2007, 40 años sin el Che Guevara
"Dijo que iba a estudiar medicina"
Por Froilán González y Adys
cupull *
Para los que saben amar,
él "dijo que iba a seguir Medicina, justamente para ayudar a la gente
enferma...," afirmó Ercilia Guevara Lynch, tía del Comandante
Ernesto Che Guevara. Conversamos con ella cuando la visitamos en su elegante y
confortable apartamento de la ciudad de Buenos Aires, donde residía con
una de sus dos hijas. Fue en el mes de diciembre de
1984.
Su mirada tierna, el trato amable y la
disposición de colaborar en nuestra búsqueda de datos, acentuaban
en ella los rasgos de cultura y educación que distinguieron siempre a las
hijas de Ana Lynch y de Roberto Guevara, abuelos paternos del Che; y su amor por
Cuba, Fidel y la Revolución. Rememoró muchos detalles de la vida
familiar, en especial de su hermano Ernesto Guevara Lynch, de su mamá y
su hermana Beatriz, la estrecha relación con el hogar de los Guevara de
la Serna y en especial con su sobrino
Ernestito.
Me llamo Ercilia Guevara
Lynch de Ortega, soy tía paterna de Ernestito, él era sumamente
cariñoso, tenía dos cariños en mi familia: mi madre y la
tía Beatriz, mi hermana, que lo había mimado muchísimo,
sobre todo cuando él tenía sus ataques de asma. Él
nació en una clínica de la ciudad de Rosario y después la
familia fue para la casa situada en la calle Entre Ríos y en esa casa
él estuvo tan enfermo que casi se muere, tuvo una bronconeumonía
recién nacido. Yo fui con mi madre a Rosario para cuidarlo,
dormíamos en una habitación al lado del cuarto de ellos. Una noche
yo vi que salía humo y humo, y dije: “¿Qué es esto?
¿Algo se está incendiando?" Me levanté y encontré con
que había una de esas estufas de queroseno que se estaba incendiando
en el cuarto de baño. Alcancé a agarrarla y tirarla a la
bañadera y apagarla, porque si no se hubiera incendiado toda la casa,
entonces sin pensarlo abrí las ventanas, era junio, pleno invierno en
Argentina; después me dije: "Este chico, si abrimos las ventanas, se va a
morir, pero también se va a morir ahogado en humo si no las abrimos". El
cuarto se ventiló, todo pasó, y al día siguiente
llegó el médico y al chico, que estaba del otro lado, lo
encontró mejor, así que en lugar de hacerle mal, le hizo
bien.
Nos quedamos en Rosario hasta
que se repuso completamente y yo me volví a Buenos Aires con mi madre, y
ellos siguieron viviendo allí un tiempo hasta que vinieron a Buenos
Aires, donde residieron. En Rosario vivieron en un departamento. La
clínica donde nació, no sé cómo se llamaba. El
departamento era muy bueno, pero la clínica no recuerdo. ¡Hace ya
tantos años!
Cuando Celia
estaba por tener a su hijo, ella y mi hermano Ernesto navegaron por el
río Paraná, hicieron el viaje puerto por puerto con el fin de
llegar a Buenos Aires, pero cuando llegaron a la ciudad de Rosario le comenzaron
los dolores, entonces se bajaron en esa ciudad y tuvieron al niño. Mi
hermano Ernesto tenía intereses económicos en la provincia de
Misiones, plantaciones de yerba mate, y había construido una casa de
madera en el puerto Caraguatay del río Paraná, porque él
quería abrirse paso en el comercio e industrialización de la yerba
mate. Después, ellos volvieron a Buenos Aires y residieron en la casa de
mi madre, Ana Isabel Lynch Ortiz. Ellos se mudaron a un departamento situado en
Santa Fe y Guise, Buenos Aires.
Cuando
estaba por llegar Celita, se establecieron en Buenos Aires, vivieron en la calle
Alen, en San Isidro. Allí compartieron con mi hermana María Luisa,
a la que también quiso mucho. A Ernestito casi todas le llamábamos
Tete, especialmente Beatriz, de quien era su consentido, y le había
puesto el sobrenombre.
En San Isidro
fue donde tuvo su primer ataque asmático; iba a cumplir los dos
años. Después del nacimiento de Celita no regresaron a Caraguatay.
Ellos visitaban con frecuencia la casa de mi madre, en Santa Ana de Ireneo
Portela, existe todavía; está abandonada, destruida, pero existe,
es una casa espléndida, con una gran arboleda, muy linda. Todos
íbamos a pasar las vacaciones
allí.
Él mantenía
una comunicación fantástica con los mayores. Recuerdo sus
conversaciones con mi madre y con mi hermana Beatriz, que eran mujeres cultas y
Ernestito desde chico fue culto, porque desde pequeñito le dio por leer.
