Introducción
Proyecto de nación y lucha de clases
Hablar de un proyecto nacional
es hablar de los grandes problemas nacionales y las posibles alternativas de
solución. El proyecto es la integración de los sentimientos,
aspiraciones y propuestas de los mexicanos en las presentes condiciones. Todos
los sectores tienen problemas y demandas, cada mexicano podría tener un
proyecto. Pero se trata de incluir esas demandas específicas en
propuestas de más alcance que no únicamente sumen sino
integren.
No es necesario inventar ningún proyecto de
Nación. Hay realidades objetivas que determinan al proyecto. En primera
instancia, el proyecto ha de estar inscrito en el contexto de la lucha de
clases. Esto supone asumir una definición precisa que nos distingue de
otros.
Hay experiencias previas y, las más importantes, son de la
clase obrera. Por ello, no hay proyecto de Nación sin proyecto obrero.
Esto quiere decir que, el programa obrero, debe ser el eje de cualquier proyecto
de Nación.
Para los trabajadores no ha terminado la historia ni
ha triunfado el liberalismo capitalista. La lucha de clases es plenamente
vigente y, diariamente, somos partícipes de las confrontaciones entre el
trabajo y el capital. La existencia y presencia de la fuerza natural (el
trabajo) y la fuerza social (el capital) allí están, en cualquier
parte del mundo, más allá de las fronteras, adoptando las mismas
expresiones de contradicción incrementadas por el desarrollo
tecnológico.
En México, la lucha de clases está
presente en todos los ámbitos de la actividad económica y social,
política y cultural. En México y en el mundo, también,
está vigente la esencia del pensamiento revolucionario clásico. En
este sentido, la organización del proletariado es la tarea
política de nuestra época.
Vigentes banderas proletarias
Más de un siglo de lucha obrera en
México no ha cristalizado a plenitud pero epopéyicas jornadas han
marcado a nuestra historia. Antes, durante y después de la
Revolución Mexicana de 1910-19, las banderas enarboladas por Ricardo
Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano fueron, y han sido, retomadas
en diversos momentos culminantes.
Las huelgas de los mineros de Cananea
y de los textileros de Río Blanco en 1906 hicieron a los obreros
mexicanos precursores de la Revolución, no obstante la debilidad
socialmente inherente pues México estaba caracterizado más por la
manufactura que por la gran industria. La huelga del Sindicato Mexicano de
Electricistas (SME) de 1916, en abierto desafío a Carranza, en el
contexto de la huelga general de la Federación Obrera del Distrito
Federal, marcó el destino del proletariado nacional. Solo nuestra propia
lucha, organizada y conciente, podrá liberarnos; jamás
ningún gobierno, organización o lucha ajena. Flores Magón y
Emiliano Zapata definieron el rumbo de México al abanderar el derecho de
la Nación a la propiedad colectiva social de la tierra y sus recursos, y
los derechos sociales de los mexicanos en su carácter de productores.
La irrupción de las masas obreras en los 30’s
potenció la expropiación de la industria petrolera y la
construcción de grandes organizaciones obreras. El Comité Nacional
de Defensa Proletaria fue una importante experiencia de organización y
lucha. Esta organización fue capaz de accionar en fase activa y
constructiva con base en las formaciones sindicales industriales. En ese
contexto, surgió el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la
República Mexicana (STPRM). La huelga de los electricistas del SME de
1936, tal vez de las últimas llevadas a cabo con las armas en la mano,
mostró al proletariado la importancia de seguir un camino
propio.
Después, vendría un espacio vacío y oscuro
dominado por el charrismo sindical, estructura antagónica los
intereses obreros, aún cuando la clase obrera se volvió más
importante socialmente pero no así en el plano
político.
