Volumen 11, Número 205, diciembre 13 de 2011 |
MANIFIESTOS ZAPATISTAS
AL PUEBLO
Tlaltizapán,
Morelos, Diciembre 27, 1917
El instinto popular no se
halla engañado, la intuición campesina tenía razón.
Carranza, hombre de antesalas, legítima hechura del pasado,
imbuído de las enseñanzas de la corte porfirista, acostumbrado a
ideas y prácticas de servilismo y de aristocracia, entendiendo por
política el arte de engañar y considerando como el mejor de todos
los gobernantes el que con más seguridad sepa imponer su voluntad
omnímoda; Carranza el anticuado, Carranza el vetusto, no estaba en
condiciones de comprender los tiempos nuevos y las nuevas aspiraciones.
Imposible que él, formado sobre los moldes porfirianos, encarnase
las ideas de una juventud deseosa de reformas; y más inconcebible
todavía y más absurdo, que él llegara a ser el
intérprete y el representante de esa fogosa generación que llena
de confianza en sí misma, se levantó en 1910 y volvió a
erguirse en 1913, sacudiendo yugos, rechazando preocupaciones, imponiendo
principios, arrasando aquí desigualdades, derribando allá
exclusivismos, y clamando por el advenimiento de una nueva era que diese
justicia y libertad a los oprimidos, y enérgica y virilmente refrenase
los abusos, las invasiones y las ansias de dominio de esa audaz
oligarquía de acaudalados que protegiera Porfirio Díaz.
El desengaño tenía que venir, y vino, para los que creyeron
en la honradez del ex-gobernador de Coahuila.
Carranza terrateniente y rapaz, devolvió a poco andar los bienes
confiscados y reconstruyó el latifundismo que la revolución con
sus garras de acero había hecho polvo.
Carranza, discípulo de Porfirio Díaz, no ha tardado en
instaurar un nuevo despotismo, en que se reproducen los procedimientos puestos
en práctica por la vieja dictadura.
Carranza, ambicioso y egoísta, ha pretendido convertir en
canonjías para los suyos, en negocios lucrativos y en personalismos
odiosos las conquistas de una revolución que era y es enemiga de toda
burocracia, que proclamó libertades y vía libre para la gran masa
de postergados, y que en sus anhelos generosos, excluye todo favoritismo y va a
chocar contra todo privilegio de casta, de facción o de camarilla.
Las imposiciones de gobernadores y los chanchullos electorales han sido y
son cosa corriente. Hemos visto al yerno del llamado presidente de la
República, ser impuesto como gobernador de Veracruz; a su ex-Jefe de
Estado Mayor, ser designado autocráticamente para gobernador
constitucional de San Luis Potosí y a uno de sus ex-secretarios
particulares, ser elevado en medio de la general protesta, a la gubernatura de
Coahuila; sin más méritos de todos ellos que los de haber sido
lacayos del actual dictador.
De los principios revolucionarios nada queda en pie. Las tierras no se han
repartido, los campesinos no han sido emancipados, la raza indígena
continúa irredenta.
Y como la inmensa mayoría de los revolucionarios han sido y son
revolucionarios, y siguen creyendo en un principio de libertad, la
indignación ha estallado y la rebelión ha ido creciendo. Si ayer
-en 1915- abarcaba seis o siete Estados, hoy el movimiento insurreccional contra
Carranza domina toda la República no hay un rincón en ella donde
no palpite el alma de la revolución, de la verdadera, de la indomable, de
la incorruptible, de la que ha entusiasmado a todas las almas y sacudido todos
los espíritus, desde la etapa inicial de 1910, y que obstruccionada unas
veces y traicionada otras, ha seguido y seguirá arrolladoramente su
curso, hasta que sean una realidad tangible todas y cada una de sus
reivindicaciones.
Unificación revolucionaria mediante la eliminación de
Carranza, tal es la común aspiración de todos los revolucionarios
de verdad.
Así lo han comprendido, así lo sienten aún los que en
un principio creyeron en Carranza y fueron sus partidarios o sus amigos.
