Volumen 10, Número 160, mayo 1 de 2010 |
1. Introducción
Proyecto de nación y lucha de clases
Hablar de un proyecto nacional
es hablar de los grandes problemas nacionales y las posibles alternativas de
solución. El proyecto es la integración de los sentimientos,
aspiraciones y propuestas de los mexicanos en las presentes condiciones. Todos
los sectores tienen problemas y demandas, cada mexicano podría tener un
proyecto. Pero se trata de incluir esas demandas específicas en
propuestas de más alcance que no únicamente sumen, sino
integren.
No es necesario inventar ningún proyecto de
Nación. Hay realidades objetivas que determinan al proyecto. En primera
instancia, el proyecto ha de estar inscrito en el contexto de la lucha de
clases. Esto supone asumir una definición precisa que nos distingue de
otros.
Hay experiencias previas y, las más importantes, son de la
clase obrera. Por ello, no hay proyecto de Nación sin proyecto obrero.
Esto quiere decir que, el programa obrero, debe ser el eje de cualquier proyecto
de Nación.
Para los trabajadores no ha terminado la historia ni ha
triunfado el liberalismo capitalista. La lucha de clases es plenamente vigente
y, diariamente, somos partícipes de las confrontaciones entre el trabajo
y el capital. La existencia y presencia de la fuerza natural (el trabajo) y la
fuerza social (el capital) allí están, en cualquier parte del
mundo, más allá de las fronteras, adoptando las mismas expresiones
de contradicción incrementadas por el desarrollo tecnológico.
En México, la lucha de clases está presente en todos los
ámbitos de la actividad económica y social, política y
cultural. En México y en el mundo, también está vigente la
esencia del pensamiento revolucionario clásico. En este sentido, la
organización del proletariado en clase es la primera tarea
política de nuestra época.
Vigentes banderas proletarias
Más de un siglo de lucha obrera en
México no ha cristalizado a plenitud, pero epopéyicas jornadas han
marcado a nuestra historia. Antes, durante y después de la
Revolución Mexicana de 1910-19, las banderas enarboladas por Ricardo
Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano fueron, y han sido, retomadas
en diversos momentos culminantes.
Las huelgas de los mineros de Cananea y
de los textileros de Río Blanco en 1906 hicieron a los obreros mexicanos
precursores de la Revolución, no obstante la debilidad socialmente
inherente pues México estaba caracterizado más por la manufactura
que por la gran industria. La huelga del Sindicato Mexicano de Electricistas
(SME) de 1916, en abierto desafío a Carranza, en el contexto de la huelga
general de la Federación Obrera del Distrito Federal, marcó el
destino del proletariado nacional. Solo nuestra propia lucha, organizada y
conciente, podrá liberarnos; jamás ningún gobierno,
organización o lucha ajena.
Flores Magón y Emiliano Zapata
definieron el rumbo de México al abanderar el derecho de la Nación
a la propiedad colectiva social de la tierra y sus recursos, y los derechos
sociales de los mexicanos en su carácter de productores.
La
irrupción de las masas obreras en los 30’s potenció la
expropiación de la industria petrolera y la construcción de
grandes organizaciones obreras. El Comité Nacional de Defensa Proletaria
(CNDP) fue una importante experiencia de organización y lucha. Esta
organización fue capaz de accionar en fase activa y constructiva con base
en las formaciones sindicales industriales. En ese contexto, surgió el
Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM). La
huelga de los electricistas del SME de 1936, tal vez de las últimas
llevadas a cabo con las armas en la mano, mostró al proletariado la
importancia de seguir un camino propio. Luego se formaría a la
Confederación de Trabajadores de México (CTM, 1936) que pronto
sería desnaturalizada.
Después, vendría un espacio
vacío y oscuro dominado por el charrismo sindical, estructura
antagónica de los intereses obreros, aún cuando la clase obrera se
volvió más importante socialmente pero no así en el plano
político.
Durante décadas, en medio de las más
difíciles condiciones, el accionar de los electricistas fue la
excepción. Integrados en diversas organizaciones sindicales hemos
recorrido un largo camino. Los electricistas de la Federación Nacional de
la Industria y Comunicaciones Eléctricas (FNTICE) y del Sindicato
Mexicano de Electricistas (SME), integrados en la Confederación Nacional
de Electricistas de la República Mexicana (CNERM), fueron precursores de
la nacionalización eléctrica (1960) y coautores de la misma. La
nacionalización eléctrica ha sido siempre una propuesta de los
trabajadores. “Luchamos por la Nacionalización”, decía
la CNERM, y adicionó las consignas: “Un solo Contrato, un solo
Sindicato”, “Democracia Sindical”, se proclamó en 1952
por la insurgencia obrera de la época.