Durante décadas, en medio de las más
difíciles condiciones, el accionar de los electricistas ha sido la
excepción. Integrados en diversas organizaciones sindicales hemos
recorrido un largo camino. Los electricistas de la Federación Nacional de
la Industria y Comunicaciones Eléctricas (FNTICE) y del Sindicato
Mexicano de Electricistas (SME), integrados en la Confederación Nacional
de Electricistas de la República Mexicana (CNERM), fueron precursores de
la nacionalización eléctrica (1960) y coautores de la misma. La
nacionalización eléctrica ha sido siempre una propuesta de los
trabajadores. “Luchamos por la Nacionalización”, decía
la CNERM, y adicionó las consignas: “Un solo Contrato, un solo
Sindicato”, “Democracia Sindical”.
Otros
destacamentos, como los ferrocarrileros, se destacaron en la lucha por la
democracia sindical y contra el charrismo. Las huelgas de 1958-59 estremecieron
al país y fueron violentamente reprimidas por el Estado. En el sindicato
minero-metalúrgico tuvieron gran impacto las huelgas mineras de Nacozari
(1978), de la siderúrgica Las Truchas (1979, 1985) y otras más. De
igual manera, fue importante la lucha de los nucleares de 1978 y de 1983-88. En
los últimos 25 años, los maestros han sostenido un movimiento
democratizador en varias partes del país.
Sin embargo, el
charrismo sindical, la práctica del gremialismo y de un sindicalismo
corporativo han terminado por dominar al sindicalismo mexicano. Con diversos
grados, se practica un sindicalismo desclasado, apenas gremial y corporativo. El
sindicalismo como tal tiene límites precisos y determinados pero, en
México, van 50 años con tendencia hacia el atraso.
En los
años recientes (1999-2004), el Sindicato Mexicano de Electricistas se ha
destacado en la lucha contra la privatización eléctrica,
integrando acciones sindicales y políticas. La movilización
convocada por el SME ha conjugado los sentimientos nacionalistas de los
mexicanos y la defensa de la soberanía de la Nación. Las
condiciones no han sido las mejores porque, en el espacio contrario, es el
charrismo sindical el que ha apoyado la privatización energética
furtiva y la desnacionalización de las industrias eléctrica y
petrolera.
Candentes problemas por resolver
En México, el principal problema del
movimiento obrero es el charrismo sindical, pero no
nadamás.
Algunos sectores sindicales han tomado el camino de la
socialdemocracia y, en el mejor de los casos, reducen la democracia sindical
únicamente al nivel formal y aparente. El programa que enarbolan asume al
neoliberalismo y se orienta a mitigar la lucha de clases, mediante una
política de colaboracionismo y la práctica de un sindicalismo
corporativo. Esta tendencia sindical se caracteriza por reducir las demandas,
asumir al contrario, moverse en el nivel de la apariencia jamás de la
esencia, dando por aceptadas las políticas antiobreras, pretendiendo
recibir las dádivas de un diálogo social inexistente.
Estratégicamente, su función es limar el filo revolucionario del
proletariado. La política socialdemócrata implica maquillar al
capitalismo y evitar la transformación social misma que no propone. Esa
política, por supuesto, no es obrera.
La mayoría de los
trabajadores, sin embargo, no participa de nada pues no están
sindicalizados. Los trabajadores somos mayoría en México y los
jóvenes representan la proporción mayor, muchos desempleados y
subempleados, pero solo una minoría están organizados.
Entre los trabajadores sindicalizados la acción es mínima
o inexistente porque los sindicatos carecen de dinámica, son
únicamente membretes o sindicatos corporativos a lo sumo. Las diversas
representaciones sindicales asumen al charrismo con la práctica de la
corrupción, la despolitización y el abandono de los objetivos del
sindicato, siempre al margen del acontecer nacional.
Muchos de los
sindicatos no son tales, se trata de sindicatos fantasmas, viles negocios en
manos de criminales que “venden protección” generalmente a
pequeños empresarios. Estos falsos sindicatos son tolerados por las
autoridades y existen como lacras. Más de 120 mil “contratos de
protección” han proliferado impunemente.