Francisco Coss, el jefe coahuilense que en 1914 fue el primero en
desconocer a la Convención y protestar su adhesión a Carranza;
Luis Gutiérrez, el conocido General que siguió siendo adicto al
Primer Jefe, aún después de que la Convención hubo nombrado
presidente provisional de la República a su propio hermano, Eulalio
Gutiérrez; Dávila Sánchez, Lucio Blanco y muchos otros
connotados defensores del carrancismo, han sabido volver por los fueros de su
honor como revolucionarios, y se han declarado ya en abierta rebeldía
contra el hombre que villanamente los engañara.
Carranza, aborrecido por la opinión y abandonado por los suyos, a
quienes miserablemente ha mentido, se debate angustiosamente en una asfixiante
atmósfera de desprestigio y de impopularidad. Lo odia el pueblo, porque
ha sido el causante de la miseria, del hambre y de la falta de trabajo; lo
abominan los hombres de empresa, porque se ha mostrado incapaz de dar
garantías y con su obcecación ha impedido el aseguramiento de la
paz; lo maldicen los campesinos, porque les ha arrebatado las tierras de sus
mayores para entregarlas a los latifundistas; reniegan de él los obreros,
porque ha atropellado el derecho de huelga, porque pone obstáculos a la
libre discusión de los temas sociales y patrocina sin escrúpulos
los más odiosos atentados del militarismo.
Los candidatos derrotados por causa de las consignas oficiales, los
ciudadanos que vieron burlado su voto en los comicios, los revolucionarios
injustamente postergados, los luchadores de buena fe que han presenciado el
derrumbe de sus creencias y han ido a chocar contra el hecho brutal de la
dictadura.
Todos, militares y civiles, reformadores sociales y simples
demócratas liberales y socialistas, hombres de acción y enamorados
platónicos del ideal revolucionario; unos y otros, ante el desastre
sufrido por los principios, ante los atropellos de la soldadesca, ante las
bellacas imposiciones de gobernadores y caciques, ante la eliminación de
los elementos sanos y la invasión de los puestos públicos por un
Macias, un Palavicini, un Rafael Nieto, un Gerzayn Ugarte o un Luis Cabrera,
protestan airados contra los autores de semejante desconcierto, y en nombre de
la patria amenazada de muerte, prescinden ya de criminales personalidades y
buscan anhelantes la suprema esperanza de salvación.
La unificación de todos los elementos revolucionarios, la
unión en apretado haz de todas las personalidades fuertes y honradas de
la política reformista, para fundar la paz nacional sobre la
eliminación de la odiosa figura de Carranza y sobre el cordial
acercamiento de todos los hombres de pecho sano y voluntad justa que quieran
colaborar en la obra inmensa, pero gloriosa, de la refundición de la
patria en los nuevos moldes de la encarnación revolucionaria.
En momentos tan críticos como decisivos para el porvenir de la
República, la revolución agraria invita a un esfuerzo
común, contra el déspota, a todos los verdaderos revolucionarios
del país, a todos los hombres que anhelan la emancipación del
obrero y del campesino, a los que tengan fe en los destinos de su pueblo, a los
que desean para sus compatriotas una era de bienestar, de trabajo, de paz, pero
también de trascendentales y necesarísimas reformas.
A todos los mexicanos amantes del progreso de su país y de la
redención, de los que tienen hambre y sed de justicia, los exhorta la
revolución defensora del Plan de Ayala, a combinar sus esfuerzos, su
propaganda, sus capacidades y sus energías de combate para emplearlas
contra el funesto personaje que sin más apoyo que su capricho, es hoy por
hoy el único estorbo para el triunfo de los ideales reformistas y para el
restablecimiento de la paz nacional.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Cuartel General de la Revolución
Tlaltizapán, Morelos, 27 de diciembre de 1917
El General en Jefe del Ejército Libertador,
Emiliano
Zapata
Fuente: Instituto Nacional de Estudios Políticos,
A.C. (INEP), www.inep.org/
Recopilado por Doralicia Carmona,
historiadora.
Coronelas zapatistas
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