Volumen 10, Número 159, abril 21 de 2010 |
Fidel y la juventud cubana
El comandante Fidel Castro reflexiona sobre el
IX Congreso de la juventud comunista de Cuba.
El IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba
Tuve el privilegio
de seguir directamente voz, imágenes, ideas, argumentos, rostros,
reacciones y aplausos de los delegados participantes en la sesión final
del IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, que
tuvo lugar en el Palacio de Convenciones el pasado domingo 4 de abril. Las
cámaras de televisión recogen detalles desde proximidades y
ángulos mucho mejores que los ojos de las personas presentes en
cualquiera de esos eventos.
No exagero si digo que ha sido uno de los momentos
más emocionantes de mi larga y azarosa vida. No podía estar
allí, pero lo viví dentro de mí mismo, como quien recorre
el mundo de las ideas por las cuales ha luchado las tres cuartas partes de su
existencia. De nada valdrían sin embargo ideas y valores para un
revolucionario, sin el deber de luchar cada minuto de su vida para vencer la
ignorancia con que todos venimos al mundo.
Aunque pocos lo admitan, el azar y las circunstancias
desempeñan un papel decisivo en los frutos de cualquier obra
humana.
Entristece pensar en tantos revolucionarios, con muchos
más méritos, que no pudieron siquiera conocer el día de la
victoria de la causa por la cual lucharon y murieron, fuese la independencia o
una profunda revolución social en Cuba. Ambas al final inseparablemente
unidas.
Desde mediados de 1950, año en que concluí
mis estudios universitarios, me consideraba un revolucionario radical y
avanzado, gracias a las ideas que recibí de Martí, Marx y, junto a
ellos, una legión incontable de pensadores y héroes deseosos de un
mundo más justo. Había transcurrido entonces casi un siglo desde
que nuestros compatriotas iniciaron el 10 de octubre de 1868 la primera guerra
de independencia de nuestro país contra lo que restaba en América
de un imperio colonial y esclavista. El poderoso vecino del Norte había
decidido anexarse a nuestro país como fruta madura de un árbol
podrido. En Europa habían surgido ya con fuerza la lucha y las ideas
socialistas del proletariado contra la sociedad burguesa que tomó el
poder por ley histórica durante la Revolución Francesa que
estalló en julio de 1789 inspirada en las ideas de Juan Jacobo Rousseau y
los enciclopedistas del siglo XVIII, las cuales constituyeron igualmente las
bases de la Declaración de Filadelfia el 4 de julio de 1776, portadora de
las ideas revolucionarias de aquella época. Con creciente frecuencia en
la historia humana, los acontecimientos se mezclan y superponen.
El espíritu autocrítico, la incesante
necesidad de estudiar, observar y reflexionar, son a mi juicio
características de las que no puede prescindir ningún cuadro
revolucionario.
Mis ideas, desde bastante temprano, eran ya
irreconciliables con la odiosa explotación del hombre por el hombre,
concepto brutal en que se basaba la sociedad cubana bajo la égida del
país imperialista más poderoso que ha existido. La cuestión
fundamental, en plena Guerra Fría, era la búsqueda de una
estrategia que se ajustara a las condiciones concretas y peculiares de nuestro
pequeño país, sometido al abyecto sistema económico
impuesto a un pueblo semianalfabeto, aunque de singular tradición
heroica, a través de la fuerza militar, el engaño y el monopolio
de los medios de información, que convertían en actos reflejos las
opiniones políticas de la inmensa mayoría de los ciudadanos. A
pesar de esa triste realidad, no podían, sin embargo, impedir el profundo
malestar que sembraban en la inmensa mayoría de la población la
explotación y los abusos de tal sistema.
Después de la Segunda Guerra Mundial por el
reparto del planeta, que fue la causa de la segunda carnicería
—separada de la anterior por apenas 20 años, desatada esta vez por
la extrema derecha fascista, que costó la vida a más de 50
millones de personas, entre ellas alrededor de 27 millones de
soviéticos—, en el mundo prevalecieron por un tiempo los
sentimientos democráticos, las simpatías por la URSS, China y
demás Estados aliados en aquella guerra que finalizó con el empleo
innecesario de dos bombas atómicas, que ocasionaron la muerte a cientos
de miles de personas en dos ciudades indefensas de una potencia ya derrotada por
el avance indetenible de las fuerzas aliadas, incluidas las tropas del
Ejército Rojo, que en breves días habían liquidado al
poderoso ejército japonés de Manchuria.
