Volumen 11, Número 204, diciembre 13 de 2011 |
Lucha de clases
La Revolución Mexicana fue precedida por las huelgas
ferrocarrileras de Toluca (1881), San Luis Potosí (1903), Monterrey
(1904), Empalme, Chihuahua, San Luis Potosí, Monterrey y Aguascalientes
(1906), mineras de Cananea (1906) y textiles de Río Blanco (1907),
influidas por el pensamiento de Ricardo Flores Magón, quien llamó
a un levantamiento armado en 1908.
“¡Tierra! grita la
Revolución Mexicana”, escribió Flores Magón en 1910,
a unos días de haber estallado el movimiento revolucionario, explicando
la importancia económica de la lucha por la tierra y sus recursos y
llamando a la lucha armada al grito de “¡Tierra y
Libertad!”.
La formación del Ejército Libertador del
Sur (1911) y de la División del Norte (1913) le dieron a la
Revolución los dos centros organizativos principales. Precisamente, en
1911, el Plan de Ayala le dio independencia política la
Revolución. Este fue el programa de los campesinos de México que,
posteriormente, se ampliaría al incluir demandas obreras y
sociales.
El zapatismo y el villismo surgieron de condiciones objetivas,
consecuencia de los efectos del desarrollo del capitalismo en México
impulsado por el porfirismo. Ambas son la expresión radical de la
Revolución porque fueron al fondo de los problemas fundamentales de la
época. La diferencia con Madero, cuyo interés personal estaba
centrado en asumir la presidencia del gobierno, simulando democracia formal
reducida al voto para la defensa del capital, es sustancial. Por ello, una vez
en el poder, fue incapaz de cumplir sus promesas agrarias y se dedicó a
perseguir a Villa y a Zapata; lo mismo harían después Carranza y
Obregón.
Madero fue asesinado por Victoriano Huerta quien dio un
golpe de estado contra el primero. Huerta había sido militar porfirista y
Madero gobernaba con un gobierno ajeno. El golpe demostró que no se
podía gobernar para el pueblo con un Estado intacto sostenido por el
ejército de la dictadura previa. Peor aún, no se puede gobernar al
margen y en contra de las masas a las que Madero había
traicionado.
La lucha por la tierra y sus recursos fue una propuesta
directa contra el capital dándole al movimiento revolucionario un claro
carácter anticapitalista. La Revolución Mexicana fue la
expresión de la lucha de clases en México. Por ello, se definieron
tendencias antagónicas e irreconciliables. Del gobierno se apropió
el ala derecha. Pero en la política nunca hay victorias ni derrotas
definitivas. La Revolución no ha concluido, en tanto sigue vigente la
lucha de clases.
Los campesinos
Las organizaciones que prepararon y dirigieron las
huelgas obreras de principios de 1900’s estaban vinculadas al Partido
Liberal Mexicano y al periódico Regeneración de Ricardo
Flores Magón En Yautepec, Morelos, se publicó una versión
con el nombre de este periódico como “órgano de la
Revolución Agraria”.
Invitado por Otilio Montaño,
Zapata había participado en el Club Liberal Melchor Ocampo, de Villa de
Ayala, y del Club Liberal Democrático de Cuernavaca.
Al hablar del
zapatismo, los sucesivos gobiernos que sucedieron a Carranza lo redujeron a
simple líder agrario. Cierto es que Zapata fue campesino pero las
banderas que enarboló con las armas en la mano abordan asuntos que no
solo atañen a los campesinos sino a los trabajadores y a todos los
mexicanos. Esas propuestas quedaron expresadas en las respectivas leyes que le
dieron forma jurídica a las acciones previas realizadas con la
acción directa.
La proclamación del Plan de Ayala, el 28 de
noviembre de 1911 es equivalente al acta de nacimiento de la Revolución
Mexicana. En ese plan no solo se indica un explícito deslinde con Madero
sino un verdadero programa cuyo centro es la entrega de las tierras y las aguas
a sus legítimos poseedores. El Plan de Ayala fue ampliado y, lo
más importante, llevado a la práctica.
