Volumen 11, Número 205, diciembre 13 de 2011 |
MANIFIESTOS ZAPATISTAS
MANIFIESTO DE LOS JEFES ZAPATISTAS SOBRE LA MUERTE DE EMILIANO ZAPATA
Campamento
revolucionario en el Estado de Morelos, Abril 15, 1919
AL
PUEBLO MEXICANO
El caudillo de la Revolución del Sur, el ardoroso apostol del
agrarismo, el abnegado redentor de la raza indígena, el hombre
enérgicamente representativo del alma mexicana; pletórica de
virilidad y de rebeldía; el glorioso predestinado cuya misión era
imponer a todas las conciencias, con la sugestión del vidente, la clara
idea de la justicia que asiste a los eternamente despojados del derecho, a las
irredentas víctimas de la civilización; Zapata, ese hombre todo
corazón y todo carácter, ha sucumbido bajo el golpe de la
más artera alevosía, ha muerto en su puesto de luchador,
inconmovible inmaculado, inquebrantable.
No pudiendo matarlo frente a frente, de hombre a hombre, en medio de las
rudezas del combate, han tenido sus enemigos que asesinarlo traidoramente, en
cobarde celada, revestida con todos los caracteres de la alevosía y
agravada con toda la infamia de una premeditación concebida y madurada
durante largos meses. Pero, esos miserables habrán asesinado al hombre,
pero no han podido matar la idea.
El General Zapata, al morir, nos ha dejado su herencia; una herencia de
abnegación, de espíritu de sacrificio, de amor acendrado a la
colectividad, de indiferencia ante el peligro, de fe firmísima ante las
dificultades y los obstáculos, de constancia y valor indomable para la
lucha, de alta nobleza y de supremo desdén para todo lo que sea
interés personal, ambición o egoísmo.
Nuestro jefe nos enseñó a luchar y a vencer; a luchar contra
la calumnia de los enemigos, contra la mentira de los intelectuales pagados,
contra la fuerza bruta de las tiranías, contra el poder del oro de los
caciques engreídos, de los magnates corruptos, de los latifundistas
capaces de todas las infamias, en su inicua pugna contra el derecho del humilde
y contra la justicia de los de abajo. Zapata nos deja su ejemplo, su leyenda de
gloria, su tradición de heroismo.
Los que hemos tenido el honor de ser y seguir siendo zapatistas, estamos
obligados a ser valerosos y firmes; a tener verguenza, a conservar nuestro
decoro, a erguir siempre la bandera agrarista, tan alto como la enarbólo
siempre nuestro caudillo inmaculado.
Por eso, de un extremo a otro de la región suriana, la noticia de la
muerte de nuestro Jefe, en vez de entibiar entusiasmos y de apagar
ardentías, ha templado voluntades, ha provocado indignaciones viriles, ha
hecho surgir en todas las almas la promesa de ser más que nunca honrados,
el juramento de ser más que nunca fieles.
Zapata ha muerto, pero nos queda su obra, nos queda su ejemplo; esa obra de
emancipación, de enaltecimiento del mexicano, de glorificación del
trabajador, de consagración plena y absoluta a la causa del pueblo; -ese
ejemplo de hombría, de noble altivez, de pureza sin mancilla, de gallardo
impulso para todo lo bueno, de odio justiciero y vengador contra todo lo bajo y
contra todo lo protervo.
Tenemos una triple tarea: consumar la obra del reformador, vengar la sangre
del mártir, seguir el ejemplo del héroe.
Y esa tarea la hemos de cumplir, a despecho de retardatarios y de
traidores; por encima de la perversidad de Carranza, de la felonía de
Pablo González y de Guajardo; de la miserable vileza de los estafadores
que hoy manchan los más altos sitiales de la República.
No es la primera vez en nuestra historia que, bajo el golpe de la maldad o
bajo las balas de la traición, cae la cabeza de un gran apostol.
Miguel Hidalgo, víctima de la traición de Elizondo
-émulo digno de los Pablo González y los Guajardo-; Hidalgo, el
venerable libertador, es asesinado en Chihuahua por los agentes del realismo,
Morelos, el genial sucesor de Hidalgo, sucumbe gloriosamente en San
Cristóbal Ecatepec. Pero ni la muerte de Hidalgo, ni el sacrificio de
Morelos, desanimaron ni hicieron perder la fe a los bravos defensores de la
Independencia.