La Guerra Fría fue iniciada por el nuevo
Presidente de Estados Unidos casi inmediatamente después de la victoria.
El anterior, Franklin D. Roosevelt, que gozaba de prestigio y simpatía
internacional por su posición antifascista, murió después
de su tercera reelección, antes de finalizar aquella guerra. Sustituido
entonces por su vicepresidente Harry Truman, un hombre descolorido y mediocre,
fue este el responsable de aquella política funesta.
Estados Unidos, único país desarrollado
que no sufrió destrucción alguna debido a su posición
geográfica, atesoraba casi todo el oro del planeta y los excedentes de la
producción industrial y agrícola, e impuso condiciones onerosas a
la economía mundial a través del famoso acuerdo de Bretton Woods,
de funestas consecuencias que aún perduran.
Antes de iniciarse la Guerra Fría, en la propia
Cuba existía una Constitución bastante progresista, la esperanza y
las posibilidades de cambios democráticos aunque nunca, por supuesto, las
de una revolución social. La liquidación de esa
Constitución por un golpe reaccionario en medio de la Guerra Fría,
abrió las puertas a la revolución socialista en nuestra Patria,
que fue el aporte fundamental de nuestra generación.
El mérito de la Revolución Cubana se puede
medir por el hecho de que un país tan pequeño haya podido resistir
durante tanto tiempo la política hostil y las medidas criminales lanzadas
contra nuestro pueblo por el imperio más poderoso surgido en la historia
de la humanidad, el cual, acostumbrado a manejar a su antojo a los países
del hemisferio, subestimó a una nación pequeña, dependiente
y pobre a pocas millas de sus costas. Ello no habría sido jamás
posible sin la dignidad y la ética que caracterizaron siempre las
acciones de la política de Cuba, asediada por repugnantes mentiras y
calumnias. Junto a la ética, se forjaron la cultura y la conciencia que
hicieron posible la proeza de resistir durante más de 50 años. No
fue un mérito particular de sus líderes, sino fundamentalmente de
su pueblo.
La enorme diferencia entre el pasado -en que apenas
podía pronunciarse la palabra socialismo- y el presente, se pudo apreciar
el día de la sesión final del IX Congreso de la Unión de
Jóvenes Comunistas de Cuba, en los discursos de los delegados y en las
palabras del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
Es muy conveniente que lo que allí se dijo se
reproduzca y conozca dentro y fuera del país a través de los
más variados medios de divulgación, no tanto por lo que a nuestros
compatriotas atañe, curtidos en esta lucha durante largo tiempo, sino por
lo que a los pueblos del mundo conviene conocer la verdad y las
gravísimas consecuencias hacia donde el imperio y sus aliados conducen a
la humanidad.
En sus palabras de clausura, breves, profundas,
precisas, Raúl puso los puntos sobre las íes en varios temas de
suma importancia. El discurso fue una estocada profunda en las entrañas
del imperio y sus cínicos aliados, al expresar críticas y
autocríticas que hacen más fuertes e inconmovibles la moral y la
fuerza de la Revolución Cubana, si somos consecuentes con lo que cada
día nos enseña un proceso tan dialéctico y profundo en las
condiciones concretas de Cuba.
Tan acostumbrado estaba el imperio a imponer su
voluntad, que menospreció la resistencia de que es capaz un
pequeño país latinoamericano del Caribe, a 90 millas de sus
costas, en el que era propietario de sus riquezas fundamentales, monopolizaba el
control de sus relaciones comerciales y políticas, e impuso por la fuerza
una base militar contra la voluntad de la nación, bajo el manto de un
acuerdo legal al que asignaron además carácter constitucional.
Menospreciaron el valor de las ideas frente a su inmenso poder.
Raúl les recordó cómo las fuerzas
mercenarias fueron derrotadas en Girón antes de cumplirse las 72 horas
del desembarco, a los ojos de la flota naval yanqui; la firmeza con que nuestro
pueblo se mantuvo inconmovible en la Crisis de Octubre de 1962, al no aceptar la
inspección de nuestro territorio por Estados Unidos —tras la
fórmula inconsulta del acuerdo entre la URSS y dicho país que
ignoraba la soberanía nacional— a pesar del incalculable
número de armas nucleares que apuntaban contra la isla.
