2005, 400 años del Quijote de la Mancha
El salario de Sancho
Don Qvixote de la Mancha,
Miguel de Cervantes Saavedra, 1605.
CAPÍTULO XXVIII
De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere,
si las lee con atención.
Cuando el valiente huye, la superchería
está descubierta, y es de varones prudentes guardarse para mejor
ocasión. Esta verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando
lugar a la furia del pueblo y a las malas intenciones de aquel indignado
escuadrón, puso pies en polvorosa, y, sin acordarse de Sancho ni del
peligro en que le dejaba, se apartó tanto cuanto le pareció que
bastaba para estar seguro. Seguíale Sancho, atravesado en su jumento,
como queda referido. Llegó, en fin, ya vuelto en su acuerdo, y al llegar,
se dejó caer del rucio a los pies de Rocinante, todo ansioso, todo molido
y todo apaleado. Apeóse don Quijote para catarle las feridas; pero, como
le hallase sano de los pies a la cabeza, con asaz cólera le dijo:
-¡Tan en hora mala supistes vos rebuznar, Sancho!
Y ¿dónde hallastes vos ser bueno el nombrar la soga en casa del
ahorcado? A música de rebuznos, ¿qué; contrapunto se
había de llevar sino de varapalos? Y dad gracias a Dios, Sancho, que ya
que os santiguaron con un palo, no os hicieron el per signum vía
con un alfanje.
-No estoy para responder -respondió Sancho-,
porque me parece que hablo por las espaldas. Subamos y apartémonos de
aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos, pero no en dejar de
decir que los caballeros andantes huyen, y dejan a sus buenos escuderos molidos
como alheña, o como cibera, en poder de sus enemigos.
-No huye el que se retira -respondió don
Quijote-, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda
sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del
temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y
así, yo confieso que me he retirado, pero no huido; y en esto he imitado
a muchos valientes, que se han guardado para tiempos mejores, y desto
están las historias llenas, las cuales, por no serte a ti de provecho ni
a mí de gusto, no te las refiero ahora.
En esto, ya estaba a caballo Sancho, ayudado de don
Quijote, el cual asimismo subió en Rocinante, y poco a poco se fueron a
emboscar en una alameda que hasta un cuarto de legua de allí se
parecía. De cuando en cuando daba Sancho unos ayes profundísimos y
unos gemidos dolorosos; y, preguntándole don Quijote la causa de tan
amargo sentimiento, respondió que, desde la punta del espinazo hasta la
nuca del celebro, le dolía de manera que le sacaba de sentido.
-La causa dese dolor debe de ser, sin duda -dijo don
Quijote-, que, como era el palo con que te dieron largo y tendido, te
cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes que te duelen; y
si más te cogiera, más te doliera.
-¡Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me ha
sacado de una gran duda, y que me la ha declarado por lindos términos!
¡Cuerpo de mí! ¿Tan encubierta estaba la causa de mi dolor que
ha sido menester decirme que me duele todo aquello que alcanzó el palo?
Si me dolieran los tobillos, aún pudiera ser que se anduviera adivinando
el porqué me dolían, pero dolerme lo que me molieron no es mucho
adivinar. A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga, y cada
día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la
compañía que con vuestra merced tengo; porque si esta vez me ha
dejado apalear, otra y otras ciento volveremos a los manteamientos de marras y a
otras muchacherías, que si ahora me han salido a las espaldas,
después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino
que soy un bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida;
harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa, y a mi
mujer, y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue servido de
darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y
carreras que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor. Pues, ¡tomadme el
dormir! Contad, hermano escudero, siete pies de tierra, y si quisiéredes
más, tomad otros tantos, que en vuestra mano está escudillar, y
tendeos a todo vuestro buen talante; que quemado vea yo y hecho polvos al
primero que dio puntada en la andante caballería, o, a lo menos, al
primero que quiso ser escudero de tales tontos como debieron ser todos los
caballeros andantes pasados. De los presentes no digo nada, que, por ser vuestra
merced uno dellos, los tengo respeto, y porque sé que sabe vuesa merced
un punto más que el diablo en cuanto habla y en cuanto piensa.
-Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho
-dijo don Quijote-: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano,
que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío, todo
aquello que os viniere al pensamiento y a la boca; que, a trueco de que a vos no
os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras
impertinencias. Y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra
mujer y hijos, no permita Dios que yo os lo impida; dineros tenéis
míos: mirad cuánto ha que esta tercera vez salimos de nuestro
pueblo, y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de
vuestra mano.
