Artículo publicado por Ricardo Flores Magón, con el
seudónimo Anakreón, en El Colmillo Público No. 147 del 1 de
julio de 1906 acerca de los hechos acaecidos en el mineral de Cananea en
días anteriores.
Los periódicos gobiernistas
están resueltos a no decir la verdad en lo referente a los asuntos de
Cananea, porque se descubriría la gran culpabilidad del gobierno.
Así, pues, niegan a puño cerrado que las fuerzas americanas
hubieran invadido el territorio nacional; niegan que los trabajadores de Cananea
estén mal pagados y que sea insultante la preferencia que se da a los
extranjeros en lo relativo a la cuantía de los salarios.
Ya ha
quedado demostrada por los periódicos independientes la entrada de fuerza
americana a nuestro territorio, y más aún, en los mismos Estados
Unidos se han practicado diligencias encaminadas a fijar las responsabilidades
de la invasión, según los cablegramas que han aparecido en
diversos periódicos americanos.
¿Con qué fin niegan
los periódicos del gobierno la invasión de tropas americanas a
nuestro territorio cuando los periódicos de los Estados Unidos confirman
dicha entrada y citan nombres y refieren detalles que no dan lugar a
duda?
Se quiere sin duda salvar a Izábal de la tremenda
responsabilidad que le resultaría si oficialmente se reconociese que hubo
tal entrada de tropas americanas y el despotismo procura que no caiga ninguno de
sus miembros. El secreto de la fuerza de la tiranía está en la
solidaridad efectiva que existe entre sus miembros. Nadie deja que caiga el
compañero, todos procuran encubrir las faltas de los colegas. Si no
hubiera solidaridad entre los que oprimen, la tiranía habría
desaparecido hace mucho tiempo.
Entregados todos a oprimir, deseando
todos el mismo fin: la conservación de los puestos que han podido
atrapar, se callan sus faltas, se encubren sus malos actos, se dan la mano en
las tinieblas para no tropezar y caer, porque con uno solo que cayera se
derrumbaría el viejo edificio del despotismo al proclamar la verdad el
miembro de la tiranía a quien se abandonara. Todos saben mucho y
podrían decir grandes verdades si les faltase el apoyo de los camaradas.
Si Izábal fuera abandonado por el despotismo, si no se le encubriese, los
grandes secretos de la Guerra del Yaqui se harían públicos; se
sabría también cómo han podido adquirir minas los
americanos en lugares tan cercanos a la línea divisoria con los Estados
Unidos; se sabría por boca de uno de los autores todo lo que de
terriblemente injusto y bárbaro tiene el hecho de aconsejar a los
dueños de empresas que paguen salarios reducidos a los trabajadores. Se
haría la luz, provocada por el despecho del funcionario caído, y
las pruebas serían tan concluyentes que la tiranía sería
perdida.
Esas consideraciones se hacen nuestros opresores, y se tienden
la mano, se sostienen para no caer, y aunque la verdad brille poderosamente
tienen periódicos escritos por mercenarios para negarla, para burlarse
cínicamente del pueblo, como sucede en el presente caso, a pesar de que
la luz se ha hecho y los rostros conservan los rastros de la vergüenza que
produjo a todo mexicano de corazón bien puesto la profanación del
territorio nacional por las fuerzas americanas.
La cuestión de los
salarios ha sido tratada por los periódicos alquilados con ese desplante
y esa majadería que los caracteriza cuando hablan de las aptitudes del
trabajador mexicano. No hay peor enemigo de nuestros obreros que los
periódicos del gobierno. Para esos periódicos basta que un
mexicano no tenga miles de pesos acumulados por la rapiña o por otros
medios más o menos turbios, para que sea un vago, un degenerado, un
depósito de vicios y de maldades. Un obrero es para esos
periódicos un esclavo destinado a dar su fuerza, su porvenir, su salud,
en provecho de un señor que a título de su riqueza, más o
menos mal adquirida, puede abusar de los que no cuentan para ganarse la vida con
otra cosa que su inteligencia, sus habilidades en cualquier ramo de la actividad
humana o simplemente su fuerza. Y con ese criterio tratan todas las cuestiones
que se relacionan con la riqueza pública, que, para los dichos
periódicos, no es la abundancia de trabajo bien retribuido, sino la
especulación sórdida de un grupo de ricachones que repletan sus
arcas con el trabajo de millones de mexicanos.
Nunca hemos visto en la
prensa gobiernista que se estudie a fondo la causa de la miseria pública,
pues para dicha prensa no hay miseria, desde el momento que hay un grupo de
ricos que atesoran cada año ganancias fabulosas. Consideran, pues, que la
riqueza pública es la riqueza de unos cuantos y por ese camino se echan a
hablar de la prosperidad nacional, del progreso económico de nuestro
desventurado país.