Quería mucho a mi madre, había mucha afinidad entre ambos, ella le
narraba su vida y la de sus padres cuando vivían en California y
Ernestito se maravillaba. Mi madre murió en 1947 de un derrame cerebral
y, en aquel entonces, él la cuidó en la cama. Desde ese momento le
daba de comer con el gotero, gotica a gotica, porque mi madre no podía
tragar; la cuidó durante diecisiete días y dijo que iba a seguir
Medicina, justamente para ayudar a la gente enferma. Y así fue, toda la
carrera que hizo fue para eso; su trabajo en el leprosario es una muestra de su
humanismo.
Cuando Ernestito
tendría unos cuatro años, mi hermano se mudó para un
departamento en la calle Bustamante, el cual tenía una azotea donde
subían a jugar. Sus padres le compraron una pequeña bicicleta
porque ya sabía montar en
ella.
Ernestito no mejoraba su salud,
sufría continuamente las crisis de asma y fue necesario salir en busca
del clima propicio para que el niño sanara o mejorara su estado. Y fueron
para un pueblo pequeño, situado en las estribaciones de la sierra
cordobesa, Alta Gracia, donde yo creo que vivió los días
más felices de su infancia. Allí pasó una temporada muy
buena y eso estimuló en todos la esperanza de que el clima de la
montaña podría salvarlo del asma. Ellos tenían una casa en
Alta Gracia que era muy linda, sobre todo cuando yo he ido, recuerdo que
Ernestito jugaba golf, primero aprendió a jugarlo en la calle y lo
hacía maravillosamente. El era un chico que era amigo de todos los
chicos, no tenía distinciones sociales-, era amigo de todos los chicos
del barrio, de los chicos pobres. Recuerdo que una de las cosas que a mí
me llamó la atención cuando estuve con ellos, era que él no
quería comer cabritos. Ni pollos, porque decía que no
quería nada que tuviera que matar para comerlo. Entonces yo le dije:
"¿Y cómo tú comes bifes?", y dijo: "Ah.... pero es distinto,
eso es de un animal grande". Él no quería que mataran a los
animales chiquitos. En las cartas Ernestito firmaba Tete, porque cuando era
chiquito a mi hermana Beatriz se le ocurrió llamarlo así y
después todos le decíamos Tete. Él nos decía a mi
hija y a mí, las Ercilias porque las dos nos llamamos
igual.
Los remedios para el asma en
aquella época eran terribles. Un médico recomendó que
durmiera con bolsas de arena todas las noches, y él disciplinadamente lo
hacía. Mi madre y Beatriz los visitaron en Alta Gracia, ellos salieron de
paseo y le prometió a su abuelita que cuando fuera grande la iba a
mantener y que su primer salario sería para ella. Ernestito
trabajó junto con su hermano Roberto en los viñedos, ganó
su primer salario y decidió enviárselo a mi madre como le
había prometido. Yo conservo una foto suya, es hermosa, saliendo de la
Universidad, se la voy a mostrar. Él era un joven apuesto, muy bello y de
una gran simpatía.
A Bolivia
nunca quise ir, incluso fui invitada, pero me parecía un espanto, algo
que personalmente no podría resistir. El hecho mismo de que allí
le cortaran las manos... tenía unos dedos finitos y unas manos preciosas.
Cuando lo mataron nos enteramos por la radio, vivíamos en una casa de la
calle Uriburu y Arenales, estábamos todos juntos cuando escuchamos la
noticia. Nos encontrábamos en el comedor, nunca me voy a olvidar.
Beatriz, mi hermana, estaba muy enferma, tanto que no le dimos la noticia, le
ocultamos todo como diez días; ella estaba con bronconeumonía,
hasta que se repuso y mejoró, entonces se lo dijimos, había que
ver su dolor profundo; fue terrible para todos, pero especialmente para
ella.
Cuando estuve en La Habana, fue
de una a alegría espantosa, alegría por estar en esa hermosa
tierra, saber de Fidel, él había visitado mi casa cuando estuvo en
Argentina. Yo vivía en la avenida del Libertador y Rodríguez
Peña, tenía un departamento grande y fue en mi casa donde la
familia le dio el coctel a Fidel. En La Habana lo que más me
impresionó fue la foto de Ernesto en la Plaza de la Revolución,
sentí ganas de llorar cuando lo vi, porque era para mí el sobrino
predilecto.
* Adys Cupull y
Froilán González, miembros de la Unión de Periodistas e
Historiadores,
y de la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba.
froilan@cubarte.cult.cu
Manifestación del 1º. de mayo de 2006, en Líbano