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Volumen 6, Número 76, junio 26 de 2006

2006, 100 años de la Huelga minera de Cananea (México)

¡Huelga en Cananea! *

A partir de marzo de 1906 Ricardo y Enrique Flores Magón junto con Juan Sarabia, ocupados en la elaboración del programa del Partido Liberal Mexicano, sufrieron una feroz persecución por parte de los agentes de la Pinkerton y los espías de Porfirio Díaz. Cuando estalló la huelga de Cananea ellos se encontraban en Montreal, Canadá. Este hecho (y otros muchos) han hecho que algunos historiadores (extranjeros sobre todo), afanados en reescribir la historia según la visión del vencedor, minimicen las influencia de las ideas magonistas en la Revolución Mexicana. En contrapartida, Ethel Duffy quien fuera esposa de John Kenneth Turner (el autor de “México Bárbaro”) y se unió a la lucha del PLM en EU (redactando en una época la sección en inglés de Regeneración), rescata parte del contexto de aquella época. En el capítulo V, Hacia la Revolución de su libro sobre Ricardo Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano, Ethel Duffy se refirió a la huelga de Cananea en los siguientes términos *.


La huelga se inició en la mina llamada Oversight, donde la empresa formulaba un contrato de trabajo, que lesionaba seriamente los intereses de los mineros. A temprana hora del día primero de junio, empezaron a reunirse gran número de mineros allí. Plácido Ríos fue el primero que infundió entusiasmo y espíritu de lucha a la gente, y junto con Librado Armenta y Pedro Monreal definió claramente cuáles eran sus peticiones y cuáles eran las consecuencias de éstas, que afrontaban los huelguistas, quienes para las diez de la mañana ascendían, a por lo menos, dos mil hombres. De la muchedumbre brotó el clamor de “¡Cinco pesos, ocho horas!”

Tan pronto como los mineros paralizaron sus actividades, a Greene le entró el miedo, y junto con el Presidente Municipal, Dr. Filiberto V. Barroso, telegrafió al Gobernador Izábal de Sonora. Mientras tanto los huelguistas formulaban las peticiones que verbalmente presentarían a la Compañía, y para ello se nombró una comisión compuesta de catorce miembros, de los cuales cinco pertenecían a La Unión Liberal Humanidad, quienes eran Manuel M. Diéguez, Esteban B. Calderón, Marino Mesina, Alvaro L. Diéguez e Ignacio Martínez. Se dirigieron a las Oficinas Generales de la Compañía, donde fueron recibidos por el apoderado de la misma, el Lic. Pedro D. Robles. Manuel M. Diéguez habló a nombre de la comisión. Para ganar tiempo, el licenciado Robles solicitó que se presentaran las peticiones por escrito, lo que Calderón hizo inmediatamente, estipulando, que, primero, los trabajadores se han declarado en huelga, y, segundo, se reanudarán las labores, únicamente cuando se satisfagan las cinco condiciones impuestas, entre las que se incluían, la de que los carceleros fueran menos crueles y la de que los ascensos fueran de acuerdo con un escalafón. El Lic. Robles rechazó las peticiones como absurdas, e igualmente lo hizo, por escrito, Greene.

La comisión informó a los trabajadores acerca de los resultados de las pláticas y se organizó un mitin en el que tomaron parte todos los huelguistas, no solamente los de la mina Oversight, sino los de todas las demás. Circuló entre ellos una hoja volante que denunciaba el régimen de Porfirio Díaz, que terminaba así:

“¡Mexicanos, despertad y unámonos. La Patria y nuestra dignidad lo piden!”

Portando cartelones con la leyenda de: "¡Cinco Pesos, Ocho Horas! los huelguistas marcharon por las calles, pasando por la tienda de raya y por el Edificio de las Oficinas Generales de la Compañía, y de allí se dirigieron a las colonias de El Ronquillo y de la Mesa, donde estaba la maderería de la Compañía. Allí se encontraban más trabajadores, quienes al enterarse del movimiento huelguístico, inmediatamente se sumaron al grupo. Ninguno de los huelguistas portaba armas.

John Kenneth Turner dice en su libro titulado México Bárbaro:

En ese lugar el gerente, de apellido Metcalfe bañó con una manguera a los obreros de las primeras filas; los huelguistas contestaron con piedras; Metcalfe y su hermano salieron con rifles; cayeron algunos huelguistas y en la batalla que siguió murieron ambos Metcalfe.

Rowan, quien era jefe de detectives, entregó los rifles a los jefes de departamento y empezó la balacera, los hermanos Metcalfe fueron lapidados. En medio de la masacre, de entre los trabajadores brotó el grito de:

¡Quemen la maderería!

Pedro Ramírez Caule, un joven liberal, arrastrándose de barriga como el Pípila, pero sin la piedra prendió el fuego.

