2006, cien años de la huelga minera de Cananea (México)
¡Cananea! 1° de junio de 1906
Los siguientes son 3
artículos publicados en 1908 por Ricardo Flores Magón, con el
seudónimo de Netzahualpilli, referidos a la huelga de Cananea ocurrida
poco antes.
La sola evocación de ese nombre y de esa
fecha, hace que manos trémulas por la indignación busquen
impacientes el fusil, para apuntarlo contra un gobierno de asesinos y traidores.
¡Cananea! ¿Quién ignora lo que ocurrió en Cananea el
1° de junio de 1906? Los mineros trabajaban todo el día, y no
era un trabajo humano aquél: era un trabajo de bestia de carga. Los
riñones sudaban sangre; los pulmones, fatigados, se hinchaban hasta
querer romper el tórax. Era necesario llenar una carretilla y luego otra
y otra más. Había que llenar cien, había que llenar mil. En
la penumbra, el pico caía con cólera sobre la roca desgajada por
el barreno; la pala hendía su hoja en el rico cascajo y llenaba una
carretilla, llenaba cien, llenaba mil, sin descanso, sin tregua. Los mineros
sudaban en las entrañas de la tierra, sepultados en vida; pero menos
felices que los muertos, tenían que trabajar, que trabajar duro como
presidiario, para que sus amos se embriagasen con champaña y arrastrasen
su ocio en ricos automóviles. Molidos, derrengados, jadeantes,
alcanzado el maximum de resistencia, llegado al límite de que el
músculo se sustrae al imperio de la voluntad, salían aquellos
hombres de su sepultura, tardo el paso, colgantes los nobles brazos,
caída sobre el pecho la abrumada cabeza, pisando con rabia la tierra dura
y cruel. En sus hogares los esperaba la tristeza, a ellos que
venían de las tinieblas, a ellos que venían de un infierno. Los
niños, sin abrigos, tiritaban de frío y pedían pan. La
compañera, abnegada, tiritaba también. Todo lo que tenía
algún valor había ido a parar a la casa del gachupín. En la
tienda de la compañía todo costaba el doble, el triple y aun el
cuádruple de los precios corrientes en el mercado y a esa tienda era
preciso ir a comprarlo todo. Había miseria, había hambre,
había duelo en los hogares de esa gente laboriosa y honrada. Había
lujo, había derroche, había alegría desenfrenada y loca en
los hogares de los amos, de los que no habían tocado una pala, de los que
ignoraban cómo se maneja el pico, de los que no sudaban cargando el negro
mineral, de los que no sabían hacer otra cosa que beber buenos vinos,
manchar hermosas mujeres, habitar regios palacios y tender sus inútiles
cuerpos en lechos de príncipe. No era posible sufrir más
aquello. Era indudable que sobre los mineros pesaba una monstruosa injusticia.
Ellos trabajaban, sudaban, se consumían de fatiga y a duras penas
conseguían para comer y alimentar a sus familias, mientras los amos sin
trabajar, sin sudar, vivían en la opulencia, las apesadumbra-das cabezas
comenzaron a pensar. Los periódicos del pueblo eran leídos con
avidez y pasaban de mano en mano dejando en los corazones consuelo y fuerza y
esperanza. Por ellos se sabía que todos tenían derecho a la
felicidad. Las doloridas cabezas que antes necesitaban el alcohol de las
vinaterías para soñar, ahora buscaban el sueño en las
líneas apretadas de la prensa libre. Se operaba una reacción
saludable. La resignación huía de aquellos campos al soplo de la
prensa rebelde. Ya no salían de las minas después del trabajo las
criaturas taciturnas de brazos caídos y tardo caminar. Las cabezas se
erguían altivas sobre los hombros poderosos y los rostros irradiaban una
luz fuerte y sana, la del entusiasmo. ¡Oh, magia de la prensa! Las
cabezas pensaban. Era necesario trabajar menos: ocho horas a lo sumo, y ganar
más: cinco pesos por las ocho horas, cuando menos. La pretensión
era modesta, era humilde si se tiene en cuenta que el trabajo de cada hombre
producía de veinticinco a treinta pesos diarios a los holgazanes
amos. Después de pensarlo bien, los esclavos decidieron pedir
cinco pesos diarios y ocho horas de trabajo. El amo oyó la
petición, tosió, escupió, se encogió de hombros y
dijo: "sólo el gobierno puede resolver sobre este
asunto ". El gobierno ha ordenado a los capitalistas que no
paguen buenos salarios al trabajador mexicano, porque el bienestar dignifica y
ennoblece al hombre, y un pueblo de hombres dignos no soporta
tiranías. Se declaró la huelga. Nadie volvería a
entrar a las minas a trabajar, ya que las familias de los trabajadores se
pudrían en la miseria para que engordasen y gozasen de la vida las
