La oscuridad de las reformas eléctricas
Rusia inmensa
Atanasio Campos Miramontes/Copenhagen
Rusia heredó de la URSS el
sistema eléctrico más avanzado del mundo con 341mil Mwh en 1990,
la segunda capacidad generadora mundial: cubría una inmensa
extensión territorial que abarcaba 11 husos horarios y estaba conectado a
los sistemas de distribución eléctrica de los países de
Europa Central, Finlandia, Noruega, Turquía, Irán, Mongolia y
Corea del Norte. De hecho, la URSS surgió y se desarrolló como
proyecto civilizatorio junto con su sistema eléctrico: En 1920, en plena
guerra civil, cuando Lenin explicaba los planes de electrificación de la
naciente Rusia Soviética y decía que “el comunismo era igual
al poder soviético más la electrificación del
país”, un clásico de la ciencia ficción occidental,
H. G. Wells, lo llamó “el soñador del Kremlin”.
Por su óptima gestión, explotación confiable,
eficiencia económica, y base tecnológica, el sistema
eléctrico de Rusia hasta la fecha no tienen análogos en el mundo.
Fue conformándose durante casi siete décadas, desde el plan
leninista de electrificación de Rusia, la construcción de las
gigantes hidroeléctricas, las primeras centrales atómicas, y el
tendido de miles de kilómetros de cables de alta tensión para
transportar electricidad desde Siberia a Europa Oriental, hasta la
creación del Centro Único de Mando y Control de todo el sistema
eléctrico. El sistema fue concebido y creado tomando en cuenta la
necesidad de transportar y transmitir electricidad a grandes distancias, a fin
de cubrir las oscilaciones en la demanda de electricidad conforme se desplazaba
el día por cada uno de los husos horarios del inmenso territorio de la
Unión Soviética. El sistema único energético de la
URSS fue proyectado y se fue construyendo como un sistema post-industrial,
incompatible con la autorregulación mercantil, sino exclusivamente para
su gestión racional y centralizada, no sólo a escala estatal,
sino supranacional; es decir, de todos los países que conformaban el
Pacto de Varsovia. Como prueba de su eficiencia económica y
confiabilidad, basta señalar que, mientras en Estados Unidos los
múltiples sistemas eléctricos mantienen hasta un 30% de sus
capacidades como reservas para situaciones de fallas, en la URSS era suficiente
con 5%, gracias a las posibilidades que el sistema ofrecía de transmitir
el excedente de electricidad en una región a otra deficitaria en horas
pico. Además, el sistema eléctrico unificado permitía
explotar al máximo las plantas generadoras de electricidad con más
bajo costo, mientras que las termoeléctricas jugaban en esencia un papel
complementario, haciendo el sistema más eficiente que cualquier otro en
el mundo. En los 80s el costo de producción de un Kw en la URSS era de
1.82 centavos de dólar en una termoeléctrica, de 1.35 en una
núcleo-eléctrica, y de sólo 0.20 en las
hidroeléctricas. Estas últimas generaban ganancias anuales de 3.5
mil mdd. Estas ganancias eran la fuente de las inversiones constantes que se
realizaban año con año en la modernización y
expansión del sistema. Así, junto con el sector de defensa, el
sector eléctrico jugaba el papel de locomotora del crecimiento en
sectores tecnológicos claves de la economía soviética. En
resumen: Rusia heredó de la URSS no sólo un sistema
eléctrico tecnológicamente de avanzada, sino también
financieramente sano.( [*])
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La desintegración de la URSS representó el primer golpe
al sistema eléctrico: al quedar en nuevos países soberanos una
parte considerable de la capacidad de generación, al cercenarse segmentos
magistrales de las líneas de transmisión en Kazajstán, los
enormes ramales de la red de toda Asia Central, de Transcaucasia, y las
repúblicas soviéticas europeas. En 1992, como resultado de las