Tampoco faltó la referencia a las consecuencias
de la desintegración de la URSS, que significó la caída de
un 35% de nuestro PIB y el 85% del comercio exterior de Cuba, a lo que se
sumó la intensificación del criminal bloqueo comercial,
económico y financiero a nuestra Patria.
Casi 20 años han transcurrido desde aquel triste
y funesto acontecimiento, y sin embargo Cuba sigue en pie decidida a resistir.
Por ello, adquiere especial importancia la necesidad de superar y vencer todo lo
que conspire contra el desarrollo sano de nuestra economía. Raúl
no dejó de recordar que hoy el sistema imperialista impuesto al planeta
amenaza seriamente la supervivencia de la especie humana.
Contamos actualmente con un pueblo que pasó del
analfabetismo a uno de los más altos niveles de educación del
mundo, que es dueño de los medios de divulgación masiva, y puede
ser capaz de crear la conciencia necesaria para superar dificultades viejas y
nuevas. Con independencia de la necesidad de promover los conocimientos,
sería absurdo ignorar que, en un mundo cada vez más complejo y
cambiante, la necesidad de trabajar y crear los bienes materiales que la
sociedad necesita constituye el deber fundamental de un ciudadano. La
Revolución proclamó la universalización de los
conocimientos, consciente de que cuanto más conozca, más
útil será el ser humano en su vida; pero nunca se dejó de
exaltar el deber sagrado del trabajo que la sociedad requiere. El trabajo
físico es, por el contrario, una necesidad de la educación y la
salud humana, por ello, siguiendo un principio martiano, se proclamó
desde muy temprano el concepto de estudio y trabajo. Nuestra educación
avanzó considerablemente cuando se proclamó el deber de ser
profesores y decenas de miles de jóvenes optaron por la enseñanza
—o lo que fuese más necesario para la sociedad. El olvido de
cualquiera de estos principios entraría en conflicto con la
construcción del socialismo.
Igual que todos los pueblos del Tercer Mundo, Cuba es
víctima del robo descarado de cerebros y fuerza de trabajo joven; no se
puede cooperar jamás con ese saqueo de nuestros recursos humanos.
La tarea a la que cada cual consagre su vida, no solo
puede ser fruto del deseo personal, sino también de la educación.
La recalificación es una necesidad irrenunciable de cualquier sociedad
humana.
Los cuadros del Partido y del Estado deberán
enfrentar problemas cada vez de mayor complejidad. De los responsables de la
educación política se demandarán mayores conocimientos que
nunca de la historia y la economía, precisamente por la complejidad de su
trabajo. Basta leer las noticias que llegan todos los días de todas
partes para comprender que la ignorancia y la superficialidad son absolutamente
incompatibles con las responsabilidades políticas. Los reaccionarios, los
mercenarios, los que anhelan consumismo y rehúsan el trabajo y el
estudio, tendrán cada vez menos espacio en la vida pública. No
faltarán jamás en la sociedad humana los demagogos, los
oportunistas, los que anhelan soluciones fáciles en busca de popularidad,
pero los que traicionan la ética tendrán cada vez menos
posibilidades de engañar. La lucha nos ha enseñado el daño
que pueden causar el oportunismo y la traición.
La educación de los cuadros será la tarea
más importante que los partidos revolucionarios deberán dominar.
No habrá jamás soluciones fáciles, el rigor y la exigencia
tendrán que prevalecer. Cuidémonos especialmente también de
aquellos que junto al agua sucia vierten los principios y los sueños de
los pueblos.
Hace días deseaba hablar del Congreso de la
Juventud, pero preferí esperar su divulgación y no robarle espacio
alguno en la prensa.
Ayer, siete de abril, fue el cumpleaños de Vilma.
Escuché con emoción, a través de la televisión, su
propia voz acompañada por las finas notas de un piano. Cada día
valoro más su trabajo y todo lo que hizo por la Revolución y por
la mujer cubana. Las razones para luchar y vencer se multiplican cada
día.
Referencia: FTE de México 2010, elektron 10 (109) 1-4, 9
abril 2010.
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