familias de los que no sudaban. Seis mil hombres dejaron caer la herramienta,
animados por la esperanza de que arrepentidos los amos atenderían sus
reclamaciones. Vana esperanza. Los amos armaron a sus lacayos y asesinaron al
pueblo. El gobierno, por su parte, mandó soldados a que hicieran lo
mismo, y cobarde y traidor, toleró que forajidos extranjeros violasen las
leyes de neutralidad [1] para ir a
exterminar a los mineros mexicanos. La sangre proletaria, la misma
generosa sangre que ennobleció con su púrpura los baluartes de
Cuautla, las arenas del Puente de Calderón y los muros de la
Alhóndiga de Granaditas; la brava sangre que bebió sedienta la
ingrata tierra de Churubusco y Molino del Rey; la sangre insigne que en
Calpulalpan se desposó con la gloria y en Puebla se hizo inmortal; la
noble sangre de la plebe que libró a México de las garras del
león de Castilla y del águila flordelisada de las
Tullerías; la sangre heroica que se atrevió a oponerse al empuje
arrollador de la rubia águila de Washington; esa sangre generosa, brava,
insigne, noble, heroica, salpicó sin gloria los guijarros de Cananea
derramada por alevosos asesinos. ¿Qué espantoso crimen
habían cometido los mineros para ser cazados como bestias
salvajes? Un crimen realmente y muy grande, un monstruoso crimen: el de
reclamar su derecho con las manos vacías. Ese es el crimen de los pueblos
sometidos y esclavos. Ese es el crimen que expía el pueblo mexicano desde
hace más de treinta años. Los derechos no se reclaman
cruzándose de brazos, sino con el hierro y con el fuego. Ármense
los obreros y reclamen sus derechos, sólo así se conquista la
libertad y el bienestar.
Netzahualpilli Libertad y Trabajo, Los
Angeles, California, EUA, núm. 3, 30 de mayo de 1908
¡Esclavos, luchad!
Obreros: si os sentís satisfechos bajo
vuestros andrajos, inclinad la cabeza, ofreced los lomos envilecidos al
látigo de vuestros amos, no murmuréis ni lancéis miradas
rencorosas a vuestros capataces, porque sólo los hombres dignos tienen el
derecho de criticar a los que explotan y de odiar a los que
maltratan. Muchos de vosotros os sentís mordidos por la envidia
cuando tenéis a la vista un obeso señor que come bien, bebe mejor,
viste elegantemente, habita casas confortables y se pasa las horas muertas
contando sendos fajos de billetes de banco y divirtiéndose como un
príncipe, en tanto que a vosotros se os pueden contar las costillas,
coméis mal, os envenenáis con aguardientes saturados de alumbre,
disimuláis vuestras carnes con pingajos malolientes, os pudrís en
covachas que ni los lobos aceptarían y echáis los pulmones en
tareas de presidiarios. Sí, os muerde la envidia porque os
figuráis que es a la fortuna a quien debe su bienestar el obeso
señor. ¡Cuán equivocados estáis! El que se
encuentra tirada una moneda, tal vez sea un afortunado, pero el que os saca las
monedas de la bolsa ¿no pensáis que más bien es un
ladrón que un hombre de fortuna? Es posible que la palabra ladrón
aplicada a vuestros amos os parezca un tanto dura, ¡estáis tan
acostumbrados a respetarlos! Pero si os tomáis la molestia de pensar un
poco, descubriréis que los señores del dinero deben su riqueza a
vuestra ignorancia o a vuestra mansedumbre que les permite meter las manos en
vuestros bolsillos y despojaros, sin que para ellos haya gendarmes de gruesos
bastones que los arrastren a la cárcel. Vuestros amos os roban a
ojos vistas. Por cada peso que os dan se embolsan cuatro, cinco, seis o
más. Esto lo podéis comprobar vosotros mismos comparando lo que se
os paga por un trabajo cualquiera y lo que cobra el amo cuando vende o renta lo
que han producido vuestras manos. ¿Entendéis ahora por
qué es un ladrón vuestro amo y no un hombre al que sonríe
la fortuna? ¿Seguiréis alimentando la infecunda envidia contra los
que os tienen a jornal? No; ahora, si sois dignos, sentiréis
cólera, esa noble y fecunda pasión que os llevará un
día a la conquista de la libertad, de la igualdad y de la
fraternidad. Oídlo bien, esclavos: vuestros amos no tienen derecho
a ganar nada, y sois vosotros, los que os deslomáis, los que
tenéis el derecho a ganarlo todo. Es posible que alguno de
vosotros, queriéndola echar de avisadillo, replique que es justo que los
amos ganen algo, puesto que arriesgan "su " dinero. ¡Su
dinero! Pues bien, escuchad: ese dinero no pertenece a vuestros amos,
sino a vosotros, porque antiguamente la tierra, los bosques, los manantiales,
