A partir de marzo de 1906 Ricardo y Enrique
Flores Magón junto con Juan Sarabia, ocupados en la elaboración
del programa del Partido Liberal Mexicano, sufrieron una feroz
persecución por parte de los agentes de la Pinkerton y los espías
de Porfirio Díaz. Cuando estalló la huelga de Cananea ellos se
encontraban en Montreal, Canadá. Este hecho (y otros muchos) han hecho
que algunos historiadores (extranjeros sobre todo), afanados en reescribir la
historia según la visión del vencedor, minimicen las influencia de
las ideas magonistas en la Revolución Mexicana. En contrapartida, Ethel
Duffy quien fuera esposa de John Kenneth Turner (el autor de
“México Bárbaro”) y se unió a la lucha del PLM
en EU (redactando en una época la sección en inglés de
Regeneración), rescata parte del contexto de aquella época.
En el capítulo V, Hacia la Revolución de su libro sobre Ricardo
Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano, Ethel Duffy se refirió
a la huelga de Cananea en los siguientes términos
*.
La huelga se inició en la mina llamada
Oversight, donde la empresa formulaba un contrato de trabajo, que
lesionaba seriamente los intereses de los mineros. A temprana hora del
día primero de junio, empezaron a reunirse gran número de mineros
allí. Plácido Ríos fue el primero que infundió
entusiasmo y espíritu de lucha a la gente, y junto con Librado Armenta y
Pedro Monreal definió claramente cuáles eran sus peticiones y
cuáles eran las consecuencias de éstas, que afrontaban los
huelguistas, quienes para las diez de la mañana ascendían, a por
lo menos, dos mil hombres. De la muchedumbre brotó el clamor de
“¡Cinco pesos, ocho horas!”
Tan pronto como los mineros
paralizaron sus actividades, a Greene le entró el miedo, y junto con el
Presidente Municipal, Dr. Filiberto V. Barroso, telegrafió al Gobernador
Izábal de Sonora. Mientras tanto los huelguistas formulaban las
peticiones que verbalmente presentarían a la Compañía, y
para ello se nombró una comisión compuesta de catorce miembros, de
los cuales cinco pertenecían a La Unión Liberal
Humanidad, quienes eran Manuel M. Diéguez, Esteban B.
Calderón, Marino Mesina, Alvaro L. Diéguez e Ignacio
Martínez. Se dirigieron a las Oficinas Generales de la
Compañía, donde fueron recibidos por el apoderado de la misma, el
Lic. Pedro D. Robles. Manuel M. Diéguez habló a nombre de la
comisión. Para ganar tiempo, el licenciado Robles solicitó que se
presentaran las peticiones por escrito, lo que Calderón hizo
inmediatamente, estipulando, que, primero, los trabajadores se han declarado en
huelga, y, segundo, se reanudarán las labores, únicamente cuando
se satisfagan las cinco condiciones impuestas, entre las que se incluían,
la de que los carceleros fueran menos crueles y la de que los ascensos fueran de
acuerdo con un escalafón. El Lic. Robles rechazó las peticiones
como absurdas, e igualmente lo hizo, por escrito, Greene.
La
comisión informó a los trabajadores acerca de los resultados de
las pláticas y se organizó un mitin en el que tomaron parte todos
los huelguistas, no solamente los de la mina Oversight, sino los de todas
las demás. Circuló entre ellos una hoja volante que denunciaba el
régimen de Porfirio Díaz, que terminaba
así:
“¡Mexicanos, despertad y unámonos. La
Patria y nuestra dignidad lo piden!”
Portando cartelones con la
leyenda de: "¡Cinco Pesos, Ocho Horas!” los huelguistas
marcharon por las calles, pasando por la tienda de raya y por el Edificio de las
Oficinas Generales de la Compañía, y de allí se dirigieron
a las colonias de El Ronquillo y de la Mesa, donde estaba la maderería de
la Compañía. Allí se encontraban más trabajadores,
quienes al enterarse del movimiento huelguístico, inmediatamente se
sumaron al grupo. Ninguno de los huelguistas portaba armas.
John Kenneth
Turner dice en su libro titulado México
Bárbaro:
“En ese lugar el gerente, de
apellido Metcalfe bañó con una manguera a los obreros de las
primeras filas; los huelguistas contestaron con piedras; Metcalfe y su hermano
salieron con rifles; cayeron algunos huelguistas y en la batalla que
siguió murieron ambos Metcalfe.”
Rowan, quien era
jefe de detectives, entregó los rifles a los jefes de departamento y
empezó la balacera, los hermanos Metcalfe fueron lapidados. En medio de
la masacre, de entre los trabajadores brotó el grito
de:
“¡Quemen la
maderería!”