Zumbaban, mientras tanto, los alambres del telégrafo, a consecuencia de los numerosos telegramas que Greene le enviaba a lzábal. Luis E. Torres, jefe de la zona militar, le telegrafió a Izábal que le enviaría contingentes militares procedentes de Hermosillo, Guaymas y Magdalena. Ramón Corral le telegrafió a Izábal autorizándolo para obrar como sea necesario y se le recomienda toda energía. Greene, por su parte les telegrafió a los periódicos de Arizona que los mexicanos estaban matando a hombres, mujeres y niños norteamericanos, y Galbraith, el cónsul norteamericano, le telegrafió a los funcionarios del Gobierno Norteamericano en la ciudad de Washington.

Sus descabellados mensajes lograron movilizar una fuerza de 300 hombres armados, bajo el mando del Capitán Rhynning, de los rurales de Arizona, entre los que había guardias, mineros, ganaderos, vaqueros, y una mezcolanza de mercenarios.

El Gobernador lzábal se dirigió a la población fronteriza de Naco donde el oficial de migración no permitió el paso a los invasores hasta que el Gobernador mostró una orden de Porfirio Díaz.

La mayor parte de la gente llegó por tren, a excepción de la caballería americana que llegó a Cananea bajo el mando del Capitán Rhynning, a marchas forzadas. No se sabe a ciencia cierta el papel que desempeñaron los invasores, porque no hay dos informes que coincidan, pero parece que la muchedumbre que llegó por tren no pudo alejarse mucho de la Estación del Ferrocarril, debido a la represión. Los de la montada se reunieron con los empleados del aserradero, y se dice que abrieron fuego contra los mineros huelguistas asesinando a un número indeterminado.

Uno que se encontraba entre los huelguistas, ha contado que fue el liberal Antonio Murrieta el que gritó:

"¡Al Montepío!

Los hombres bajaron corriendo la cuesta, e irrumpieron en el Montepío propiedad de un hombre llamado Julio Pons, donde tomaron todas las armas que había en el lugar. Los comerciantes en pequeño de nacionalidad china y árabe entregaron sus armas a los huelguistas, pero aún así, los que lograron armarse, eran inferiores en número con relación a las fuerzas atacantes. Además de los rurales de Arizona y la gentuza que los acompañaba, llegó la tropa del Cuarto Batallón procedente de Río Yaqui. Además, doscientos rurales bajo el mando del coronel Kosterlitzky llegaron a galope hasta las orillas de la colonia. La policía privada de Greene entró en acción y un cuerpo de la acordada estaba listo para mantener la ley y el orden en favor de la compañía.

Los mineros fueron perseguidos por las calles y obligados a refugiarse en los cerros, cientos de ellos fueron detenidos y algunos lograron atravesar la frontera para esconderse; otros fueron pasados por las armas, encarcelados u obligados a darse de alta en el ejército. Plácido Ríos fue aprehendido más tarde en Douglas, Arizona, y reinternado al país. Manuel M. Diéguez, Esteban B. Calderón y Francisco M. Ibarra fueron conducidos a Hermosillo, y en 1907 fueron condenados a sufrir siete años de prisión en las mazmorras de la fortaleza de San Juan de Ullúa, en el puerto de Veracruz. Tanto a Ríos como otros huelguistas fueron también enviados a San Juan de Ullúa.

La Oficina de Manuel M. Diéguez fue allanada y la correspondencia de Ricardo Flores Magón incautada. Estos documentos demostraban que Ricardo urgía a los trabajadores a fin que se organizaran para luchar por mejores condiciones de vida, como también, que en cuanto a los objetivos del Partido Liberal, estaba en completo acuerdo con la Unión Liberal Humanidad.

Se dictaron órdenes de aprehensión en contra de Lázaro Gutiérrez de Lara, el abogado socialista que había ayudado a organizar la Unión Liberal de Cananea, y quien el día de la huelga les dirigió la palabra a los trabajadores manifestantes en términos muy combativos. Por agitador, fue sentenciado a ser pasado por las armas, pero su hermano, el doctor Gutiérrez, que era persona prominente en la ciudad de México y algunos de sus amigos influyentes, protestaron contra el arresto de Lázaro. Porfirio Díaz pidió informes telegráficamente. Los amigos de Lázaro, que estaban en la oficina del Gobernador Izábal, aprovecharon el telegrama para obtener inmediatamente su libertad. Se escondió y logró cruzar la frontera; fue detenido en Arizona y puesto en libertad, sin que tan siquiera se le formara causa.