Los liberales consideramos lo contrario y
estamos en lo justo. Para nosotros la riqueza pública no es el bienestar
de unos cuantos favorecidos por la suerte o por las trácalas, sino el
bienestar de los hombres de trabajo, de los que ponen su inteligencia o sus
fuerzas en provecho de la producción ya sea artística, literaria o
científica, o industrial, agrícola o minera.
Pero no
divaguemos. Con motivo de la huelga de Cananea, la prensa independiente, y aun
parte de la prensa clerical que es gobiernista, han hablado de la odiosa
distinción que en las grandes negociaciones se emplea para humillar al
trabajador mexicano. En ciertas negociaciones, y en la de Cananea especialmente,
hay obreros de distintas nacionalidades trabajando con obreros mexicanos, y,
aunque desempeñen el mismo trabajo, es común que los mexicanos
reciban un salario inferior al que ganan los extranjeros, compañeros en
las mismas faenas.
Esa distinción es irritante porque demuestra el
desprecio que se tiene por nuestra raza, que si algo tiene en su favor, es una
notable aptitud para toda clase de trabajos y su laboriosidad y resistencia
proclamadas por los mismos extranjeros.
Ahora bien; el origen de la
huelga de los mineros mexicanos de Cananea no fue otro que esa diferencia de
retribución entre mexicanos y extranjeros. Los mexicanos solicitaron
justamente que se les pagasen cinco pesos diarios y se redujese a ocho horas la
jornada de trabajo. Los mexicanos, en actitud completamente pacífica,
pidieron a Greene, dueño de las minas de Cananea, que les aumentase el
salario y redujese la jornada de trabajo, y Greene contestó QUE NO
PODÍA AUMENTAR EL SALARIO SIN EL CONSENTIMIENTO DEL GOBIERNO, con lo que
ratificó lo que la prensa independiente ha dicho muchas veces: que el
gobierno se opone a que se eleven los salarios, convencido de que un pueblo que
come bien, que tiene algún desahogo y puede ilustrarse, es un pueblo que
no permite despotismos.
Esta declaración de Greene no es comentada
por la prensa gobiernista; se cuidan bien los escritorzuelos del despotismo de
no decir las causas por las cuales no reciben los obreros una mejor
retribución de su trabajo, y esquivando la cuestión, se dedican a
denigrar al pueblo obrero. Aseguran los periódicos gobiernistas que si no
se paga al trabajador mexicano un salario igual al que recibe el trabajador
extranjero, es porque la calidad del trabajo del mexicano es inferior a la del
trabajo de un extranjero. Para probar su embuste, citan un mamotreto escrito por
don Matías Romero,[1] con el
fin con que escriben los periodistas del gobierno, de denigrar al trabajador
mexicano para justificar la opresión que se ejerce sobre él. No
cita ningún otro autor la infeliz prensa gobiernista, porque no hay otro
que tenga el des-plante de escribir barbaridades semejantes, y de la
declaración de un hombre que no vio nunca el trabajo del mexicano y que
escribió de memoria, saca la conclusión de que el trabajador
mexicano está condenado a ganar menos, porque su poder productor es menor
que el de un americano, o un belga, o un alemán.
No se arriesga a
decir la prensa gobiernista que si el trabajador mexicano gana salarios de
mendigo es porque el gobierno ha dado la consigna a los empresarios de que
paguen malos salarios, para que el pueblo no se dignifique; no se atreve esa
desventurada prensa a declarar que si el mexicano vive como esclavo humillado,
es porque el gobierno no quiere que los trabajadores se vuelvan altivos como
todo hombre que tiene conciencia de su fuerza y de su valer. La miseria la
produce el gobierno para que por ella nos encadenemos todos y nos parezca dulce
cualquier opresión, la más ignominiosa, la más denigrante,
como que los hambrientos se resignan y se envilecen.
El trabajador
mexicano es tan apto para cualquier trabajo como el trabajador extranjero, y la
prueba de ello es que en los Estados Unidos, para citar el país que toman
como modelo de actividad los periódicos gobiernistas, se aprecia y estima
en lo mucho que vale el trabajo del mexicano. Las minas de cobre de Arizona, las
minas de carbón de Texas y del territorio indio, los grandes
plantíos de betabel en Colorado, las inmensas granjas algodoneras de
Texas, Louisiana, Mississippi y Oklahoma, los grandes trabajos ferrocarrileros
en los estados del suroeste de la Unión Americana, todas esa
negociaciones se mantienen con el trabajo del mexicano que va de nuestro
país a donde mejor le paguen. Y en esos trabajos los mexicanos ganan lo
mismo que los extranjeros, ¿por qué?, ¿por qué gustan
los capitalistas de tirar su dinero a un abismo sin fondo? No; los mexicanos en
esas negociaciones reciben salarios como cualquier trabajador de otra
nación, porque saben trabajar, porque son inteligentes, porque resisten
mejor que los individuos de otras razas las fatigas de las rudas faenas. No son
los mexicanos, como aseguran El Imparcial y El Mundo, ineptos para
producir en cantidad yen calidad lo que producen los obreros
extranjeros.