Durante la Comuna de
Morelos, el hecho más trascendente de la Revolución, los
campesinos entraron en posesión de las tierras que fueron defendidas con
las armas en la mano. La Ley Agraria de octubre de 1915 se contrapuso en la
acción directa al carrancismo. Se decretaron un conjunto de medidas
nacionalizadoras que incluyeron a la tierra, el agua, los bosques y los ingenios
azucareros.
Un capítulo especial lo constituye la Ley General del
Trabajo de 1915, la primera en la historia de México y anterior a la de
1931, actualmente vigente. En la ley de 1915 se estableció como
obligatoria la jornada de 8 horas de trabajo, la misma bandera que, propuesta
por los magonistas, fue enarbolada por los huelguistas de Cananea. Hubo otras
leyes obreras como la referida a los accidentes industriales.
De gran
significación fue la ley que suprime al ejército regular y lo
sustituye por el pueblo en armas. Otras leyes, como la de imprenta, la
minería, y los derechos de los pueblos también fueron promulgadas
para atender la vida social. La aplicación se hizo a nivel local pero el
alcance del programa zapatismo era nacional.
El Plan de Ayala tuvo tal
impacto que fue aprobado por la misma Convención Revolucionaria reunida
en Aguascalientes, en un importante momento de unidad de villistas y
zapatistas.
El villismo representó las mismas aspiraciones del
zapatismo concernientes a la tierra. Villismo y zapatismo son la
expresión auténtica de las aspiraciones agrarias. Francisco Villa
representó, además, la impetuosidad e intensidad del combate
guerrillero y militar. Fueron las victorias villistas en el campo de batalla,
especialmente en Torreón y Zacatecas, las que literalmente quebraron al
ejército de la dictadura porfirista.
Villa combatió primero
junto a Madero y Carranza para evolucionar luego hacia el zapatismo. Entre
Zapata y Villa le arrebataron el territorio nacional a sus oponentes. Por ello
la persecución a que fueron sometidos ambos por Obregón y
Carranza. Con la conjunción de los ejércitos villistas y
zapatistas, la bandera principal de la Revolución estuvo en manos de los
campesinos y los pobres de México; Villa y Zapata tenían el
consenso de la mayoría de los mexicanos.
La victoria militar de
Villa en Zacatecas y la ocupación de la ciudad de México por los
ejércitos villistas y zapatistas significaron los puntos culminantes de
la Revolución triunfante. No obstante, ni Villa ni Zapata eran marxistas
ni proletarios. Faltó la adecuada dirección política para
apoderarse del aparato del Estado con un proyecto político nacional que
organizara la vida social, económica y política del
país.
El plan de Villa y Zapata era destruir al régimen
capitalista. Pero no se pudo resolver la cuestión del poder
político ni el problema del Estado. La clase obrera estuvo ausente. La
pequeña burguesía prefirió aliarse con Carranza. Tampoco
había ningún partido político de izquierda. La salida
terminó siendo burguesa.
No podía pedirse que Villa y
Zapata sustituyeran al partido político, necesario para la
transición. Las tendencias pequeño burguesas que los
acompañaron impidieron avanzar más, por las vacilaciones y
carencia de un proyecto congruente con la fuerza de la Revolución
expresada en el campo. Las tendencias burguesas se atrincheraron, apoyadas por
el capital, en las zonas urbanas.
La visión campesina, la
confianza en sus propias acciones y la nobleza de propósitos les
impidió a Villa y Zapata aniquilar a Carranza y a Obregón, quienes
despiadados terminaron asesinando a los jefes de la Revolución para luego
tomar el aparato del poder político.
Eso fue lo que hicieron
Carranza y Obregón, utilizando las formas más sucias y
traicioneras, auspiciando la división y comprando voluntades,
especialmente en la ciudad. Se lanzaron primero contra Villa hasta aniquilar a
la División del Norte y, luego, contra Zapata hasta dispersar sus
fuerzas, no obstante el alto nivel alcanzado en la lucha armada.