reformas de “transición a la economía de mercado”, el
sistema eléctrico de Rusia fue reorganizado en tres niveles: a) federal,
en la Sociedad Accionaría de Electricidad (SAE); b) regional, en
72 sociedades accionarías energéticas; y c) Rosenergoatom
-el consorcio estatal que agrupa todas las plantas
núcleo-eléctricas. La SAE controla la mayor parte de la
infraestructura de importancia ínter-sistémica: la mayoría
de las grandes termoeléctricas e hidroeléctricas, la red de cables
de alta tensión (de 300 y más Kw), que vincula la red del sistema,
así como el Centro Único de Mando y Control. La capacidad total de
las plantas que controla este consorcio es mayor a 600 mil millones de Kwh,
equivalente a dos terceras partes de la capacidad total instalada de las
termoeléctricas e hidroeléctricas. Sin embargo, buena parte de los
bienes de capital deben ser reemplazados, debido a que ya agotaron y hasta
rebasaron el periodo de servicio para el que fueron fabricados: sólo por
esta razón en 2005 dejarán de generar 80 millones de Kwh (el 37%
en relación con 1997), mientras que en 2010 serán ya 108-113
millones de Kwh (50-52%). También se estima que aproximadamente el 40%
de las instalaciones y líneas magistrales de alta tensión que
transmiten la electricidad a miles de kilómetros requieren ser
renovadas. La condición del equipo de mando y control del sistema es tal
que, ya para 1996, el 20% del tiempo calendarizado de servicio estuvo trabajando
a una frecuencia de 49.8 hertz, lo cual implica un serio perjuicio a los
consumidores por la calidad del servicio.
Las sociedades
energéticas regionales controlan principalmente aquellas
termoeléctricas construidas para el suministro exclusivo a ciudades y
regiones de su jurisdicción, así como aquella parte de la red que
trabaja exclusivamente para la región. El gobierno federal, por medio de
la SAE, aspiraba a mantener su papel rector en estas sociedades regionales a
través del control del 49% de acciones, pero el proceso de
fragmentación del sistema eléctrico ha sido tal que dos sociedades
regionales son totalmente independientes (Irkustk y Tatarstán), mientras
que en el resto su participación accionaría oscila entre muy baja
hasta su total control. El estado actual de la base técnica de estas
sociedades también es muy contrastante, desde el empleo de turbinas y
maquinaria con altos índices de rendimiento, hasta el funcionamiento de
verdaderas piezas de museo, y secciones de la red en deplorables
condiciones.
Rosenergoatom agrupa las 9 plantas
núcleo-eléctricas que funcionan en Rusia, y produce el 15% de la
electricidad que se genera en el país. A pesar de la suspensión de
la construcción de varias plantas, el sector electro-nuclear es el
único que mantiene los niveles de generación con que contaba Rusia
antes de la desintegración de la URSS (para el año 2000 generaba
130 mil millones de Kwh, en comparación con 128 mil millones Kwh en
1990). A la energía nuclear corresponde más de la mitad del
incremento de generación en los últimos tres años.
Después de la catástrofe de Chernobil en 1986, el nivel de
seguridad se ha incrementado considerablemente: en 7 mil horas de trabajo el
índice de suspensiones es de 0.24h, mientras que el nivel medio mundial
es de 0.7h, superado sólo por Japón con 0.2h. El Estado
todavía mantiene el control de esta rama estratégica, no
sólo por su impacto industrial y tecnológico, sino por el bajo
costo de producción de electricidad. Pero también padece los
efectos de la crisis de pagos, al recibir sólo el 47% de las entregas
facturadas de electricidad a la compañía operadora de la red, lo
cual impide que se desarrolle con recursos propios. Además, en el
programa de desarrollo energético se le ha impuesto un tope de desarrollo
muy por debajo de su potencial, como una forma de obligarla a su
privatización mediante la venta de acciones.