-Cuando yo servía -respondió Sancho- a
Tomé Carrasco, el padre del bachiller Sansón Carrasco, que vuestra
merced bien conoce, dos ducados ganaba cada mes, amén de la comida; con
vuestra merced no sé lo que puedo ganar, puesto que sé que tiene
más trabajo el escudero del caballero andante que el que sirve a un
labrador; que, en resolución, los que servimos a labradores, por mucho
que trabajemos de día, por mal que suceda, a la noche cenamos olla y
dormimos en cama, en la cual no he dormido después que ha que sirvo a
vuestra merced. Si no ha sido el tiempo breve que estuvimos en casa de don Diego
de Miranda, y la jira que tuve con la espuma que saqué de las ollas de
Camacho, y lo que comí y bebí y dormí en casa de Basilio,
todo el otro tiempo he dormido en la dura tierra, al cielo abierto, sujeto a lo
que dicen inclemencias del cielo, sustentándome con rajas de queso y
mendrugos de pan, y bebiendo aguas, ya de arroyos, ya de fuentes, de las que
encontramos por esos andurriales donde andamos.
-Confieso -dijo don Quijote- que todo lo que dices,
Sancho, sea verdad. ¿Cuánto parece que os debo dar más de lo
que os daba Tomé Carrasco?
-A mi parecer -dijo Sancho-, con dos reales más
que vuestra merced añadiese cada mes me tendría por bien pagado.
Esto es cuanto al salario de mi trabajo; pero, en cuanto a satisfacerme a la
palabra y promesa que vuestra merced me tiene hecha de darme el gobierno de una
ínsula, sería justo que se me añadiesen otros seis reales,
que por todos serían treinta.
-Está muy bien -replicó don Quijote-; y,
conforme al salario que vos os habéis señalado, días ha que
salimos de nuestro pueblo: contad, Sancho, rata por cantidad, y mirad lo que os
debo, y pagaos, como os tengo dicho, de vuestra mano.
-¡Oh, cuerpo de mí! -dijo Sancho-, que va
vuestra merced muy errado en esta cuenta, porque en lo de la promesa de la
ínsula se ha de contar desde el día que vuestra merced me la
prometió hasta la presente hora en que estamos.
-Pues, ¿qué tanto ha, Sancho, que os la
prometí? -dijo don Quijote.
-Si yo mal no me acuerdo -respondió Sancho-,
debe de haber más de veinte años, tres días más a
menos.
Diose don Quijote una gran palmada en la frente, y
comenzó a reír muy de gana, y dijo:
-Pues no anduve yo en Sierra Morena, ni en todo el
discurso de nuestras salidas, sino dos meses apenas, y ¿dices, Sancho, que
ha veinte años que te prometí la ínsula? Ahora digo que
quieres que se consuman en tus salarios el dinero que tienes mío; y si
esto es así, y tú gustas dello, desde aquí te lo doy, y
buen provecho te haga; que, a trueco de verme sin tan mal escudero,
holgaréme de quedarme pobre y sin blanca. Pero dime, prevaricador de las
ordenanzas escuderiles de la andante caballería, ¿dónde has
visto tú, o leído, que ningún escudero de caballero andante
se haya puesto con su señor en tanto más cuánto me
habéis de dar cada mes porque os sirva? Éntrate, éntrate,
malandrín, follón y vestiglo, que todo lo pareces; éntrate,
digo, por el mare magnum de sus historias, y si hallares que algún
escudero haya dicho, ni pensado, lo que aquí has dicho, quiero que me le
claves en la frente, y, por añadidura, me hagas cuatro mamonas selladas
en mi rostro. Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a
tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más
adelante conmigo. ¡Oh pan mal conocido! ¡Oh promesas mal colocadas!
¡Oh hombre que tiene más de bestia que de persona! ¿Ahora,
cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal que a pesar de tu mujer te llamaran
señoría, te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venía
con intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor
ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la
miel... etc. Asno eres, y asno ha y en asno has de parar cuando se te acabe el
curso de la vida; que para mí tengo que antes llegará ella a su
último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres
bestia.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en
tanto que los tales vituperios le decía, y compungióse de manera
que le vinieron las lágrimas a los ojos, y con voz dolorida y enferma le
dijo:
-Señor mío, yo confieso que para ser del
todo asno no me falta más de la cola; si vuestra merced quiere
ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como
jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me
perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo
mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas, quien yerra y se
enmienda, a Dios se encomienda.
-Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras
algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono, con que te
emiendes, y con que no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu
interés, sino que procures ensanchar el corazón, y te alientes y
animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se
imposibilita.
Sancho respondió que sí haría,
aunque sacase fuerzas de flaqueza.
Con esto, se metieron en la alameda, y don Quijote se
acomodó al pie de un olmo, y Sancho al de una haya; que estos tales
árboles y otros sus semejantes siempre tienen pies, y no manos. Sancho
pasó la noche penosamente, porque el varapalo se hacía más
sentir con el sereno. Don Quijote la pasó en sus continuas memorias;
pero, con todo eso, dieron los ojos al sueño, y al salir del alba
siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro, donde les
sucedió lo que se contará en el capítulo venidero.
Sancho Panza y
Don Quijote de la Mancha
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que
a los hombres dieron los Cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la
honra, se puede y debe aventurar la vida ....”. Segunda parte,
Capítulo LVIII (1615).