Los
intentos de los campesinos y obreros agrícolas zapatistas para gobernar,
como ocurrió en Morelos, fueron insuficientes al no contar con su aliado
natural, la clase obrera. No obstante los llamados desesperados de Zapata, los
obreros siguieron un camino basado en la conciliación con la
contrarrevolución, engañados hasta el grado de aceptar ser armados
para combatir a villistas y zapatistas. Esa errónea política
obrera llevó al encumbramiento, primero de Carranza y, luego, de
Obregón, perdiendo temprana y trágicamente la independencia de
clase.
Mucho contó la inexistencia de un partido obrero y el
aislamiento internacional, en el contexto de la Primera Guerra Mundial. No
obstante que en otras partes, especialmente en Rusia se llevaban a cabo intensas
luchas, la Revolución de Octubre aún no había triunfado.
Salvo casos aislados, la solidaridad internacional con la Revolución
Mexicana estuvo ausente.
Los trabajadores
Se ha dicho que la clase obrera incipiente no
comprendió a la Revolución. Sería a Villa y a Zapata porque
bien que “comprendió” a Carranza y a Obregón y hasta
aceptó combatir a los ejércitos de los primeros. “El
constitucionalismo es el futuro”, publicó la Casa del Obrero
Mundial en 1915.
Ciertamente, los obreros habían vivido oprimidos,
los primeros movimientos reivindicativos eran recientes, las formas de
organización eran atrasadas. A principios del siglo XIX apenas se
empezaron a formar los primeros sindicatos.
Sin embargo, desde el
principio, el sindicalismo mexicano surgió sometido a la política
de su contrario histórico. Algunos han escrito que estuvo influenciado
por el anarquismo, corriente opuesta al Estado, identificado como gobierno y por
extensión a toda autoridad. La vertiente obrera es el anarco-sindicalista
al que algunos consideran la síntesis del anarquismo y la acción
revolucionaria. Pero nada de eso caracterizó a la Casa y
sucesores.
Se dice que el anarco-sindicalismo se caracteriza por la lucha
a través de sindicatos autónomos del poder político. Lo que
ocurrió en México, de entones a la fecha, fue lo contrario. Al
sindicalismo se le entendió como una lucha egoísta, limitada al
gremialismo y supuestamente apolítica.
No había tal. El
sindicalismo mexicano surgió uncido al Estado, en colaboración
explícita con éste e infiltrado siempre por los agentes del
gobierno y de la AFL (después AFL-CIO) norteamericana. Así, muy
pronto, el sindicalismo perdió su independencia de clase.
En la
época existían multitud de talleres y pequeñas empresas
pero también grandes centros ferrocarrileros, mineros y textiles. Durante
la Revolución, los trenes de la revolución fueron conducidos por
obreros que transportaron a las diversas tendencias pero no se expresaron como
clase. Esta, de suyo, no estaba constituida, la conciencia de clase no
existía, lo dominante era la política burguesa.
La
excepción fueron los magonistas que, incluso, formaron la primera Central
de Trabajadores Mexicanos (CTM), y combatieron en la Revolución, sin
lograr que el movimiento de los trabajadores se expresara a plenitud por la
inexistencia de condiciones adecuadas. El magonismo, por supuesto, tenía
como prioridad organizar la Revolución social no la lucha
gremial.
Después de la Revolución, el capitalismo
siguió en desarrollo acelerado y con ello también el movimiento
sindical no así el movimiento obrero. Salvo momentos gloriosos pero
efímeros, jamás se ha recuperado la independencia de clase que, de
hecho, casi nunca se ha tenido.
Presencia y vigencia de la Revolución
El zapatismo y villismo fueron la
expresión verdadera de la Revolución Mexicana que resume una
historia de siglos de lucha de los campesinos mexicanos por el derecho a la
tierra. La Revolución representa la más grande irrupción de
masas después de la guerra insurgente de Independencia (1810). Es
también la más alta expresión de la resistencia activa, en
las nuevas condiciones de desarrollo capitalista, y continuación de los
históricos levantamientos en defensa de la tierra y sus recursos
después de la conquista española.
La importancia de la
Revolución fue pervertida por los gobiernos en turno, encargados de
tergiversarla a conveniencia, a través de la historiografía
oficial, los discursos municipales y versiones superficiales y
esquemáticas. Pero esa no es toda la historia.
