Privatización de la Nación
Privatizaciones y contra reforma laboral, consignas imperialistas impuestas a la Nación
mexicana.
El Estado y el gobierno, asumen esta vergonzosa política, los trabajadores la
rechazamos.
¡No, al Consenso de Washington; Sí, al Consenso de La Habana!
México vive hoy una crisis,
económica y política, marcada por la puesta en práctica de
las recetas de los organismos financieros multinacionales. Privatizaciones y
reforma laboral son dos aspectos cruciales. Al respecto, el 2001 se caracteriza
por un sostenido avance en la privatización de la industria
energética nacionalizada y por los serios intentos para modificar las
relaciones laborales a partir de nuevas adecuaciones a la legislación
laboral.
La política económica que se sigue en México
es parte de la propuesta imperialista, con grandes afectaciones para el pueblo y
que, sin embargo, se impone por el Estado asumiendo éste nuevos roles.
Esa política no solo es discutible es, también, inaceptable para
los trabajadores.
La liberalización de las economías, llamada
globalización, y su aplicación en México ha traído
consigo: penuria para la gran mayoría de la población (40 millones
de mexicanos en la pobreza y pobreza extrema), desempleo masivo (611 mil 108
empleos perdidos del 1º de diciembre de 2000 al 15 de septiembre de
2001*), precarización de las condiciones de trabajo y una
política salarial de sobrevivencia.
El discurso que sostiene al libre
mercado, y la privatización de las empresas públicas como panacea
para la solución de todos los problemas económicos, se ha
convertido en el lenguaje cotidiano del Ejecutivo Federal. Este acepta el papel
secundario del Estado en la economía nacional que su “socio
comercial” del norte le impone. Fox ha llegado al grado de pretender
modificar la Constitución del país para entregar, sin trabas, al
imperialismo los recursos energéticos que son parte del patrimonio
nacional.
Las privatizaciones
Con el desmantelamiento en 1984 de la American Telephone and Telegraph
(ATT), antiguo monopolio Estatal en los Estados Unidos, dividiéndolo en 7
empresas regionales y una octava que conservó la razón social de
ATT, que opera las largas distancias interregionales e internacionales se dio
comienzo a la ola de liberalización— (destrucción de los
monopolios públicos) —de las telecomunicaciones en el mundo. ATT
dejó de ser monopolio estatal (público) para convertirse en
monopolio privado. Esto es así porque la política liberalizadora
desarrolla al mismo tiempo un discurso dominante que apoya la
privatización sin excepciones en todas las esferas de la actividad
económica mundial.
En los años siguientes, las privatizaciones
cobraron fuerza. Los diversos países asumieron esta política y los
organismos financieros internacionales plantean cada vez con mayor firmeza que
se trata de una medida que debe ser parte de los programas de ajuste y cambio
estructural instrumentados en los países subdesarrollados.
En 1997 el
Banco Mundial (BM) en su informe sobre el tema —El Estado en un mundo
en transformación—, sostiene la necesidad de replantear su
papel en la economía afirmando que el Estado no puede ser un agente
directo del crecimiento y que la reducción de la presencia estatal
excesiva contiene dos supuestas enseñanzas fundamentales:
a)
“La liberalización de los mercados permite a los nuevos
participantes crear empleos y riqueza para aliviar las dificultades de las
privatizaciones”.
b) “Es necesario que el Estado
sobredimensionado tenga menos bienes de su propiedad pues no hay ninguna
razón económica de peso suficiente para que las industrias de
bienes comerciales sigan siendo de propiedad estatal, amén de que no
existe un momento preciso del programa de reforma que pueda considerarse como
“el más indicado” para iniciar la privatización de las
empresas públicas a cargo del Estado”. Mas allá del
discurso lo cierto es que este organismo, así como el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ha estado
elaborando propuestas de política económica que indican la
necesidad de avanzar en las privatizaciones. Es el caso de los países
latinoamericanos. Después del denominado efecto tequila (diciembre
de 1994), una de las recomendaciones hechas al gobierno de México lo
llevaron a reconsiderar inmediatamente la cuestión de la
privatización de la petroquímica, de los aeropuertos y más
recientemente de la producción y distribución de electricidad.
No, al Consenso de Washington
Lo anterior nos permite situar la estrategia del gobierno mexicano,
misma que no es ajena al Consenso de Washington, esto es, al Protocolo
para la firma del Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y
específicamente de los países del norte: Estados Unidos,
Canadá y México.
En lo relativo al nuevo papel del Estado en
la economía, se sostiene la idea de que solo en la escasez existe
asignación eficiente de los recursos. Pero se trata de la doctrina de la
austeridad que busca aumentar los beneficios a costa de reducir los salarios,
produce una mayor insatisfacción de las necesidades vitales y deteriora
el poder adquisitivo al tiempo que apoya las ganancias financieras.
El
ajuste que actualmente se realiza en México se impone desde las
cúpulas del Estado a la mayoría de la sociedad. Se trata de una
sistemática limitación del gasto público, a la vez que se
fomenta una competencia sin trabas. La plena utilización de los recursos
productivos deja de ser un objetivo de la economía. En efecto se trata de
desmontar la gestión estatal construida hasta los años setenta,
donde la política nacionalizadora y la creación de grandes
empresas públicas jugaron el papel principal en el desarrollo
económico del país.
