La paraestatal mexicana ejemplifica el avance neoliberal
LyFC, desintegración del
proceso de trabajo
"La tecnología capitalista no ha sido
diseñada para cumplir de mejor manera las capacidades de
producción del trabajador, sino para afirmar y consolidar la
condición del ser humano como simple fuerza de trabajo al servicio de la
maquinaria, como capital variable que está ahí para ser succionado
por el capital constante"
Echeverría, Bolívar. "Karl Marx. La Tecnología del
Capital". Editorial ITACA, México 2005. |
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El funcionamiento de la
industria eléctrica es relativamente complejo. Su proceso de trabajo
corresponde a las características de su desarrollo histórico y sus
objetivos, que en el caso de una empresa pública, son proporcionar con
oportunidad y suficiencia tal servicio público controlado por el estado,
al costo más bajo y en las mejores condiciones posibles.
Sin
embargo, con la crisis del modelo clásico del estado benefactor, la
desregulación neoliberal del sector eléctrico a escala global
--impuesta por las grandes potencias mundiales a través de los organismos
financieros para asegurar la apropiación privada de los medios de
producción de la energía--, reclama la introducción
intensiva de tecnología para concretar la expropiación misma del
proceso de trabajo eléctrico.
Tal es el caso aún para las
empresas que, siendo de propiedad pública son dirigidas según los
modos de administración y producción de las empresas privadas,
como la mexicana Luz y Fuerza del Centro (LyFC), enfrascada hace años en
un proceso de modernización cuyo eje es el desplazamiento de los
trabajadores y el cambio de los procesos de trabajo actuales, organizados en
función del dominio de la materia de trabajo --es decir por su
especialización--, determinada a su vez por la división
clásica del trabajo, invalidando de esta forma toda la capacidad de
resistencia de los trabajadores. Se trata de "tecnologizar" los procesos para
profundizar el dominio del capital sobre la fuerza de trabajo, imponiendo la
sobre-explotación basada en el desarrollo de la productividad y la
competencia individual.
Con este fin llegaron a LyFC hace años
verdaderas hordas de nuevos funcionarios (externos la mayoría, aunque los
hay reclutados dentro de la propia empresa) que, impuestos y apoyados desde la
dirección (incluso al margen de la relación laboral vigente) e
infundidos del ideal neoliberal, critican el proceso de trabajo establecido
simplemente para promover su sustitución, pero nunca para
mejorarlo.
Desgraciadamente entre los propios trabajadores electricistas
priva todavía el desconcierto ante tales fenómenos, de manera que
sigue sin fijarse una posición colectiva que la dirigencia del Sindicato
Mexicano de Electricistas (SME) esté obligada a impulsar para promover la
modernización de LyFC con una visión social. Mientras, la
administración aprovecha para avanzar en la adquisición de nueva
tecnología, tanto informática como para la generación
eléctrica, explotando el hecho de que ambas necesidades son vitales para
el fortalecimiento del organismo público.
Sin embargo, en el
primer caso resulta inexplicable la necedad por imponer los fallidos Sistemas de
Gestión adquiridos a la transnacional Fenosa --ahora presuntamente
sustituidos ante una propuesta realizada por el Instituto Politécnico
Nacional (institución educativa que carece de los recursos y experiencia
en dichos trabajos)--, o la insistencia por licitar un nuevo sistema de
adquisición de datos y facturación que entregaría a los
privados el control de la cartera de “clientes mayores” de LyFC,
así como la insistencia en involucrar al SME en una propuesta de ley que
habrá de “reservar” el ancho de banda correspondiente a la
transmisión por Líneas de Potencia (PLC) en favor de las grandes
transnacionales de las Telecomunicaciones.
En el segundo caso, se
pretende admitir que personal ajeno al SME realice la instalación y
mantenimiento de nuevas plantas generadoras distribuidas.
Para muchos
compañeros de clase, lo anterior es justificable porque según
ellos lo realmente importante es la modernización de LyFC para asegurar
su consolidación, consideran además que "lo único que se
pierde" es materia de trabajo que incluso más adelante puede recuperarse.
En esta lógica se minimiza el hecho que la tecnologización de los
procesos de trabajo tiene como fin imponer nuevas formas de producción,
establecer nuevos procesos de trabajo en los cuales los modos de
cooperación desarrollados ya no tendrán cabida. Se trata de
someter el proceso mismo de trabajo al dominio del capital.
Por
supuesto, no se trata de rechazar compulsivamente toda modernización. Por
el contrario, el momento actual requiere de los trabajadores un máximo
esfuerzo de análisis para desarrollar una alternativa social para la
aplicación de la tecnología, entender su esencia y dominar el
sentido que deba dársele. Otra actitud sería aceptar “el fin
del trabajo” proclamado por los ideólogos
neoliberales.
Tenemos el antecedente de la “mano de obra no
calificada”, en donde el efecto devastador de la modernización
neoliberal es ya inocultable, a escala mundial millones de trabajadores
sobreviven del trabajo precario por la desintegración de grandes cadenas
productivas. El siguiente paso lo constituye la destrucción de los
mecanismos de cooperación en el trabajo especializado.
En el caso
de la tecnología, la estrategia capitalista es eliminar las áreas
internas especializadas, para sustituirlas por servicios contratados
externamente (método conocido como "outsourcing"), proporcionados por
empresas internacionales --supuestamente de alta especialización--, cuyos
costos de operación además son menores (simplemente porque la
relación contractual que ofrecen a sus trabajadores está en
línea con las nuevas formas del trabajo neoliberal: bajos salarios y cero
protección social para la mayoría, mientras unos cuantos disfrutan
de grandes prestaciones). Como complemento, con cada servicio estratégico
que se entrega a la iniciativa privada se destruye la experiencia y los recursos
desarrollados internamente, para evitar que regrese al control obrero, limitando
así toda capacidad real de respuesta de sus organizaciones.
Todo
lo hasta aquí discutido tiene implicaciones más allá de las
laborales, tiene que ver incluso con el modelo educativo y su vinculación
con el desarrollo técnico y científico del país, etc., por
lo que es urgente alcanzar definiciones y adoptar una estrategia
tecnológica social.
Sin embargo la lucha comienza con los
trabajadores, defendiendo el carácter social del trabajo.