Volumen4, Número 50, Mayo 31 de 2004 |
Proclama de un adversario al gobierno de Estados Unidos
Señor George W. Bush: El millón de cubanos que nos reunimos hoy para
marchar frente a su Oficina de Intereses, es sólo una pequeña
parte de todo un pueblo valiente y heroico que quisiera estar aquí junto
a nosotros si físicamente fuese posible. No se reúne en gesto hostil contra el pueblo de
Estados Unidos, cuyas raíces éticas, originarias de la
época cuando emigraron a este hemisferio los primeros peregrinos,
conocemos bien. No deseamos tampoco molestar a los funcionarios,
empleados y guardianes de esa instalación que, en el cumplimiento de sus
misiones, gozan de toda la seguridad y garantías que un pueblo culto y
civilizado como el nuestro es capaz de ofrecer. Es un acto de indignada protesta y una denuncia contra
las brutales, despiadadas y crueles medidas que su gobierno acaba de adoptar
contra nuestro país. De antemano conocemos lo que usted piensa o pretende
hacer creer de los que por aquí marcharán. En su opinión se
trata de masas oprimidas y ansiosas de libertad lanzadas a la calle por el
gobierno de Cuba. Ignora por completo que al pueblo digno y altivo que ha
resistido 45 años la hostilidad, el bloqueo y las agresiones de la
potencia más poderosa de la Tierra, ninguna fuerza del mundo
podría arrastrarlo como un rebaño, atado cada uno de ellos con una
cuerda en el cuello. Un estadista, o alguien con la pretensión de
serlo, debiera saber que las ideas justas y realmente humanas a lo largo de la
historia han demostrado ser mucho más poderosas que la fuerza; de
ésta van quedando polvorosas y despreciables ruinas; de aquellas, rasgos
luminosos que nadie podrá apagar. A cada época le han
correspondido las suyas, tanto buenas como malas, y todas se han ido acumulando.
Pero a esta etapa que vivimos, en un mundo bárbaro, incivilizado y
globalizado, le han correspondido las peores y más tenebrosas e
inciertas. No existe en el mundo que usted quiere hoy imponer la
menor noción de ética, credibilidad, normas de justicia,
sentimientos humanitarios ni los más elementales principios de
solidaridad y generosidad. Todo lo que se escribe sobre derechos humanos en su
mundo, y en el de sus aliados que comparten el saqueo del planeta, es una
colosal mentira. Miles de millones de seres humanos viven con hambre, sin
alimentos suficientes, medicinas, ropa, zapatos, viviendas, en condiciones
infrahumanas, sin los más mínimos conocimientos y suficiente
información para comprender su tragedia y la del mundo en que
viven. A usted seguramente nadie le ha informado
cuántas decenas de millones de niños, adolescentes,
jóvenes, madres, personas de mediana o mayor edad que podrían
salvarse, mueren cada año en este "idílico edén de
sueños" que es la Tierra, ni a qué ritmo se destruyen las
condiciones naturales de vida y se está despilfarrando en un siglo y
medio, con terribles efectos nocivos, los hidrocarburos que el planeta
tardó 300 millones de años en crear. A usted le bastaría pedir a sus ayudantes los
datos precisos de las decenas de miles de armas nucleares, químicas,
biológicas, aviones de bombardeo, mísiles de certera
puntería, gran alcance y precisión, acorazados, portaaviones con
que cuentan sus arsenales, armas convencionales y no convencionales suficientes
para poner fin a la vida en el planeta. Ni usted ni nadie podría conciliar el
sueño nunca. Tampoco sus aliados, que tratan de emular el desarrollo de
sus arsenales. Si se toma en cuenta el bajo coeficiente de responsabilidad, el
talento político, los desequilibrios entre sus respectivos estados y el
poquísimo ánimo de reflexionar, entre protocolos, reuniones y
asesores, los que tienen en sus manos el destino de la humanidad, pocas son las
esperanzas que puedan albergar cuando contemplan, entre perplejos e
indiferentes, este manicomio real en que se ha convertido la política
mundial. El objetivo de estas líneas no es ofenderlo ni
insultarlo; pero como usted se ha propuesto intimidar, atemorizar a este
país, y finalmente destruir su sistema económico-social y su
independencia, y de ser necesario su propia existencia física, considero
un deber elemental recordarle algunas verdades. Usted no tiene moral ni derecho alguno a hablar de
libertad, democracia y derechos humanos, cuando ostenta el poder suficiente para
destruir la humanidad y con él intenta imponer una tiranía
mundial, ignorando y destruyendo la Organización de Naciones Unidas,
violando los derechos de cualquier país, llevando a cabo guerras de
conquista para apoderarse de los mercados y los recursos del mundo, imponiendo