Y así como Morelos recogió de manos de Hidalgo el glorioso
estandarte, del mismo modo, aún después de muerto Morelos,
continuaron la contienda sagrada los antiguos insurgentes o se improvisaron
nuevos caudillos, llenos de fe en el triunfo y rebosantes de amor por la causa
de la patria.
Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Ramón e Ignacio
Rayón, Francisco, Xavier Mina, Pedro Moreno, Juan Alvarez y cien otros
caudillos pasearon la tarea de la rebelión por las más centricas
provincias del virreinato, y sólo cesaron en su empeño cuando
vieron definitivamente consolidada con el apoyo y con el aplauso de los mismos
que antes fueron sus enemigos, la obra magna de la Independencia de
México.
Hoy de igual modo, difundida ya la idea agraria en todas las conciencias,
despertada a nueva vida el alma nacional por el ardoroso y arrollador
llamamiento de Emiliano Zapata, el apostol y el vidente; dispuestas en toda la
República las multitudes oprimidas a hacer triunfar con las armas, el
principio salvador del reparto de tierras; consumada. así por su triunfo
sobre las inteligencias y sobre las almas, la labor gigantesca del libertador
suriano, tiene que ser sólo cuestión de tiempo, la victoria de los
ideales que él sustentó, de las aspiraciones que él hizo
surgir en el corazón de todos los mexicanos, para convertirlos, de
esclavos en rebeldes y de parias deformados por servidumbres seculares, en
hombres libres, dignos del respeto de la historia.
Los indígenas de todo el país saben ya a que atenerse. Han
comprendido al fin que sólo reconquistando la tierra arrebatada a sus
mayores, podrán asegurar su porvenir como raza, su soberanía como
hombres, su dignidad como ciudadanos.
De un extremo al otro del país el indio ha proclamado su
rebeldía, y él, oprimido por Porfirio Díaz, sacrificado por
Huerta, engañado vílmente por Carranza, vendido por todos los
falsos regeneradores, quiere hoy, en un esfuerzo supremo, fundamentar la patria
mexicana -no sobre el privilegio de los menos, no sobre la riqueza de unos
cuantos, sino sobre la justicia y la libertad otorgada a todos por igual, sobre
la propiedad de la tierra concedida a cuantos sepan cultivarla, sobre la
independencia económica, real, y no sólo escrita del campesino
siempre esclavizado, y del indígena eternamente proscripto.
Para crear esa patria nueva, se ha hecho la revolución campesina;
para evitar iniquidades, se proclama la justicia, que no distinga entre ricos y
pobres, que lo mismo ampare al poderoso que al humilde; y todo ese impulso de
reforma, todo ese pensamiento de renovación, toda esa alma nueva, es la
obra y es el mérito de Emiliano Zapata.
Su idea se ha impuesto a todos los espíritus. Los oprimidos, los
despojados, los irredentos, han visto en su predicación un nuevo
evangelio, de luz y de glo. ría. Los intelectuales, los fuertes, los
privilegiados de la sociedad y de la civilización, se han rendido por
fín a la evidencia, han prestado homenaje a la verdad, y hoy reconocen,
desde Francisco León de la Barra, el primer enemigo del Sur, hasta Migo
Noriega, el despojador de tierras, que sólo la pequeña propiedad
salvará a la República.
El jefe Zapata ha muerto, pues, cuando ya podía morir, cuando estaba
consumada su benémerita obra de difusión de ideales, de
persuasión sobre las conciencias, de heroico y altivo despertar de las
energías, de las esperanzas y de los entusiasmos de toda una raza.
El puede vivir tranquilo su vida de inmortal. A nosotros toca seguir sus
huellas, honrar con hechos su memoria, proseguir su labor, generosa y buena,
providencial y grande, hasta que cristalice en realidades prácticas, en
hechos que impliquen regeneración y en instituciones que envuelvan
grandezas. A este respecto y descendiendo al detalle, nada nuevo tenemos
qué decir a la República.
Nuestros principios son los mismos que sostuvo durante nueve años
con inquebrantable honradez, el General Zapata; nuestras esperanzas y nuestras
promesas son las suyas; nuestros anhelos de unificación revolucionaria y
de reconstrucción nacional, son los que el abrigó con tan grande
nobleza que lo llevó al sacrificio.
En cuanto a la jefatura suprema de la Revolución, ha sido conferida
al C. Dr. Francisco Vázquez Gómez, a quien el General Zapata,
haciéndose eco de nuestros deseos y de nuestras aspiraciones, tuvo la
atingencia de designar para ese alto puesto, en los últimos días
de su fecunda vida, toda ella llena de clarividencia y de aciertos.
