Bodas de sangre en Qana *
POR ENRIQUE ROMAN
QANA es un pueblo
pequeño, irregular y polvoriento en el Sur libanés, enclavado
entre las muchas elevaciones que conforman el paisaje de esa región, a
diez kilómetros del Mediterráneo y a menos de treinta de la
frontera con Israel. Debe su nombre a Canaán, el que se daba a toda esta
región en los tiempos
bíblicos. La vida allí
sería insignificante y Qana no sería conocida más
allá de su pequeño entorno si no fuera por dos acontecimientos que
la han introducido definitivamente en la historia de la
humanidad.El primero es el que le atribuye
la tradición: el lugar donde Cristo habría realizado su primer
milagro, al convertir el agua en vino durante unas bodas —las Bodas de
Canaán. El Gobierno libanés —recuérdese que
Jesús es una figura primordial tanto para cristianos como
musulmanes— construyó allí facilidades para los turistas que
visitan el lugar. La ruta turística bordea la ladera de una
montaña hasta una cueva que, según se dice, formó parte del
sitio de los festejos.La cueva es
pequeña, demasiado para haber servido de escenario de las bodas, y
resultan más interesantes los bastos relieves esculpidos por los primeros
cristianos en las rocas, que reproducen escenas de los evangelios. De hecho,
otro poblado también llamado Qana, situado en Galilea, al Norte de
Israel, le disputa al villorrio libanés haber sido el sitio del primer
milagro cristiano.El segundo acontecimiento
tiene poco que ver con las enseñanzas éticas judaicas o
cristianas. Los habitantes del lugar parecieron haber sido abandonados por la
bendición de Jesucristo y de Jehová aquel 18 de abril de 1996,
cuando el Gobierno israelí, presidido entonces por Shimon Peres
—quien para mayor ironía había recibido dos años
atrás el Premio Nobel de la Paz— lanzaba contra el Líbano la
operación Viñas de la Ira. Las invasiones israelíes
anteriores al pequeño país habían sido tan criminales como
ingloriosas. En 1996, como hoy, se evitaba exponer las vidas de soldados
israelíes. La bien dotada aviación sionista se encargaba del
trabajo grueso, que incluyó bombardeos al Sur libanés y a Beirut,
además del bloqueo naval y terrestre.
Al final, un solo hecho, ocurrido justamente
en Qana, quedaría para la historia como el más sangriento recuerdo
de esta patética operación: El bombardeo despiadado contra una
instalación de las fuerzas de interposición de Naciones Unidas,
visible y bien caracterizada, de paredes blancas y grandes siglas azules, con la
bandera de la organización internacional, y que había sido
utilizado como refugio por más de cien ancianos, mujeres y niños,
quienes creían estar así a salvo de la salvaje agresión
aérea israelí.Hoy hay
allí un museo del cual es difícil salir sin lágrimas en el
rostro o, al menos, en el alma. Las fotos de la masacre, de los 106 muertos y
116 heridos, víctimas indefensas del genocidio, son francamente
espantosas. Las tumbas colectivas que veneran los visitantes y pobladores son de
una dureza estremecedora. Siempre hay cerca de quienes acuden al lugar,
familiares desconsolados de las víctimas que se acercan para recordar los
que fueron los peores momentos de sus vidas. Recuerdo la reacción de uno
de los visitantes a los que acompañé al lugar: Qana, dijo, debe
ser visitado por toda la humanidad para que todos los hombres sepan
cuáles son los límites increíbles de la barbarie
humana.Hasta el pasado domingo. Otra vez,
los dioses dejaron desamparados a los habitantes de Qana. Sin
justificación alguna —en aquel minúsculo villorrio no hay
nada que parezca ni lejanamente un objetivo militar— la aviación
israelí volvió a ensañarse con sus habitantes. En la
acción más sangrienta de esta impúdica guerra —que va
totalizando ya 500 muertos civiles en el Líbano—, el bombardeo de
un edificio de viviendas de tres pisos añadió más de 60
muertos al extenso martirologio de
Qana.Quizás los arqueólogos
descubran finalmente que no fue en esa Qana, sino en la de Galilea, donde se
operó el recordado primer milagro cristiano. Pero no creo que esa
posibilidad preocupe hoy a ningún libanés ni, por supuesto, a
ningún habitante del martirizado poblado. Para ellos, y para la historia
de la vergüenza humana, Qana será el símbolo de la crueldad y
de la barbarie, no menos que Auschwitz, por ejemplo, o que los multitudinarios
crímenes de las colonizaciones europeas y de la esclavitud
americana.Las aguas que corren hoy en Qana
convertidas en sangre, no son la obra de ningún milagro. Son otro nefasto
capítulo, impune como los anteriores, del racismo sionista, ejercido
alegremente por los pilotos de algún moderno avión de
fabricación estadounidense. En 1996 no hubo, como hoy, ningún
arrepentimiento público por parte de Israel ni de su aliado principal,
Estados Unidos. William Clinton, entonces presidente de ese país,
recibió una semana después a Shimon Peres. No hubo un solo
comentario sobre el crimen. Poco tiempo más tarde, Clinton dijo algo que
recuerda —nada sospechosamente— lo que en estos días ha
declarado George W. Bush: “Creo que es imperativo que Israel mantenga la
seguridad de su frontera Norte. Creo que los Estados Unidos deben ser
respetuosos ante tales circunstancias”.
Fuente: Artículo tomado de Granma Internacional,
La Habana, 1 de Agosto de 2006.
Niños, víctimas de la
guerra imperialista-sionista de agresión contra
la población civil en Qana, sur de Líbano. FOTO: Granma.
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