La primera
reorganización coincidió con el periodo de la euforia demencial de
saqueo, robo y despilfarro, de una despiadada y salvaje
“acumulación originaria” de capital; cuando nadie pensaba en
la preservación de las bases de la riqueza nacional (en la
amortización de los bienes de capital), mucho menos en su
modernización o ampliación. En ausencia casi absoluta de
inversiones (en 12 años sólo fueron incorporadas dos grandes
plantas generadoras: una hidroeléctrica y una planta nuclear, cuya
construcción inició desde la época soviética,
mientras que el proyecto del tendido de una nueva línea de alto voltaje
desde Siberia no ha sido retomado). El servicio se mantuvo gracias a las enormes
reservas del sistema electro-energético, a la reducción
significativa de la demanda de electricidad como consecuencia de una
caída de la producción industrial sin precedentes en la historia
moderna, y al profesionalismo y abnegación de los recursos humanos. Pero
durante estos años surgió una recurrente crisis de pagos en el
sector que, principalmente en las llamadas regiones deficitarias de
energía, condujo a las suspensiones regulares del servicio, inclusive en
pleno invierno.
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Actualmente la estructura de la propiedad en el sector eléctrico
es inherentemente contradictoria con su base tecnológica: a partir de
1998 el Estado perdió la posibilidad de administrar ese enorme
conglomerado debido a que el capital extranjero adquirió el 32% de las
acciones (el Banco de Nueva York detentaba en 1999 más del 15%), con el
cual tienen la capacidad de bloquear cualquier decisión de la
compañía: conforme a los estatutos de la sociedad, el Estado no
puede decidir la designación del director general sin la anuencia de los
accionistas extranjeros.
En Rusia también se pretende continuar
por la senda de la fragmentación del colosal energético, arguyendo
la imperiosa necesidad de invertir como mínimo 60 mil mdd para modernizar
el sector. Se argumenta que, para incrementar el interés del capital
privado, es imprescindible su fragmentación en cientos de
compañías estrechamente especializadas como generadoras,
distribuidoras, y comercializadoras de electricidad, alrededor de una
compañía operadora de la inmensa red eléctrica que se
extiende por ese país continente (una vez más aparece el mismo
esquema de reforma: un operador independiente al servicio de los intereses
privados en los segmentos de producción y comercialización de
electricidad). La iniciativa de ley contempla que, a partir de 2006, los
segmentos de producción y comercialización serán totalmente
“regulados” por el mercado, mientras que el estado mantendrá
su papel rector, siendo accionista mayoritario, como operador de la red y del
Centro Único de Mando y Control. La realidad del sistema eléctrico
de Rusia muestra descarnadamente la absurda quimera de la concurrencia mercantil
de las empresas generadoras: no pueden someterse a un mismo rasero las
compañías próximas a los grandes centros consumidores y las
que no lo están, las pequeñas y grandes generadoras, las
estaciones atómicas, las hidroeléctricas y las
termoeléctricas, ya que su capacidad competitiva es marcadamente
desigual. El actual director de la SAE e inspirador de la reforma del sistema
eléctrico, Anatoly Chubais (autor también de la
privatización de la propiedad en Rusia, la estafa más grande de
toda la historia de la humanidad), al asumir dicho cargo en 1998 declaró
que debido a las deudas acumuladas, el valor de mercado era de tan sólo
70 mil mdd (¡con todo y las grandes hidroeléctricas, red de
transmisión y del Centro Único de Mando y Control, etc.!).
Pareciera que, con un exacerbado complejo de Edipo, la actual
generación de reformadores en Rusia se empeña en destruir a toda
costa el legado de sus antecesores: si para Lenin el socialismo era
“el poder soviético más la electrificación de
todo el país”; para sus “descendientes”, el
capitalismo es igual al poder de los oligarcas menos la
electrificación de las regiones industrialmente desarrolladas de
Rusia. Con un resultado a la vista: la desindustrialización de
Rusia y su conversión en abastecedor de materia primas de los
países desarrollados.
El
patrimonio colectivo de las naciones se defiende o se pierde
[*] Como otra prueba
fehaciente del adelanto visionario del sistema eléctrico de la URSS,
basta señalar que, a raíz de las recientes fallas
eléctricas que se han suscitado en varios países europeos, Jorge
Vasconcelos, Presidente del Consejo de Reguladores Europeos, anunció en
octubre pasado que la Unión Europea resolvió crear un Centro
Unificado de Mando y Control para operar todos los sistemas eléctricos
nacionales.
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