Otros destacamentos, como
los ferrocarrileros, se distinguieron en la lucha por la democracia sindical y
contra el charrismo. Las huelgas de 1958-59 estremecieron al país y
fueron violentamente reprimidas por el Estado. Lo mismo ocurriría con el
Movimiento Revolucionario del Magisterio en 1964, el movimiento médico de
1966 y el movimiento estudiantil-popular de 1968.
En 1971-72, los
electricistas del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República
Mexicana (STERM), llevamos a cabo grandes Jornadas Nacionales por la Democracia
Sindical enarbolando nuestro programa “Porqué Luchamos”. En
1972 fundamos a un SUTERM, inicialmente democrático y, en 1972, con la
Tendencia Democrática del SUTERM, en nuevas Jornadas Nacionales por la
Democracia Sindical, reformulamos nuestro programa en la
“Declaración de Guadalajara”, siendo reprimidos militar y
políticamente en 1976 con motivo de la Huelga Eléctrica
Nacional.
Luego, las Secciones Nucleares del SUTERM impedimos en 1977-78
la privatización del uranio mexicano.
En el sindicato
minero-metalúrgico tuvieron gran impacto las huelgas mineras de Nacozari
(1978), de la siderúrgica Las Truchas (1979, 1985) y otras más. De
igual manera, fue importante la lucha de los nucleares del SUTIN de 1983-88
habiendo desarrollado al programa de la Tendencia Democrática. En los
últimos 25 años, los maestros han sostenido un movimiento
democratizador en varias partes del país.
Sin embargo, el
charrismo sindical, la práctica del gremialismo y de un sindicalismo
corporativo han terminado por dominar al sindicalismo mexicano. Con diversos
grados, se practica un sindicalismo desclasado, apenas gremial y corporativo. El
sindicalismo como tal tiene límites precisos y determinados pero, en
México, van 50 años con tendencia hacia el atraso.
En los
años recientes (1999-2004), el Sindicato Mexicano de Electricistas y el
FTE de México se destacaron en la lucha contra la privatización
eléctrica, integrando acciones sindicales y políticas. La
movilización convocada por el SME conjugó los sentimientos
nacionalistas de los mexicanos y la defensa de la soberanía de la
Nación. Las condiciones no han sido las mejores porque, en el espacio
contrario, es el charrismo sindical el que ha apoyado la privatización
energética furtiva y la desnacionalización de las industrias
eléctrica y petrolera.
En esta lucha, se impidió la reforma
constitucional en materia eléctrica, no así la
privatización.
En 2006, se produjo el conflicto minero. El
charrismo sindical ha llevado a la destrucción del sindicato. En 2009,
consecuencia de la ocupación policíaca de las instalaciones de Luz
y Fuerza del Centro se produjo el enfrentamiento precipitado con el Estado. Sin
considerar la relación política de las fuerzas, sin
política eléctrica, los electricistas del SME han quedado fuera de
sus centros de trabajo y en la incertidumbre total.
Candentes problemas por resolver
En México, el principal problema del movimiento
obrero es el charrismo sindical, pero no nadamás.
Algunos sectores
sindicales han tomado el camino de la socialdemocracia y, en el mejor de los
casos, reducen la democracia sindical únicamente al nivel formal y
aparente. El programa que enarbolan asume al neoliberalismo y se orienta a
mitigar la lucha de clases, mediante una política de colaboracionismo y
la práctica de un sindicalismo corporativo. Esta tendencia sindical se
caracteriza por reducir las demandas, asumir al contrario, moverse en el nivel
de la apariencia, jamás de la esencia, dando por aceptadas las
políticas antiobreras, pretendiendo recibir las dádivas de un
diálogo social inexistente. Estratégicamente, su función es
limar el filo revolucionario del proletariado. La política
socialdemócrata implica maquillar al capitalismo y evitar la
transformación social misma que no propone. Esa política, por
supuesto, no es obrera.
