulsar una tendencia de
crítica de la economía política con todo lo que esta
implica: desde la subsunción del Estado y los reformismos de izquierda a
las necesidades impuestas de la globalización, hasta la afectación
de la vida cotidiana como impedimento para la formación de cuadros para
la extinción del trabajo capitalista. El fantasma que recorre las
asambleas actuales de la resistencia popular es el del comunismo tosco, ese que
Marx y Engels caracterizan como el opuesto a toda propiedad a cambio de un
comunitarismo utópico y urgido de crítica de la economía
política. En dos prólogos al Manifiesto Comunista, Engels destaca
su preocupación por encontrar vías de penetración de ese
comunismo tosco hostil a la teoría y encerrado en sí mismo. El
Manifiesto Comunista, no hay que olvidarlo, es la proclama de fundación
de la Internacional Comunista. Necesitamos ahora un manifiesto
programático orientado en todos y cada uno de sus puntos a la
formación de instituciones que garanticen la radicalización de la
lucha de largo plazo que ya empezó. Las movilizaciones grandes y chicas
están garantizadas por las organizaciones en lucha que por fortuna tienen
presencia en lugares estratégicos del territorio nacional. Pero lo que
falta es una estrategia de articulación que bien debiera empezar con una
especie de escuela de cuadros con pretensiones nacionales que pueda arraigar en
una nueva composición del territorio a partir de los problemas concretos
de cada lugar. El defecentrismo puede convertirse así en un recurso de
organización nacional con información organizada, documentada y
renovada constantemente en beneficio de todos y todas y con la discusión
ordenada con video-debates y cursos breves para ir poniéndonos de
acuerdo
* Alberto Híjar, profesor de la Universidad Nacional Autónoma
de México.