Pedro Ramírez Caule, un joven
liberal, arrastrándose de barriga como el Pípila, pero sin la
piedra prendió el fuego.
Zumbaban, mientras tanto, los alambres
del telégrafo, a consecuencia de los numerosos telegramas que Greene le
enviaba a lzábal. Luis E. Torres, jefe de la zona militar, le
telegrafió a Izábal que le enviaría contingentes militares
procedentes de Hermosillo, Guaymas y Magdalena. Ramón Corral le
telegrafió a Izábal autorizándolo “para
obrar como sea necesario y se le recomienda toda
energía.” Greene, por su parte les telegrafió a
los periódicos de Arizona que los mexicanos estaban matando a hombres,
mujeres y niños norteamericanos, y Galbraith, el cónsul
norteamericano, le telegrafió a los funcionarios del Gobierno
Norteamericano en la ciudad de Washington.
Sus descabellados mensajes
lograron movilizar una fuerza de 300 hombres armados, bajo el mando del
Capitán Rhynning, de los rurales de Arizona, entre los que había
guardias, mineros, ganaderos, vaqueros, y una mezcolanza de
mercenarios.
El Gobernador lzábal se dirigió a la
población fronteriza de Naco donde el oficial de migración no
permitió el paso a los invasores hasta que el Gobernador mostró
una orden de Porfirio Díaz.
La mayor parte de la gente
llegó por tren, a excepción de la caballería americana que
llegó a Cananea bajo el mando del Capitán Rhynning, a marchas
forzadas. No se sabe a ciencia cierta el papel que desempeñaron los
invasores, porque no hay dos informes que coincidan, pero parece que la
muchedumbre que llegó por tren no pudo alejarse mucho de la
Estación del Ferrocarril, debido a la represión. Los de la montada
se reunieron con los empleados del aserradero, y se dice que abrieron fuego
contra los mineros huelguistas asesinando a un número
indeterminado.
Uno que se encontraba entre los huelguistas, ha contado
que fue el liberal Antonio Murrieta el que gritó:
"¡Al
Montepío!”
Los hombres bajaron corriendo la
cuesta, e irrumpieron en el Montepío propiedad de un hombre llamado Julio
Pons, donde tomaron todas las armas que había en el lugar. Los
comerciantes en pequeño de nacionalidad china y árabe entregaron
sus armas a los huelguistas, pero aún así, los que lograron
armarse, eran inferiores en número con relación a las fuerzas
atacantes. Además de los rurales de Arizona y la gentuza que los
acompañaba, llegó la tropa del Cuarto Batallón procedente
de Río Yaqui. Además, doscientos rurales bajo el mando del coronel
Kosterlitzky llegaron a galope hasta las orillas de la colonia. La
policía privada de Greene entró en acción y un cuerpo de la
acordada estaba listo para mantener la ley y el orden en favor de la
compañía.
Los mineros fueron perseguidos por las calles y
obligados a refugiarse en los cerros, cientos de ellos fueron detenidos y
algunos lograron atravesar la frontera para esconderse; otros fueron pasados por
las armas, encarcelados u obligados a darse de alta en el ejército.
Plácido Ríos fue aprehendido más tarde en Douglas, Arizona,
y reinternado al país. Manuel M. Diéguez, Esteban B.
Calderón y Francisco M. Ibarra fueron conducidos a Hermosillo, y en 1907
fueron condenados a sufrir siete años de prisión en las mazmorras
de la fortaleza de San Juan de Ullúa, en el puerto de Veracruz. Tanto a
Ríos como otros huelguistas fueron también enviados a San Juan de
Ullúa.
La Oficina de Manuel M. Diéguez fue allanada y la
correspondencia de Ricardo Flores Magón incautada. Estos documentos
demostraban que Ricardo urgía a los trabajadores a fin que se organizaran
para luchar por mejores condiciones de vida, como también, que en cuanto
a los objetivos del Partido Liberal, estaba en completo acuerdo con la
Unión Liberal Humanidad.
Se dictaron órdenes de
aprehensión en contra de Lázaro Gutiérrez de Lara, el
abogado socialista que había ayudado a organizar la Unión Liberal
de Cananea, y quien el día de la huelga les dirigió la
palabra a los trabajadores manifestantes en términos muy combativos. Por
agitador, fue sentenciado a ser pasado por las armas, pero su hermano, el doctor
Gutiérrez, que era persona prominente en la ciudad de México y
algunos de sus amigos influyentes, protestaron contra el arresto de
Lázaro. Porfirio Díaz pidió informes
telegráficamente. Los amigos de Lázaro, que estaban en la oficina
del Gobernador Izábal, aprovecharon el telegrama para obtener
inmediatamente su libertad. Se escondió y logró cruzar la
frontera; fue detenido en Arizona y puesto en libertad, sin que tan siquiera se
le formara causa.