sistemas políticos y sociales decadentes y anacrónicos que
conducen a la especie humana al abismo. Usted, por otras razones, no puede mencionar la
palabra democracia porque, entre ellas, su ascenso a la Presidencia de Estados
Unidos todo el mundo sabe que fue fraudulento. No puede hablar de libertad,
porque no concibe otro mundo que el regido bajo el imperio del terror de las
mortíferas armas que sus manos inexpertas pueden lanzar sobre la
humanidad. No puede hablar de medio ambiente porque ignora por
completo que la especie humana corre el riesgo de desaparecer. Usted acusa de
tiranía al sistema económico y político que ha conducido al
pueblo de Cuba a los más altos niveles de alfabetización,
conocimientos y cultura, entre los países más desarrollados del
mundo; que ha reducido la mortalidad infantil a un índice menor que el de
Estados Unidos, y cuya población recibe gratuitamente todos los servicios
de salud, educación y otros de gran trascendencia social y
humana. Suena hueco y risible escucharlo a usted hablar de
derechos humanos en Cuba. Este es, señor Bush, uno de los pocos
países de este hemisferio donde jamás en 45 años hubo una
sola tortura, un solo escuadrón de la muerte, una sola ejecución
extrajudicial, ni un solo gobernante que se haya hecho millonario en el
ejercicio del poder. Usted carece de autoridad moral para hablar de Cuba,
un país digno que ha resistido 45 años de brutal bloqueo, guerra
económica y ataques terroristas que han costado miles de vidas y decenas
de miles de millones de dólares en pérdidas
económicas. Usted agrede a Cuba por razones políticas
mezquinas, en busca del apoyo electoral de un grupo decreciente de renegados y
mercenarios, sin ética ni principio alguno. Usted no tiene moral para
hablar de terrorismo, porque lo rodean un grupo de asesinos que mediante actos
de ese tipo han causado la muerte de miles de cubanos. Usted no disimula su desprecio por la vida humana,
porque no ha vacilado en ordenar la muerte extrajudicial de un número
desconocido y secreto de personas en el mundo. Usted no tiene derecho alguno, que no sea el de la
fuerza bruta, a intervenir en los asuntos de Cuba y proclamar a su antojo el
tránsito de un sistema a otro, y adoptar medidas para llevarlo a
cabo. Este pueblo puede ser exterminado —bien vale la
pena que lo sepa—, barrido de la faz de la Tierra, pero no sojuzgado ni
sometido de nuevo a la condición humillante de neocolonia de Estados
Unidos. Cuba lucha por la vida en el mundo; usted lucha por la
muerte. Mientras usted mata a incontables personas con sus ataques
indiscriminados preventivos y sorpresivos, Cuba salva cientos de miles de vida
de niños, madres, enfermos y ancianos en el mundo. Usted lo único que conoce sobre Cuba son las
mentiras que emanan de las bocas voraces de la mafia corrompida e insaciable de
antiguos batistianos y sus descendientes, expertos en fraudes electorales y
capaces de elegir Presidente en Estados Unidos a alguien que no obtuvo los votos
suficientes para alcanzar la victoria. Los seres humanos no conocen ni pueden conocer
libertad en un régimen de desigualdad como el que usted representa.
Ninguno nace igual en Estados Unidos. En los guetos de personas de origen
africano y latino, y en las reservas de indios que poblaron esa tierra y fueron
exterminados, no existe otra igualdad que la de ser pobres y
excluidos. Nuestro pueblo, educado en la solidaridad y el
internacionalismo, no odia al pueblo norteamericano ni desea ver morir a
jóvenes soldados de su país, blancos, negros, indios, mestizos,
latinoamericanos muchas veces, a quienes el desempleo los arrastró a
enrolarse en unidades militares para ser enviados a cualquier rincón del
mundo en ataques traicioneros y preventivos o en guerras de
conquista. Las increíbles torturas aplicadas a los
prisioneros en Iraq han dejado estupefacto al mundo. No pretendo ofenderlo con estas líneas
—ya lo dije—. Sólo aspiro a que en cualquier instante de ocio
algún ayudante suyo ponga delante de usted estas verdades, aunque
realmente no sean en absoluto de su agrado. Puesto que usted ha decidido que nuestra suerte
está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos
que iban a combatir en el circo: Salve, César, los que van a morir te
saludan. Sólo lamento que no podría siquiera
verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de
kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea
para morir combatiendo en defensa de mi patria. En nombre del pueblo de Cuba,
Fidel Castro Ruz
14 mayo de 2004
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