Estas observaciones demuestran la inquina estúpida y
traidora de los periódicos que se mantienen con el dinero que el gobierno
arranca a los mismos a quienes denigra.
A los Estados Unidos afluye
inmigración poderosa de todos los países del mundo, y se ve que
los dueños de empresas industriales, agrícolas o mineras,
así como los dueños de las empresas ferrocarrileras, protegen la
inmigración de mexicanos con preferencia a la inmigración de
individuos de otras nacionalidades. ¿Qué significa eso? ¿Es que
los capitalistas de los Estados Unidos son unos imbéciles que gustan de
tener obreros que les trabajen mal, despreciando a los obreros belgas, franceses
y alemanes, que según los periódicos de la tiranía trabajan
mejor que el mexicano?
Hay una severa ley de inmigración en los
Estados Unidos, por la cual solamente pueden internarse a territorio americano
los individuos que vayan de paso o que tengan bienes de fortuna, o bien que
presenten al pretender internarse una suma de dinero —treinta pesos
oro—, deteniéndose en las fronteras o en los puertos a todos
aquellos que no tengan en la bolsa los consabidos treinta pesos oro, para
hacerlos regresar al lugar de origen o tomar otro rumbo distinto de los Estados
Unidos. Esa medida fue tomada por el gobierno americano para impedir el
pauperismo.
Pues bien, por esa ley se quiso impedir la entrada de
trabajadores mexicanos que tan solicitados son por los yanquis, pero las
consecuencias de la prohibición se hicieron sentir bien pronto. Los
mexicanos hacen falta en los Estados Unidos para el desarrollo de la riqueza, y
últimamente, a mediados del pasado junio, el gobierno americano
autorizó a los inspectores que tiene la frontera con México, para
que se dejase entrar cuanto mexicano desee ir a los Estados Unidos, aunque no
lleve consigo los treinta pesos oro, o sesenta pesos mexicanos que se estaban
exigiendo a cada inmigrante.
Esa medida del gobierno americano fue
originada por la queja de los ricos de aquella nación que veían
peligrar sus negociaciones por la falta de los buenos, de los magníficos
trabajadores mexicanos. ¿Por qué escogieron aquellos negociantes a
nuestros compatriotas y no a los trabajadores de otra nacionalidad que
también quieren entrar a trabajar? ¿Podrían responder a estas
preguntas los infelices escritorzuelos que denigran la labor del
mexicano?
Estos hechos demuestran que en los Estados Unidos, donde
según los periódicos gobiernistas se aprecia bien el trabajo,
hacen justicia al trabajador mexicano, mejor que nuestro gobierno que considera
al mexicano como un ser explotable y maltratable como bestia. ¡Ah,
compatriotas, nuestro gobierno es nuestro peor enemigo! Vienen las grandes
empresas extranjeras o se implantan las empresas nacionales, y el gobierno
aconseja que no paguen salarios elevados, para tenernos cogidos por hambre, para
envilecernos a fuerza de miseria y de humillaciones constantes.
Pero no
desesperemos, compatriotas; este largo periodo de sombras, en el cual se nos ha
visto arrastrándonos como larvas, tendrá que pasar si nos oponemos
a que se nos denigre, si nos proponemos salir de la abyección que
acabará por hacer de nosotros una raza de esclavos.
No, no hay que
desesperar, pero tampoco hay que permanecer inactivos. Asociémonos,
unámonos, hagamos entre nosotros, los humillados y los oprimidos,
efectiva la solidaridad. Que la desgracia de un mexicano sea considerada como la
desgracia de todo el pueblo, que la persecución que sufre un solo
mexicano sea considerada como una persecución a la masa en general. La
unión nos dará la fuerza, la unión nos hará
respetables, y entonces seremos felices en nuestra patria y no tendremos por
qué franquear las fronteras para buscar trabajo en tierra extraña,
porque aquí lo tendremos abundante y bien retribuido, y tendremos
justicia y seremos respetados por todos.
No hay, pues, que desalentarse.
¡Adelante!