Los defensores catrines de los intereses mineros de
Greene, tanto mexicanos como norteamericanos, fueron agasajados con una alegre
fiesta en la que se sirvieron buenos vinos y manjares. Apenas fueron sepultados
los cuerpos de los hombres abatidos a tiros, trabajadores que se habían
atrevido a participar en la primera huelga importante de México, cuando
Greene ofreció un regio baile para celebrar la sangrienta victoria. La
marcha triunfal fue encabezada por el mismo Greene y la esposa del Gobernador
Izábal.
A través de la tenue bruma, la tranquilidad
primaveral reinaba sobre la maleza del desierto y las mezquitas. El coyote
aullaba, el conejo corría a su madriguera, los cerros cobrizos de Cananea
mostraban sus heridas provocadas por las minas, como siempre, pero no
había señas de hombres encorajinados que rompieran la aparente
calma. Y sin embargo, en estos momentos de pena y desolación, los mineros
sabían que su lucha no había terminado. A pesar de miles de
obstáculos Regeneración logró llegar hasta ellos.
Sentían que en su porvenir, algo había que les daba aliento y
esperanza.
Al norte de la frontera ninguno, ni siquiera el Capitán
Rhynning, quien fue el que invadió el territorio mexicano en
compañía de los rurales y los mercenarios, fue amenazado con
arresto por haber violado las leyes sobre la neutralidad. Nada se hizo en contra
de ellos, absolutamente nada. Regresaron a sus casas y el gobierno de Washington
se hizo el desentendido.
La entrada de una fuerza armada
norteamericana a Cananea provocó la crítica encolerizada en
México, encabezada por el diario católico El Tiempo. Lyle
Brown revisa lo que entonces ocurrió, documentándose en El
Tiempo y en La Huelga de Cananea de González Ramírez,
en Antología órgano del México City College, en
1956, de la siguiente manera:
"El 4 de junio Corral mandó un
telegrama a Izábal diciendo que los informes acerca de la entrada de
fuerzas norteamericanas por Naco y su transporte de Cananea con el permiso del
gobernador habían causado gran sensación en la ciudad de
México. El vice-presidente hacía notar que él había
negado todos los informes en el sentido de que Izábal había dado
permiso a los norteamericanos para ir a Cananea, pero pedía más
información al respecto. Izábal en su contestación del
mismo día, admitía que los extranjeros habían recibido
autorización para acompañarle a Cananea bajo la condición
de que obedecieran sus órdenes y explicaba que después de llegar a
Cananea y encontrar que la situación no era tan crítica como se la
habían descrito, había ordenado a los norteamericanos que
regresaran a Naco en el mismo tren que los había conducido a Cananea.
"
Sin embargo El Tiempo renovó sus ataques contra
Izábal por haber permitido que los norteamericanos entraran a
México y por haber solicitado la ayuda extranjera. El mismo
periódico también declaró que si Bermúdez (uno de
los líderes huelguistas) o cualquier otro mexicano era asesinado,
"causaría penosísima impresión en toda la República,
y sería motivo de que se formularan amargas críticas contra el
autor de la ejecución, y contra los que la permitieron. "
Los
artículos bien dirigidos de El Tiempo probablemente no solamente
salvaron la vida de Bermúdez, sino también la de Diéguez,
la de Calderón y la de Ibarra.
Hubo correspondencia posterior
entre Corral e Izábal y otros apologistas por la invasión de los
rurales americanos. En el último informe de Corral, y citando a Lyle
Brown, los norteamericanos que cruzaron la línea divisoria en Cananea se
hicieron aparecer como "hombres profesionales decentemente vestidos y sin
organización militar, que habían deseado ir a Cananea por asuntos
personales. " De seguro eran meros curiosos, o quizá una
Convención de Leones. Dicho informe continuaba diciendo que: "el
Gobernador consideró que estos hombres tenían el derecho de entrar
al País como ciudadanos y que, por lo consiguiente, él no
podría haber evitado que abordaran el tren en Naco, Arizona...
"
Esta es una obra maestra de los secuaces de Díaz para torcer los
hechos. El Tiempo, que era un periódico poderoso, tuvo la valentía
de hablar, pero si cualquier individuo hubiera osado no creer semejante
tontería, publicada por Corral como instrumento de Díaz,
más valía que guardar silencio.
Los trabajadores nada
ganaron, pero lo que ocurrió en Cananea fue un golpe mortal al
régimen de Díaz. Fue el principio del
fin.
Fuente: * Tomado del
libro Ricardo Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano (Ethel Duffy
Turner, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución
Mexicana. México, 2003, Colección Visiones Ajenas). Título
del FTE de México.