2005, 400 años de El Quijote de la Mancha
Don Quixote
Marcelino Menéndez Pelayo*
Del discurso en la solemne fiesta
académica organizada por la Universidad Central de Madrid para conmemorar
la Publicación del Quijote, son los siguientes fragmentos, en que se
aquilatan el clasicismo de Cervantes, el mérito de su prosa y la
concepción y desarrollo progresivo de su obra genial. Fuente:
Portal de Don Quijote, www.donquixote.com
"El espíritu de la antigüedad
había penetrado en lo más hondo de su alma, y se manifiesta en
él, no por la importuna profusión de citas y reminiscencias
clásicas, de que con tanto donaire se burló en su prólogo,
sino por otro género de influencia más honda y eficaz: por lo
claro y armónico de la composición; por el buen gusto que rara vez
falla, aun en los pasos más difíciles y escabrosos; por cierta
pureza estética que sobrenada en la descripción de lo más
abyecto y trivial; por cierta grave, consoladora y optimista filosofía
que suele encontrarse con sorpresa en sus narraciones de apariencia más
liviana; por un buen humor reflexivo y sereno, que parece la suprema
ironía de quien había andado mucho mundo y sufrido muchos
descalabros en la vida, sin que ni los duros trances de la guerra, ni los
hierros del cautiverio, ni los empeños, todavía más duros
para el alma generosa, de la lucha cotidiana y estéril con la adversa, y
apocada fortuna, llegasen a empañar la olímpica serenidad de su
alma, no sabemos si regocijada o resignada."
"No basta fijarse en distracciones o
descuidos, de que nadie está exento, para oponerse al común
parecer qué da a Cervantes el principado entre los prosistas de nuestra
lengua, no por cierto en todos géneros y materias sino en la amplia
materia novelesca, única que cultivó. La prosa histórica,
la elocuencia ascética, tienen sus modelos propios, y de ellos no se
trata aquí.
El campo de Cervantes fue la narración
de casos fabulosos, la pintura de la vida humana, seria o jocosa, risueña
o melancólica, altamente ideal o donosamente grotesca, el mundo de la
pasión, el mundo de lo cómico y de la risa. Cuando razona, cuando
diserta, cuando declama, ya sobre la edad de oro, ya sobre las armas y las
letras, ya sobre la poesía y el teatro, es un escritor elegante, ameno,
gallardísimo.
"Otros trozos del Quijote, retóricos y
afectados de propósito, o chistosamente arcaicos, se han celebrado hasta
lo sumo, por ignorarse que eran parodias del lenguaje culto y altisonante de los
libros de caballerías, y todavía hay quien en serio los imita,
creyendo poner una pica en Flandes. A tal extremo ha llegado el desconocimiento
de las verdaderas cualidades del estilo de la fábula inmortal, que son
las más inasequibles a toda imitación por lo mismo que son las que
están en la corriente general de la obra, las que no hieren ni deslumbran
en tal o cual pasaje, sino que se revelan de continuo por el inefable bienestar
que cada lectura deja en el alma, como plática sabrosa que se renueva
siempre con delicia, como fiesta del espíritu cuyas antorchas no se
apagan jamás.
"Donde Cervantes aparece incomparable y
único es en la narración y en el diálogo..."
"La obra de Cervantes no fué de
antítesis, ni de seca y prosaica negación, sino de
purificación y complemento. No vino a matar un ideal, sino a
transfigurarle y enaltecerle. Cuanto había de poético, noble y
hermoso en la caballería, se incorporó en la obra nueva con
más alto sentido. Lo que había de quimérico, inmoral y
falso, no precisamente en el ideal caballeresco, sino en las degeneraciones de
él, se disipó como por encanto ante la clásica serenidad y
la benévola ironía del más sano y equilibrado de los
ingenios del Renacimiento. Fué de este modo, el Quijote, el último
de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto, el que
concentró en un foco luminoso la materia poética difusa, a la vez
que, elevando los casos de la vida familiar a la dignidad de la epopeya,
dió el primero y no superado modelo de la novela realista
moderna.
"Los medios que empleó Cervantes para
realizar esta obra maestra del ingenio humano fueron de admirable y sublime
sencillez. El motivo ocasional, el punto de partida de la concepción
primera, pudo ser una anécdota corriente. La afición a los libros
de caballerías se había manifestado en, algunos lectores con
verdaderos rasgos de alucinación, y aun de locura.
"El desarrollo de la fábula primitiva
estaba en algún modo determinado por la parodia continua y directa de los
libros de caballerías, de la cual poco a poco se fué emancipando
Cervantes a medida que penetraba más y más en su espíritu
la esencia poética indestructible que esos libros contenían, y que
lograba albergarse, por fin, en un templo digno de ella. El héroe, que en
los primeros capítulos no es más que un monomaníaco, va
desplegando poco a poco su riquísimo contenido moral, se manifiesta por
sucesivas revelaciones, pierde cada vez, más su carácter
paródico, se va purificando de las escorias del delirio, se pule y
ennoblece gradualmente, domina y transforma todo lo que le rodea, triunfa de sus
inicuos o frívolos burladores, y adquiere la plenitud de su vida
estética en, la segunda parte. Entonces no causa lástima, sino
veneración; la sabiduría fluye en sus palabras de oro; se le
contempla a un tiempo con respeto y con risa, como héroe verdadero y como
parodia del heroísmo. Su mente es un mundo ideal donde se reflejan,
engrandecidas, las más luminosas quimeras del ciclo poético, que
al ponerse en violento contacto con el mundo histórico, pierden lo que
tenían de falso y peligroso, y se resuelven en la superior
categoría del humorismo sin hiel, merced a la influencia benefíca
y purificadora de la risa. Así como la crítica de los libros de
caballerías fué ocasión o motivo, de ningún modo
causa formal ni eficiente, para la creación de la fábula del
Quijote, así el protagonista mismo comenzó por ser una parodia
benévola de Amadís de Gaula, pero muy pronto se alzó sobre
tal representación. En don Quijote revive Amadís, pero
destruyéndose a sí mismo en lo que tiene de convencional,
afirmándose en lo que tiene de eterno. Queda incólume la alta idea
que pone el brazo armado al servicio del orden moral y de la justicia, pero
desaparece su envoltura transitoria, desgarrada en mil pedazos por el
áspero contacto de la realidad, siempre imperfecta, limitada siempre,
pero menos imperfecta, menos limitada, menos ruda en el Renacimiento que en la
Edad Media.