Los defensores catrines de los intereses mineros de Greene, tanto mexicanos como norteamericanos, fueron agasajados con una alegre fiesta en la que se sirvieron buenos vinos y manjares. Apenas fueron sepultados los cuerpos de los hombres abatidos a tiros, trabajadores que se habían atrevido a participar en la primera huelga importante de México, cuando Greene ofreció un regio baile para celebrar la sangrienta victoria. La marcha triunfal fue encabezada por el mismo Greene y la esposa del Gobernador Izábal.

A través de la tenue bruma, la tranquilidad primaveral reinaba sobre la maleza del desierto y las mezquitas. El coyote aullaba, el conejo corría a su madriguera, los cerros cobrizos de Cananea mostraban sus heridas provocadas por las minas, como siempre, pero no había señas de hombres encorajinados que rompieran la aparente calma. Y sin embargo, en estos momentos de pena y desolación, los mineros sabían que su lucha no había terminado. A pesar de miles de obstáculos Regeneración logró llegar hasta ellos. Sentían que en su porvenir, algo había que les daba aliento y esperanza.

Al norte de la frontera ninguno, ni siquiera el Capitán Rhynning, quien fue el que invadió el territorio mexicano en compañía de los rurales y los mercenarios, fue amenazado con arresto por haber violado las leyes sobre la neutralidad. Nada se hizo en contra de ellos, absolutamente nada. Regresaron a sus casas y el gobierno de Washington se hizo el desentendido.

La entrada de una fuerza armada norteamericana a Cananea provocó la crítica encolerizada en México, encabezada por el diario católico El Tiempo. Lyle Brown revisa lo que entonces ocurrió, documentándose en El Tiempo y en La Huelga de Cananea de González Ramírez, en Antología órgano del México City College, en 1956, de la siguiente manera:

"El 4 de junio Corral mandó un telegrama a Izábal diciendo que los informes acerca de la entrada de fuerzas norteamericanas por Naco y su transporte de Cananea con el permiso del gobernador habían causado gran sensación en la ciudad de México. El vice-presidente hacía notar que él había negado todos los informes en el sentido de que Izábal había dado permiso a los norteamericanos para ir a Cananea, pero pedía más información al respecto. Izábal en su contestación del mismo día, admitía que los extranjeros habían recibido autorización para acompañarle a Cananea bajo la condición de que obedecieran sus órdenes y explicaba que después de llegar a Cananea y encontrar que la situación no era tan crítica como se la habían descrito, había ordenado a los norteamericanos que regresaran a Naco en el mismo tren que los había conducido a Cananea. "

Sin embargo El Tiempo renovó sus ataques contra Izábal por haber permitido que los norteamericanos entraran a México y por haber solicitado la ayuda extranjera. El mismo periódico también declaró que si Bermúdez (uno de los líderes huelguistas) o cualquier otro mexicano era asesinado, "causaría penosísima impresión en toda la República, y sería motivo de que se formularan amargas críticas contra el autor de la ejecución, y contra los que la permitieron. "

Los artículos bien dirigidos de El Tiempo probablemente no solamente salvaron la vida de Bermúdez, sino también la de Diéguez, la de Calderón y la de Ibarra.

Hubo correspondencia posterior entre Corral e Izábal y otros apologistas por la invasión de los rurales americanos. En el último informe de Corral, y citando a Lyle Brown, los norteamericanos que cruzaron la línea divisoria en Cananea se hicieron aparecer como "hombres profesionales decentemente vestidos y sin organización militar, que habían deseado ir a Cananea por asuntos personales. " De seguro eran meros curiosos, o quizá una Convención de Leones. Dicho informe continuaba diciendo que: "el Gobernador consideró que estos hombres tenían el derecho de entrar al País como ciudadanos y que, por lo consiguiente, él no podría haber evitado que abordaran el tren en Naco, Arizona... "

Esta es una obra maestra de los secuaces de Díaz para torcer los hechos. El Tiempo, que era un periódico poderoso, tuvo la valentía de hablar, pero si cualquier individuo hubiera osado no creer semejante tontería, publicada por Corral como instrumento de Díaz, más valía que guardar silencio.

Los trabajadores nada ganaron, pero lo que ocurrió en Cananea fue un golpe mortal al régimen de Díaz. Fue el principio del fin.


Fuente: * Tomado del libro Ricardo Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano (Ethel Duffy Turner, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. México, 2003, Colección Visiones Ajenas). Título del FTE de México.


A las 5 de la mañana estalló la huelga, los obreros nombraron a su representación y formularon el Pliego de Peticiones. Luego, en marcha se dirigieron a presentar el Pliego a la empresa. FOTO: A.V. Casasola.


A las 10 de la mañana se realizó la primera y única reunión entre obreros y patrones. Estos rechazaron todas las peticiones. Mientras se hacía la reunión, los huelguistas esperaban. FOTO: A.V. Casasola.

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