La política desnacionalizadora de
reformas constitucionales, adversas a los intereses del pueblo trabajador,
trastoca de manera sustancial los elementos constitutivos de cualquier acuerdo
social. Esta política, a la vez, coloca paradójicamente al Estado
como impulsor principal de los planes del capital multinacional extranjero.
Dicho capital es el principal participante en el reparto de los nuevos mercados.
Adquirir los activos que se ofertan en México es una meta importante para
organizar su despliegue en la zona. De esta manera, está cambiando el
papel del Estado otrora garante otrora de los bienes públicos. Hasta
ahora, la gestión de las contradicciones de la liberalización ha
dado una nueva oportunidad al mantenimiento de la hegemonía
norteamericana. "Menos Estado" significa menos Estado en todos lados, salvo en
Estados Unidos, que, por tener el monopolio del dólar y ser potencia
militar mantiene su posición hegemónica a escala mundial, sobre
Japón y la Comunidad Europea relegados a un segundo plano.
Sí, al Consenso de La Habana
En México la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC)
coincidió con el levantamiento zapatista de Chiapas en enero de 1994.
Actualmente, el modelo propuesto por el TLC se ha extendido al conjunto del
continente. En los países del sur se padece ya liberalización
desenfrenada. Aunque el proyecto del Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay,
Paraguay, y abierto a Chile y Bolivia) haya sido concebido en sus inicios en los
marcos de la óptica neoliberal, no está dicho que no pueda
evolucionar en dirección hacia una autonomía -aún relativa-
de la región. Por otro lado, la dependencia de América Latina
respecto a las economías más poderosas del planeta no hace sino
aumentar.
Los países, emergentes o no, del continente americano se
han convertido en el campo de batalla de la "guerra comercial" entre Estados
Unidos y la Unión Europea. En este sentido, el ALCA parece el golpe de
mano decisivo de los Estados Unidos. La construcción de esta zona de
libre tránsito, supone la creación de la mayor zona de libre
comercio del mundo: un mercado de casi 800 millones de personas, que engloba a
34 de los 35 países del continente (a excepción de Cuba) con un
PIB conjunto de más de 11.5 billones de dólares (el 40 por ciento
del PIB mundial). Para llevar adelante estos planes, no se ha considerado la
opinión de las poblaciones de la zona; el proceso se está llevando
a cabo sin tener en cuenta a los ciudadanos. No hay exageración, ni
demagogia: siete años después de la firma del TLC, en nada ha
mejorado la situación de los millones de pobres de México.
Ni la
utopía reaccionaria de la liberalización desenfrenada y del
neoliberalismo privatizador, ni las prácticas de la gestión
política del caos (y no de cualquier nuevo orden mundial) que esta
utopía supone, son sostenibles.
Para atenuar los efectos destructores
de la misma, y limitar el peligro de violentas explosiones, los sistemas de
poder intentan poner un mínimo de orden en medio del caos.
Las
regionalizaciones concebidas en este marco persiguen tal finalidad atando a las
diferentes regiones de la periferia a cada uno de los centros dominantes.
Así, el TLC somete a México y, en perspectiva, a toda
América Latina, al carro norteamericano en detrimento de la
consolidación de un proyecto político y social común y
progresista en América Latina.
Esta justa aspiración
podrá lograrse en la medida que los movimientos sociales de protesta y de
rechazo a las políticas neoliberales en curso se amplifiquen en
América Latina. El FTE de México apoya, por tanto, al Consenso de
la Habana en términos de la Declaración final del Encuentro
Hemisférico de Lucha contra el ALCA.
La política laboral
En lo concerniente a la política laboral en México, las
cosas no marchan mejor. La ofensiva patronal está de vuelta y con
ánimos renovados pidiendo que ponga fin a las conquistas de los
trabajadores y exigiendo las reformas a la ley federal del trabajo que
intentaron ya en los años de 1989 y 1998 los gobiernos de Salinas de
Gortari y de Zedillo.
Esta vez cuentan con el apoyo del titular de la
secretaria del trabajo, Carlos Abascal, quien fuera representante de la
cúpula patronal, y quien implementó en su gestión la
política la llamada por él y los charros sindicales “nueva
cultura laboral”. Según esas ideas, se destacan la flexibilidad
laboral, la libre contratación patronal, categorías unitarias
(definiciones de labores genéricas), inexistencia escalafonaria,
establecimiento de la competencia entre los trabajadores para lograr ascensos a
juicio del patrón, prestaciones restringidas etc. La patronal tiene hoy
el respaldo del gobierno foxista para llevar a cabo dicha reforma que, junto con
la reforma hacendaria significarían una severa agresión al
conjunto de trabajadores mexicanos.
Pero, de concretarse esta reforma
regresiva, regresaríamos a la situación que generó a la
Revolución y que sacudió a la Nación en el siglo pasado.
Esas condiciones se están creando. Los trabajadores esperamos que nuestro
movimiento se desarrolle y evolucione a otros niveles para hacer posible un
cambio de fondo en la vida nacional.
Referencias:
* Lescas R. J., 2001, REPORTE Universidad Obrera de México,
UOM.
|