Inspirados, pues, en el programa y en las tendencias de nuestro jefe, y
constantes y firmes por el compromiso que para nosotros implica su heroismo,
renovamos hoy ante la nación mexicana, nuestros juramentos de fidelidad a
la causa, nuestra protesta de adhesión a los principios, y le hacemos
saber que hoy como antes, privados ya del que fué nuestro caudillo pero
depositarios y poseedores de. la fuerza moral que nos legó con la
ejemplaridad de su vida, hemos de seguir enfrentándonos a los defensores
de la moderna tiranía, encarnada en el funesto carrancismo, en esa
camarilla de facciosos que no representa al ,pueblo mexicano y si deshonra ala
patria con sus rapiñas, con sus crímenes, con su desverguenza, con
esa su inaudita perfidia, lo mismo en las cuestiones interiores, que en los
más graves asuntos de nación a nación.
Así como combatimos a Porfirio Díaz, a de la Barra, a Madero
y a Huerta, así hemos de luchar hasta el fin contra la afrentosa
dictadura de Carranza, inmoral y corrompida, más falta de pudor que la de
Porfirio Díaz, más falaz y maquiavélica que la de Francisco
de la Barra, más imbécil y más hipocrita que la de Huerta,
el asesino.
Ya la nación conoce de sobra al fatídico hacendado de Cuatro
Ciénegas, hoy encaramado al poder por obra de su audacia, para que
tengamos que hacer más comentarios. Ese hombre se quitó ya el
disfraz, no puede ya engañar a mexicano alguno y por eso confiamos en que
todos nuestros compatriotas sepan hacer causa común con nosotros y con
nuestros hermanos del Norte y del Centro, para minar y destruir por todos los
medios y en todas las formas, el ya carcomido y vacilante edificio de la llamada
administración carrancista.
Nuestro lema es y ha sido siempre: "Hasta vencer o morir". Los stirianos
comprendemos nuestro deber: SABREMOS SER DIGNOS DE NUESTRO GLORIOSO JEFE.
REFORMA, LIBERTAD, JUSTICIA Y LEY.
Campamento revolucionario en el Estado de Morelos, a 15 de abril de 1919.
Generales: Francisco Mendoza.- Genovevo de la O.-Everardo González.-
Jesús Capistrán.- Pedro Saavedra.- Fortino Ayaquica.- Maurilio
Mejía. Valentín N. Reyes.- Adrián Castrejón.-
Melesio Cavanzo.- Gildardo Magaña, Zeferino Castillo.- Prudencio Casals
R.- Arturo Camarillo.- Sabino R. Burgos.- Timoteo Sánchez.- Tomás
García.- Antonio Beltrán- Rafael Cal y Mayor.- Guillermo
Rodríguez.- Gabriel Mariaca.- Pioquinto Galis.- Demetrio
Gutiérrez.- Enrique Rodríguez.- Teodomiro Rodríguez.-
Manuel N. Reyes.- Encarnación Vega Gil.- Joaquín Camaño.-
Urbano Catalán, Samuel Bonilla, Marcelino Alamirra.- Benigno Abundez.-
Gregorio S. Rivero.- Julio Villegas.- Gil Muñoz.- Ingeniero Angel
Barrios, Leopoldo Reynoso Díaz.- Leandro Arces.- Francisco
Alarcón.- Ramón Baena.- Vicente Aranda- Merino Ortega.-
José Contreras. Ismael Velazco.- Jesús Vega Gil.- Octaviano
Muñoz.- Conrado Rodríguez.- Cástulo Pérez.- J. Cruz
Espinoza.- Jesús Chávez- Jacinto B. Soriano.- Gabino Lozano y
Jorge Méndez.- Licenciados: Antonio Díaz Soto y Gama, Arnulfo
Santos Jr., y Francisco de la Torre.-Doctores: José Parres y G.
Fortunato, I. Macías y Alfredo Ortega.
Fuente: Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda.
Emiliano Zapata. Antología. Instituto Nacional de Estudios
Históricos de la Revolución Mexicana (INEHRM), México,
1988. P. 447-451. (Fuente: AGN. Fondo Genovevo de la O, Caja 19, Exp. 9, f.
5-6).
Las mujeres fueron la mitad de la Revolución Mexicana
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