todo era de todos: pero algunos bandidos se lo apropiaron todo para sí,
dejando a los demás sin un terrón donde reclinar la cabeza. Desde
entonces, los despojados para poder vivir, tuvieron que trabajar para provecho
de los despojadores; los robados quedaron al servicio de los ladrones, primero
como esclavos, más tarde como siervos y hoy como obreros. La diferencia
que hay entre vosotros y los esclavos no es grande, pues consiste solamente en
que vosotros podéis escoger vuestro dueño, esto es, vuestro
patrón. Los descendientes de aquellos bandidos son los que os
explotan con "su " dinero que recibieron por medio de la herencia, sin
sudar, sin arriesgar nada, dinero que detentan porque sus ascendientes no lo
hicieron: lo abarataron a los que lo tenían. Nadie puede
enriquecerse honradamente. El que no se enriquece despojando por la violencia a
los demás, lo logra por medio del fraude y del engaño si es
comerciante o banquero, o alquilando las fuerzas de los que no poseen nada si es
industrial. Después de saber esto, si os sentís satisfechos
bajo vuestros andrajos, no alcéis la vista, porque sólo los
hombres de vergüenza tienen el derecho de ser altivos. Pero si sois
hombres de vergüenza, uníos, compañeros, formad un solo
cuerpo, tomad las armas y luchad como buenos para demostrar ante el mundo que
los mexicanos somos dignos de ser libres y felices. Vengad a los
mártires de Cananea y de Río
Blanco. [2] En el Valle Nacional, en
Quintana Roo y en Tres Marías, las Siberias del zar zapoteca, agonizan
vuestros hermanos. En las cárceles y en los cuarteles desfallecen los
mejores y más altivos obreros. Alistaos sin pérdida de
tiempo, porque la revolución está próxima a
estallar. ¡Arriba los que sean hombres!
Netzahualpilli
Libertad y Trabajo, Los Ángeles, California,
EUA, núm. 4, 6 de junio de 1908
Trabajadores, armaos
La última huelga —la de los ferrocarrileros—
y su estruendoso fracaso [3] ha venido
a advertir una vez más que las huelgas pacíficas son impotentes
para llevar a los obreros al triunfo. Contra el trabajador mexicano
operan con todo su vigor el dinero del rico, la influencia y las fuerzas del
gobierno y, lo que es peor todavía, la resistencia estúpida,
ciega, suicida, de un gran número de los trabajadores mismos, a tomar
parte en la pugna contra el ensoberbecido capital. El trabajador
consciente tiene, pues, tres principales enemigos: el rico, el gobierno y el
trabajador inconsciente, el SCAB, como se le llama en Estados Unidos, el
ESQUIROL, como se le titula en España. En tales condiciones, la
lucha es desigual y el resultado está siempre a favor de la clase
opresora, y los triunfos de la clase opresora producen el lamentable efecto de
apagar los entusiasmos, de estrangular la esperanza, de matar las ilusiones de
los trabajadores que acarician el ensueño generoso de la
emancipación de su clase. El desencanto que generan en el pecho de los
obreros los fáciles triunfos de la casta dominadora, da origen a la
sumisión incondicional a los que oprimen y explotan, puesto que se
considera inútil todo esfuerzo que lleve consigo el intento de librar de
la miseria y de la humillación a la clase productora. Pero los
trabajadores no deben perder la esperanza. Deben considerar como naturales, como
lógicas sus derrotas, ¡ay!, a menudo amasadas con su sangre. Hasta
ahora los trabajadores, para luchar, se han cruzado de brazos
—¡candoroso género de lucha!— esperando que sus amos los
llamasen para darles lo que pedían. La huelga pacífica no
significa otra cosa que cruzarse de brazos y, con los brazos cruzados,
sólo se va a la derrota. Sí, obreros, la huelga pacífica es
la derrota, es la vergüenza después de la derrota, es la cadena que
os tiene atados al potro del capitalismo. Os declaráis en huelga y, si
por algún milagro no hay SCABS, no hay ESQUIROLES, permanecéis con
los brazos cruzados un día, una semana, tal vez un mes, o quizá
varios meses, tanto tiempo cuanto vuestros estómagos permitan que vuestra
dignidad sea inflexible; pero llega un momento en que el hambre ahoga vuestros
escrúpulos, se presenta el instante en que vuestra compañera,
vuestros hijos y con frecuencia vuestros ancianos padres, desfallecen y agonizan
a vuestra vista, por falta de alimento, por falta de vestido, por falta de unas
rajas de leña para desentumecer los cuerpos. Vuestras familias lloran de
hambre y de desesperación y vosotros veis esas lágrimas de los
seres que adoráis. ¿Qué hacéis entonces? Con los ojos