La mayoría de los trabajadores, sin
embargo, no participa de nada pues no están sindicalizados. Los
trabajadores somos mayoría en México y los jóvenes
representan la proporción mayor, muchos desempleados y subempleados, pero
solo una minoría estamos organizados.
Entre los trabajadores
sindicalizados la acción es mínima o inexistente porque los
sindicatos carecen de dinámica, son únicamente membretes o
sindicatos corporativos a lo sumo. Las diversas representaciones sindicales
asumen al charrismo con la práctica de la corrupción, la
despolitización y el abandono de los objetivos de clase, siempre al
margen del acontecer nacional.
Muchos de los sindicatos no son tales, se
trata de sindicatos fantasmas, viles negocios en manos de criminales que
“venden protección” generalmente a pequeños
empresarios. Estos falsos sindicatos son tolerados por las autoridades y existen
como lacras. Más de 120 mil “contratos de protección”
han proliferado impunemente.
Asimismo, es común el desinterés
de los trabajadores por conocer y hacer valer sus derechos. Cuando se han
logrado conquistas, se limitan a cobrarlas sin jamás hacer nada para
mejorarlas ni mucho menos socializarlas. La apatía obrera ha sido el
resultado de la deseducación de décadas auspiciada por el
charrismo pero, también, de la inconciencia de los trabajadores que
prefieren vivir cobardemente sometidos. Este es un problema político de
importancia que debemos resolver reconociéndolo y superándolo,
mediante formas organizativas y políticas adecuadas, para el desarrollo
de la conciencia social en su expresión concreta.
Número, organización y dirección
La clase obrera es fuerte
por su número, lo dice el pensamiento revolucionario clásico, pero
el número solo cuenta cuando está unido por la
organización y guiado por el saber. En México,
durante el siglo XX, con el desarrollo del capitalismo la clase obrera
adquirió una enorme fuerza social. Sin embargo, esa fuerza no se
corresponde con su fuerza política. Políticamente, la clase obrera
mexicana fue pronto sometida y, la opresión sigue hasta el día de
hoy.
Durante las jornadas obreras de los 30s se fundó, incluso, a
la Confederación de Trabajadores de México (CTM) como una central
obrera que tenía en sus estatutos el objetivo de luchar por el
socialismo, su lema era “Por una sociedad sin clases”. Sin embargo,
el imperialismo intervino de inmediato al movimiento obrero hasta
desnaturalizarlo y destruirlo. El charrismo sindical es hoy el pilar
estratégico para la dominación imperialista de
México.
La clase obrera mexicana ha crecido, su número
indica una mayoría de mexicanos. Pero no existe ni siquiera la conciencia
de esa fuerza. Los trabajadores mexicanos NO estamos unidos por la
organización. Algunos trabajadores sindicalizados están en
sindicatos o centrales mas, esas organizaciones afilian, pero NO unifican. Peor
aún, la organización sindical ha sido desecha. Primero, porque
solamente agrupa a una escasa minoría; y, segundo, porque existen
multitud de sindicatos y sindicatitos que han terminado por pulverizar al
movimiento incapacitándolo para la acción unificada tan siquiera
por reivindicaciones elementales.
En tales condiciones, la lucha obrera
en México es casi inexistente y cuando ocurre es en el aislamiento. Los
sindicatos son agrupamientos corporativos no solidarios, entidades de negocios
no de lucha proletaria. Las excepciones son muy pocas con experiencias amargas.
Es que, a la desorganización debe sumarse la ausencia de
dirección. El saber se ha despreciado, la clase obrera marcha sin
dirección de clase, al pensamiento obrero no se le estudia ni se le
aplica, ni en los procesos de trabajo ni en la lucha política. El
resultado ha sido el empirismo, los métodos atrasados de trabajo, la
improvisación y la disgregación de las fuerzas.
En tales
circunstancias, el charrismo sindical ha devenido en una superestructura con
amplio poder económico y político. La corporativización
sindical ha llevado al abandono de principios, a una mayor
desorganización y a la postración obrera. Mientras, enormes
aparatos burocráticos se han adueñado de las organizaciones
sindicales, de la titularidad de los derechos obreros y de la
representación de los mismos. El conjunto de los trabajadores mexicanos
está prácticamente secuestrado en sus propias organizaciones,
algunas de ellas fundadas al calor de extraordinarias luchas.
