La clase obrera aprende de su
propia experiencia y, ésta, no se improvisa pero, a veces, nos olvidamos
de esa experiencia e, incluso, la ignoramos.
Por eso es importante
dirigir una mirada hacia nuestras raíces. En 100 años de lucha de
clases en México, hemos aprendido que somos parte de una historia con
brillo, con sombras, con pocas victorias y muchas derrotas. Ha habido aciertos,
también errores, algunos estratégicos otros tácticos.
Pero no hay victorias ni derrotas definitivas. Lo más importante
está en el continuo batallar obrero. Un siglo después de la huelga
minera de Cananea la lucha de clases en México está vigente y
actuante aunque, a veces, pareciera borrosa y oculta.
En este
período, lo más grave que nos ha ocurrido es la pérdida de
la independencia de clase. La incipiente clase obrera mexicana anunció a
la Revolución pero no la comprendió. Aprovechándose de su
debilidad política e ideológica, el ala burguesa la
enfrentó a los campesinos. Esa política fue seguida del
sometimiento, por la vía de la represión y/o la política, a
los gobiernos en turno dando lugar a un temprano corporativismo sindical. Salvo
honrosas excepciones, esa calamidad la seguimos padeciendo.
La
pérdida de la independencia de clase condujo al colaboracionismo. Eso, ha
sido motivo de la derrota obrera. Con el afianzamiento del charrismo el
movimiento sindical mexicano ha llegado a un estado de postración que se
ha prolongado ya durante varias décadas.
El charrismo sindical no
es solamente un esquema de venalidad, antidemocracia y corrupción. Se
trata de una superestructura económica y política para mantener
secuestrados a los trabajadores en sus propias organizaciones,
impidiéndoles accionar colectivamente. Peor aún, el charrismo es
parte de una estrategia del imperialismo para someter a su contrario
histórico. En México, charrismo e imperialismo funcionan
indistinguibles. El charrismo es la entrega de los intereses de México al
imperialismo.
La política antiobrera del capitalismo ha sido,
lamentablemente, exitosa. Hoy, el movimiento sindical mexicano está
dividido hasta su pulverización en más de 12 mil sindicatos y
sindicatitos, la mayoría fantasmas, y en 3 docenas de centrales y
centralitas, todas charras.
El proletariado mexicano de nuestros
días tiene una gran fuerza social pero una extrema debilidad
política, organizativa e ideológica. Eso ha permitido que el
capitalismo se imponga compulsivamente en contra de los intereses de la
mayoría. Los gobiernos en turno, descendientes y sucesores de Carranza,
proceden contra el interés de la nación. Por ello es que, las
grandes conquistas, como la expropiación petrolera y
nacionalización eléctrica, tienden a revertirse aceleradamente.
Tratándose de los sectores fundamentales, el derecho de huelga no
existe. Mayoritariamente, los derechos laborales han sido conculcados, la
jornada de 8 horas no se respeta y, tratándose del salario se ha llegado
a niveles lastimosos.
Desde 1976, el salario real está en
caída y, para amplios sectores, los niveles salariales de hoy son
equiparables a los de hace 100 años. Lo peor, es la obsolescencia de la
organización sindical tradicional y el bajo nivel de afiliación
existente.
No obstante, en este ciclo centenario hemos logrado
importantes avances. El patrimonio más importante ha estado en las
aportaciones programáticas, de Flores Magón y Zapata a la
Tendencia Democrática. Para el FTE el programa es, precisamente, la
referencia básica que expresa a nuestras banderas, el ¿porqué
luchamos? El programa, forjado en grandes jornadas de lucha del proletariado
mexicano, es lo más importante de nuestro patrimonio colectivo.
Es
en torno a nuestro programa obrero que debemos avanzar. Hoy, como hace 100
años están vigentes las tareas políticas de la clase
obrera: 1- formular y desarrollar el programa, 2- construir la necesaria
organización, y 3- practicar la solidaridad proletaria
internacional.
Lo primero que necesitamos es hacer lo que con tanta
facilidad se olvida: el trabajo serio en la base. La democracia es solamente una
forma que, para llenarla de contenido, requiere de la consecuente
práctica política colectiva, organizada y conciente.
La
democracia obrera es el asunto crucial del movimiento obrero de México.
Sin democracia obrera no es posible ningún cambio de fondo en la
nación. Pero la democracia obrera debemos acompañarla de la
necesaria independencia de clase, misma que debemos recuperar y hacerla valer
como oxígeno para la vida.
En esta perspectiva, es necesaria la
reconstrucción y reorganización democrática del movimiento
obrero de México con base en 20 sindicatos nacionales de industria, en
otras tantas ramas de la producción, que sean la base de la central
única de trabajadores.
Los derechos obreros debemos ejercerlos
concientes de la componente política del accionar proletario y sus
alcances. Es pertinente saber plantear el momento del enfrentamiento pues, el
Estado, siempre procede violentamente contra el movimiento obrero.
Muchos
retos, proyectos y sueños tenemos por delante. En esta experiencia
centenaria, la participación de la izquierda organizada ha sido, en
algunos momentos, ejemplar pero, desafortunadamente, casi efímera y,
actualmente, inexistente. Hoy está planteado el reto de volver al
interior del movimiento y, desde allí, proyectar alternativas
avanzadas.
El posmodernismo del imperialismo ha proclamado el fin de la
historia y le ha dicho ¡adiós! al proletariado. Pero, no nos hemos
ido. Mantenemos, sin embargo, una presencia política reducida, ausentes
del debate ideológico, en acciones de resistencia y, a veces, de
apatía y claudicación. A pesar de todo, el mundo se mueve por la
lucha de clases. Esta, sigue determinando a la historia de nuestros
días.
Lo que hoy ocurre en México, en Estados Unidos y en
cualquier parte del mundo, es la expresión de la lucha de clases. En
nuestro país no debiera haber duda. Después de 100 años es
evidente que la experiencia no se improvisa pero, tampoco, se puede dirigir sin
conocimiento, sin ideología y sin política clasista.
Los
trabajadores mexicanos, con una política unitaria, tenemos el deber de
actuar organizadamente en defensa de las conquistas logradas, del patrimonio
colectivo social y del interés superior de los pueblos.
Basados en el concepto múltiple de la
Revolución debemos levantar con firmeza y convicción las banderas
rojas del proletariado en lucha, por nuestros intereses inmediatos e
históricos. ¡Hasta la victoria siempre!
¡Vivan 100 años de lucha de clases en México!
¡Proletarios de todos los países, uníos!