empañados por el llanto que os provoca el dolor de los vuestros y con los
puños apretados por la indignación que os causa la necesidad en
que os encontráis de humillaros al patrón llamáis a las
puertas del lugar donde regaláis vuestras fuerzas y confesáis
vuestra derrota, derrota que estaba prevista desde el momento en que, para no
turbar el orden, os cruzasteis de brazos enfrente de vuestros poderosos
enemigos. Menos mal si sólo eso os ocurre pero, en general, se os obliga
a entrar al trabajo fusilándoos en masa. ¡No olvidéis
Cananea, recordad Río Blanco! Con frecuencia también,
¡oh niños barbados!, nombráis una comisión que vaya a
hablar por vuestros intereses con el bandido que ha parido vientre de mujer, al
rufián Porfirio Díaz. Este monstruo recibe con desabrimiento
vuestra comisión, y después de regañaros como a chiquillos,
os espanta con el cuartel, con la ley fuga, con el Valle Nacional, Quintana Roo
y Tres Marías si no sois obedientes al Dios patrón. Con el rabo
entre las piernas salen de los salones presidenciales vuestros comisionados a
llevaros siempre la misma noticia: "el señor presidente recomienda que
tengamos paciencia, que es hasta patriótico dejarse cortar la lana por
las ricas empresas extranjeras, que reclamar un centavo más de salario o
un minuto menos de trabajo, es acto de rebeldía, y que está
dispuesto a hacernos guardar el orden de una manera enérgica si nos
atrevemos a levantar un ladrillo y quebrarlo en el rostro de cualquier
rural ". Con la táctica de los brazos cruzados
sólo se obtienen vergonzosas derrotas. Es preciso, es urgente., variar de
táctica. A la resistencia pasiva debe sustituirla la acción
revolucionaria. Los brazos, en lugar de cruzarse deben empuñar una arma.
Si ha de verterse sangre, que se vierta en plena lucha. Tened presente,
obreros, que al declararos en huelga, seréis vencidos por el hambre, por
las tropas del gobierno y por los esquiroles, quebradores de huelgas; pues bien,
ya que el hambre es un enemigo terrible, decretadla contra vuestros amos cuando
os declaréis en huelga, haciendo pedazos las máquinas, desplomando
las minas, quemando los sembrados. Y cuando hagáis dos o tres
escarmientos de esa clase, veréis cómo bastará una
indicación vuestra para que se os atienda, pues de lo contrario, en
vuestras manos está el remedio: destruir la fábrica, desplomar la
mina, arrasar la hacienda, y con vuestras armas resistir a balazos el empuje de
los cosacos. Trabajadores: armaos, sin pérdida de tiempo porque la
revolución no tarda en estallar. La Junta Organizadora del Partido
Liberal Mexicano, aunque perseguida, no ha descansado, y muy pronto se
iniciará el movimiento justiciero que abrirá una amplia vía
a la evolución de la raza mexicana. Va a llegar por fin el momento
en que, si sois hombres, conquistaréis para siempre el derecho de ser
felices y de ser respetados.
Netzahualpilli
Reforma, Libertad y Justicia, Austin, Texas, EUA, núm. 2,
15 de junio de 1908
Detalle del mural
del pintor mexicano David Alfaro Siquieros
[1] Leyes de neutralidad. El
estatuto 5286 prohibía la conformación, organización y
tránsito por territorio de Estados Unidos de expediciones militares
hostiles a gobiernos amigos. En el estatuto 5440 se prohibía la
conspiración dentro de territorio norteamericano contra otros gobiernos.
El 5282 prohibía el recluta-miento de integrantes para una
expedición militar. [2]
Huelga de Río Blanco. Realizada en las fábricas textiles de
Río Blanco, Santa Rosa y Nogales del 7 al 11 de enero de 1907; promovida
por los trabajadores agrupa-dos en el Gran Círculo de Obreros Libres, en
respuesta al reglamento impuesto por el Centro Industrial Mexicano. Los
huelguistas fueron reprimidos por el ejército, con un saldo de casi
doscientos muertos. Los impulsores de la huelga fueron aprehendidos y un
número indeterminado de ellos fue sometido a trabajos forzados en Valle
Nacional. Las labores en Río Blanco se reanudaron bajo vigilancia
militar. [3] Se refiere a la huelga
promovida y dirigida por la Gran Liga de Ferrocarrileros en San Luis
Potosí, en 1908; tomaron parte en ella alrededor de tres mil trabajadores
inconformes con la discriminación contra los obreros sindicalizados. Por
la presión ejercida por el gobernador José María Espinosa y
Cuevas y el propio Porfirio Díaz sobre el presidente de la Gran Liga
Félix C. Vera, la huelga se levantó y los participantes en ella
fueron despedidos.
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