"No fué de los menores aciertos de
Cervantes haber dejado indecisas las fronteras entre la razón y la
locura.; y dar las mejores lecciones de sabiduría por boca de un
alucinado. No entendía con esto burlarse de la inteligencia humana, ni
menos escarnecer el heroísmo, que en el Quijote nunca resulta
ridículo sino por la manera inadecuada e inarmónica con que el
protagonista quiere realizar su ideal, bueno en sí, óptimo y
saludable. Lo que desquicia a don Quijote no es el idealismo, sino el
individualismo anárquico. Un falso concepto de la actividad es lo que le
perturba y enloquece, lo que le pone en lucha temeraria con el mundo y hace
estéril toda su virtud y su esfuerzo. En el conflicto de la libertad con
la necesidad, don Quijote sucumbe por falta de adaptación al medio; pero
su derrota no es más que aparente, porque su aspiración generosa
permanece íntegra y se verá cumplida en un mundo mejor, como lo
anuncia su muerte tan cuerda y tan cristiana.
"Si éste es un símbolo, y en
cierto modo no puede negarse que para nosotros lo sea y que en él estribe
una gran parte del interés humano y profundo del Quijote, para su autor
no fué tal símbolo, sino criatura viva, llena de belleza
espiritual, hijo predilecto de su fantasía romántica y
poética, que se complace en él y le adorna con las más
excelsas cualidades del ser humano. Cervantes no compuso o elaboró a don
Quijote por el procedimiento frío y mecánico de la
alegoría, sino que le vió con la súbita iluminación
del genio, siguió sus pasos atraído y hechizado por él, y
llegó al símbolo sin buscarle, agotando el riquísimo
contenido psicológico que en su héroe había. Cervantes
contempló y amó la belleza, y todo lo demás le fué
dado por añadidura. De este modo, una risueña y amena
fábula que había comenzado por ser parodia literaria, y no de todo
el género caballeresco, sino de una particular forma de él, y que
luego, por necesidad lógica fué sátira del ideal
histórico que en esos libros se manifestaba, prosiguió
desarrollándose en una serie de antítesis, tan bellas como
inesperadas, y no sólo llegó a ser la representación total
y armónica de la vida nacional en su momento de apogeo e inminente
decadencia, sino la epopeya cómica del género humano, el breviario
eterno de la risa y de la sensatez.
"Con don Quijote comparte los reinos de la
inmortalidad su escudero, fisonomía tan compleja como la suya en medio de
su simplicidad aparente y engañosa. Puerilidad insigne sería creer
que Cervantes la concibió de una vez como un nuevo símbolo para
oponer lo real a lo ideal, el buen sentido prosaico a la exaltación
romántica. El tipo de Sancho pasó por una elaboración no
menos larga que la de don Quijote; acaso no entraba en el primitivo plan de la
obra, puesto que no aparece hasta la segunda salida del héroe; fué
indudablemente sugerido por la misma parodia de los libros de caballerías
en que nunca faltaba un escudero al lado del paladín andante. Pero estos
escuderos, como el Gandalín del Amadís, por ejemplo, no eran
personajes cómicos, ni representaban ningún género de
antítesis.
"Sancho formula su filosofía en
proverbios; es interesado y codicioso a la vez que leal y adicto a su
señor; se educa y mejora bajo la disciplina de su patrono, y si por el
esfuerzo de su brazo no llega a ser caballero andante llega por su buen sentido,
aguzado en la piedra de los consejos de don Quijote, a ser íntegro y
discreto gobernante, y a realizar una manera de utopía política en
su ínsula.
"Lo que en su naturaleza hay de bajo o
inferior, los apetitos francos y brutales, la tendencia prosaica y utilitaria,
si no desaparecen del todo, van perdiendo terreno cada día bajo la mansa
y suave disciplina, sin sombra de austeridad, que don Quijote profesa; y lo que
hay de sano y primitivo en el fondo de su alma, brota con irresistible empuje,
ya en forma ingenuamente sentenciosa, ya en inesperadas efusiones de
cándida honradez. Sancho no es una expresión incompleta y vulgar
de la sabiduría práctica, no es solamente el coro
humorístico que acompaña a la tragicomedia humana: es algo mayor y
mejor que esto, es un espíritu redimido y purificado del fango de la
materia por don Quijote; es el primero y mayor triunfo del ingenioso hidalgo; es
la estatua moral que van labrando sus manos en materia tosca y rudísima,
a la cual comunica el soplo de la inmortalidad. Don Quijote se educa a sí
propio, educa a Sancho, y el libro entero es una pedagogía en
acción, la más sorprendente, y original de las pedagogías,
la conquista del ideal por un loco y por un rústico, la locura
aleccionando y corrigiendo a la prudencia mundana, el sentido común
ennoblecido por su contacto con el ascua viva y sagrada de lo
ideal”.
Marcelino Menéndez
Pelayo, escritor español, 1856-1912.