Asimismo, es
común el desinterés de los trabajadores por conocer y hacer valer
sus derechos. Cuando se han logrado conquistas, se limitan a cobrarlas sin
jamás hacer nada para mejorarlas ni mucho menos socializarlas. La
apatía obrera ha sido el resultado de la deseducación de
décadas auspiciada por el charrismo pero, también, de la
inconciencia de los trabajadores que prefieren vivir cobardemente sometidos.
Este es un problema político de importancia que debemos resolver
reconociéndolo y superándolo, mediante formas organizativas y
políticas adecuadas, para el desarrollo de la conciencia social en su
expresión concreta.
Número, organización y dirección
La clase obrera es
fuerte por su número, lo dice el pensamiento revolucionario
clásico, pero el número solo cuenta cuando está unido por
la organización y guiado por el saber. En México,
durante el siglo XX, con el desarrollo del capitalismo la clase obrera
adquirió una enorme fuerza social. Sin embargo, esa fuerza no se
corresponde con su fuerza política. Políticamente, la clase obrera
mexicana fue pronto sometida y, la opresión sigue hasta el día de
hoy.
Durante las jornadas obreras de los 30s se fundó, incluso, a
la Confederación de Trabajadores de México (CTM) como una central
obrera que tenía en sus estatutos el objetivo de luchar por el
socialismo, su lema era “Por una sociedad sin clases”. Sin embargo,
el imperialismo intervino de inmediato al movimiento obrero hasta
desnaturalizarlo y destruirlo. El charrismo sindical es el pilar
estratégico para la dominación imperialista de
México.
La clase obrera mexicana ha crecido, su número
indica una mayoría de mexicanos. Pero no existe ni siquiera la conciencia
de esa fuerza. Los trabajadores mexicanos NO estamos unidos por la
organización. Algunos trabajadores sindicalizados están en
sindicatos o centrales más, esas organizaciones, afilian pero NO
unifican. Peor aún, la organización sindical ha sido desecha.
Primero, porque solamente agrupa a una escasa minoría; y, segundo, porque
existen multitud de sindicatos y sindicatitos que han terminado por pulverizar
al movimiento incapacitándolo para la acción unificada tan
siquiera por reivindicaciones elementales.
En tales condiciones, la
lucha obrera en México es casi inexistente y cuando ocurre es en el
aislamiento. Los sindicatos son agrupamientos corporativos no solidarios,
entidades de negocios no de lucha proletaria. Las excepciones son muy pocas con
experiencias amargas. Es que, a la desorganización debe sumarse la
ausencia de dirección. El saber se ha despreciado, la clase obrera
marcha sin dirección de clase, al pensamiento obrero no se le estudia ni
se le aplica en los procesos de trabajo ni en la lucha política. El
resultado ha sido el empirismo, los métodos atrasados de trabajo, la
improvisación y la disgregación de las fuerzas.
En tales
circunstancias, el charrismo sindical ha devenido en una superestructura con
amplio poder económico y político. La corporativización
sindical ha llevado al abandono de principios, a una mayor
desorganización y a la postración obrera. Mientras, enormes
aparatos burocráticos se han adueñado de las organizaciones
sindicales, de la titularidad de los derechos obreros y de la
representación de los mismos. El conjunto de los trabajadores mexicanos
están prácticamente secuestrados en sus propias organizaciones,
algunas de ellas fundadas al calor de extraordinarias luchas.
En la
medida en que los trabajadores mexicanos hemos sido sometidos por el charrismo,
en esa misma medida el movimiento ha carecido de dinámica social y en la
misma proporción ha retrocedido la Nación. A los gobiernos en
turno les es posible instrumentar políticas antiobreras, impopulares,
contrarias al interés de la Nación, porque cuentan con el apoyo
del charrismo y los trabajadores no pueden ni siquiera defender sus intereses
más elementales e inmediatos. En correspondencia, los gobiernos han
reforzado sucesivamente la fuerza de este supuesto sindicalismo. Charrismo y
gobiernos funcionan siempre al margen de la ley.