Sigue faltando, sin
embargo, estudiar a la Revolución Mexicana, hoy casi olvidada o reducida
a la simulación del nuevo Estado reconstituido por Obregón,
Carranza y sucesores. Salvo Ricardo Flores Magón, la izquierda mexicana,
secularmente inexistente desde el punto de vista político, ha
menospreciado a la Revolución dejando el campo libre a sus detractores.
Una excepción es la interpretación de Adolfo Gilly.
Hace
falta una adecuada comprensión del movimiento revolucionario, no solo en
sus aspectos históricos y teóricos sino políticos, para
expresar los anhelos inconclusos del pueblo mexicano en las condiciones
actuales. Fueron los electricistas de la Tendencia Democrática del SUTERM
quienes más se interesaron en entender al movimiento revolucionario.
Nuestro programa, la Declaración de Guadalajara (1975) tenía como
subtítulo “Programa para llevar adelante a la Revolución
Mexicana”. Con las limitaciones de la época, este programa fue de
corte nacionalista avanzado, entendido como un programa basado en las
nacionalizaciones, de la tierra, recursos naturales y sectores
estratégicos de la producción.
Actualmente, la
Revolución ya no cabalga a caballo ni por inexistentes trenes, pero su
pertinencia es irremplazable. Más aún, hay raíces vigentes,
luego de innumerables regresiones en favor del capital nacional y extranjero que
se ha apoderado del gobierno, de los recursos naturales y del patrimonio
colectivo de la nación.
Lamentablemente, cien años
después, el movimiento obrero sigue postrado entre la
corporativización política y económica con el Estado, la
conciliación de clases y la persistente destrucción auspiciada por
el imperialismo y sus agencias contrainsurgentes. La característica
principal es la carencia de independencia de clase, la corrupción y la
desnaturalización de las organizaciones sindicales. Esto ha llevado a
que, teniendo una enorme fuerza social consecuencia del desarrollo capitalista,
sin embargo, se tiene una enorme debilidad política, navegando sin
brújula en el desconcierto y la confusión.
Hoy, cuando el
ejido prácticamente ha desaparecido, hace falta un programa propio, la
organización que lo haga posible y una dirección consecuente. En
cierto sentido estamos peor que hace cien años. Pero existe la necesidad
de potenciar cambios de fondo, mismos que difícilmente podrán
lograrse por la vía electorera; es necesaria la acción organizada
e independiente del pueblo mexicano.
El FTE de México es parte de
la lucha del pueblo de México y contribuye enarbolando nuestro Programa
Obrero, que tiene hondas raíces y ha sido forjado por lo mejor de la
tradición obrera de las últimas cinco décadas. Por ello
reiteramos la urgente necesidad de reorganizar democráticamente al
movimiento obrero mexicano, articulando las demandas obreras con las de la
nación, en su perspectiva socialista, única alternativa para la
verdadera transformación social en nuestra época.
Nuestro
programa es de transición y requiere el concurso de todos los mexicanos,
en el ánimo de reanudar la Revolución Mexicana, misma que
consideramos interrumpida y violentamente traicionada por los sucesivos
gobiernos en turno.
Esta vez, con motivo de los cien años de la
proclamación del Plan de Ayala, nos proponemos estudiar mejor a la
Revolución, en su contexto histórico, teórico y
político considerando las experiencias del mundo.
En la presente
edición de energía hacemos una reflexión en voz
alta, apreciando algunas interpretaciones de la Revolución basadas en
publicaciones y documentos conocidos. De estos, incluimos algunos escritos
magonistas, zapatistas y villistas, así como algunos manifiestos, leyes,
cartas y corridos de la Revolución. Lo más importante reside en el
llamado que hacemos a los mexicanos concientes para formular y llevar a la
práctica el nuevo programa que necesitamos, basado en nuestra propia
historia de lucha.
¡Viva Tierra, Energía, Viento, Agua y Libertad!
¡Proletarios del mundo, Uníos!
Sombrero mexicano con hoz y martillo, de Tina Moddoti, 1927
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