En la
medida en que los trabajadores mexicanos hemos sido sometidos por el charrismo,
en esa misma medida el movimiento ha carecido de dinámica social y en la
misma proporción ha retrocedido la Nación. A los gobiernos en
turno les es posible instrumentar políticas antiobreras, impopulares,
contrarias al interés de la Nación, porque cuentan con el apoyo
del charrismo y los trabajadores no pueden ni siquiera defender sus intereses
más elementales e inmediatos. En correspondencia, los gobiernos han
reforzado sucesivamente la fuerza de este supuesto sindicalismo. Charrismo y
gobiernos funcionan siempre al margen de la ley.
El charrismo se ha
convertido en una fuerza estratégica del capital, es la fuerza de choque
contra el proletariado; el charrismo es la entrega de los intereses de
México al imperialismo.
Vencer al charrismo es, por tanto, una
cuestión crucial para México en su pretensión de ser una
Nación independiente y soberana. Es por ello que la lucha por la
democracia sindical y la reorganización del movimiento obrero de
México son asuntos claves y de primera prioridad. No son los
únicos aspectos, se requiere de un Programa entero, el programa obrero,
que integre los puntos principales para la liberación, y los intereses
inmediatos e históricos de los mexicanos.
Eso supone la
organización, estructurada adecuadamente, con independencia de clase
respecto del patrón, el gobierno y los partidos políticos no
obreros. También, se precisa del saber para integrar una
dirección política propia, organizada en su nivel apropiado como
organización política de clase, orientada por el estudio y
desarrollo del marxismo, en la perspectiva del socialismo, única
propuesta coherente actual para la transformación del mundo.
Necesario programa obrero
Los trabajadores mexicanos necesitamos nuestro programa
para orientar mejor nuestras luchas a diversos plazos. Vivimos tan
desafortunadas condiciones que es fundamental reflexionar acerca de las causas
profundas de nuestro movimiento y sus problemas candentes. Resolver el problema
de la organización, como un medio para la unidad proletaria no es un
asunto sencillo. Forjar la dirección que necesita el movimiento es
más difícil aún. Sin embargo, la organización y la
dirección, la unidad y el saber, son necesarios y, en esa medida, son
viables.
El programa obrero es la referencia para la lucha social, son
los puntos para dinamizar al movimiento, el camino que es preciso recorrer para
revertir el infortunio de más de un siglo. Nuestro programa es obrero
porque la clase debe ser el eje del movimiento. Pero el programa no es
únicamente para los obreros sino para toda la Nación, en la cual,
asumiendo que la sociedad está divida en clases sociales, somos la gran
mayoría viviente.
Este programa obrero no es de una vez y para siempre sino el que es
necesario para la presente época y circunstancias
políticas.
Brillantes raíces proletarias
El programa que se propone parte de hondas raíces. Generaciones de
electricistas, petroleros, mineros, metalúrgicos, ferrocarrileros,
maestros, médicos, campesinos, estudiantes, colonos y pueblo en general
han sido partícipes de un intenso batallar que llega a nuestros
días. En el sector de la energía se han producido las acciones
más importantes.
Una de las aportaciones más relevantes para
el movimiento obrero han sido los planteamientos programáticos, mismos
que hemos desarrollado hasta hoy. En el contexto de la propuesta de Huelga
Eléctrica Nacional, los electricistas del SUTERM propusimos en 1975 el
programa llamado Declaración de Guadalajara. Este programa fue
precedido por el programa ¿Porqué Luchamos? que enarbolamos
con el STERM en 1971-72. La represión político-militar a que
fuimos sometidos interrumpió la nacionalización eléctrica,
la construcción de la organización unitaria y la
integración del proceso de trabajo. Las adversas consecuencias afectaron
al conjunto del movimiento y el charrismo sindical afianzó su poder y
dominio.
Pero, las banderas otrora enarboladas por diversos destacamentos
insurgentes las hemos mantenido ondeando en las más difíciles
condiciones. Más aún, electricistas, petroleros, nucleares,
trabajadores del agua y de la ciencia en lucha democrática seguimos
desarrollando varios aspectos de nuestro programa.
Con estas banderas
hemos marchado, las enarbolamos con orgullo y las proponemos para el conjunto de
los trabajadores mexicanos y de la Nación viviente.
¡Proletarios del mundo, Uníos!
Mitin del 20 de marzo de 1976 en el Monumento a la Revolución
de la Ciudad de México FOTO: tigre
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