El charrismo se ha
convertido en una fuerza estratégica del capital, es la fuerza de choque
contra el proletariado; el charrismo es la entrega de los intereses de
México al imperialismo.
Vencer al charrismo es, por tanto, una
cuestión crucial para México en su pretensión de ser una
Nación independiente y soberana. Es por ello que, la lucha por la
democracia sindical y la reorganización del movimiento obrero de
México son asuntos claves y de primera prioridad. No son los
únicos aspectos, se requiere de un Programa entero, el programa obrero,
que integre los puntos principales para la liberación, y los intereses
inmediatos e históricos de los mexicanos.
Eso supone la
organización, estructurada adecuadamente, con independencia de clase
respecto del patrón, el gobierno y los partidos políticos no
obreros. También, se precisa del saber para integrar una
dirección política propia, organizada en su nivel apropiado como
organización política de clase orientada por el estudio y
desarrollo del marxismo, en la perspectiva del socialismo, actual y única
propuesta coherente para la transformación del mundo.
Necesario programa obrero
Los trabajadores mexicanos necesitamos nuestro programa
para orientar mejor nuestras luchas a diversos plazos. Vivimos tan
desafortunadas condiciones que es fundamental reflexionar acerca de las causas
profundas de nuestro movimiento y sus problemas candentes. Resolver el problema
de la organización, como un medio para la unidad proletaria no es un
asunto sencillo. Forjar la dirección que necesita el movimiento es
más difícil aún. Sin embargo, la organización y la
dirección, la unidad y el saber, son necesarios y, en esa medida, son
viables.
El programa obrero es la referencia para la lucha social, son
los puntos para dinamizar al movimiento, el camino que es preciso recorrer para
revertir el infortunio de casi un siglo. Nuestro programa es obrero porque la
clase debe ser el eje del movimiento. Pero el programa no es únicamente
para los obreros sino para toda la Nación.
Este programa obrero
no es de una vez y para siempre sino el que es necesario para la presente
época y circunstancias políticas.
Brillantes raíces proletarias
El programa que se propone parte de
hondas raíces. Generaciones de electricistas, petroleros, mineros,
metalúrgicos, ferrocarrileros, maestros, médicos, campesinos,
estudiantes, colonos y pueblo en general han sido partícipes de un
intenso batallar que llega a nuestros días. En el sector de la
energía se han producido las acciones más importantes.
Una
de las aportaciones más relevantes para el movimiento obrero han sido los
planteamientos programáticos, mismos que hemos desarrollado hasta hoy. En
el contexto de la propuesta de Huelga Eléctrica Nacional, los
electricistas del SUTERM propusimos en 1975 el programa llamado
Declaración de Guadalajara. Este programa fue precedido por el
programa ¿Porqué Luchamos? que enarbolamos con el STERM en
1971-72. La represión político-militar a que fuimos sometidos
interrumpió la nacionalización eléctrica, la
construcción de la organización unitaria y la integración
del proceso de trabajo. Las adversas consecuencias afectaron al conjunto del
movimiento y el charrismo sindical afianzó su poder y
dominio.
Pero, las banderas otrora enarboladas por diversos
destacamentos insurgentes las hemos mantenido ondeando en las más
difíciles condiciones. Más aún, electricistas, petroleros y
nucleares en lucha democrática seguimos desarrollando varios aspectos de
nuestro programa.
Con estas banderas hemos marchado, las enarbolamos con
orgullo y las proponemos para el conjunto de los trabajadores mexicanos y de la
Nación. ¡Venceremos!
Mitin del 20 de marzo de 1976 en el Monumento a la Revolución
de la Ciudad de México FOTO: tigre