2- Cosmogonía maya
2.1 Mitos de la creación
En Mesoamérica, los mitos de la
creación tienen diferencias y similitudes entre las diversas culturas si
bien hay una “cierta homogeneidad subyacente”. Según el
«Códice Vindobonensis», p.37, en Mesoamérica el
árbol fue un símbolo fundamental del eje del mundo, punto de
encuentro entre los planos del cosmos y lugar de origen del género
humano.
Los mitos de los orígenes “son aquellos que versan
sobre la creación, aparición o restauración del mundo, los
cuerpos celestes, los seres humanos, los animales, las plantas y aquello que en
particular constituye el sustento de hombres y mujeres”
(León-Portilla 2002).
Los mitos relacionados con el maíz
contienen principios esenciales que son comunes a las culturas mesoamericanas.
Tal es el caso del Tablero de la Cruz Foliada de Palenque.
En los mitos
mesoamericanos hay un principio dual, origen de cuanto existe. En el
«Códice Trocortesiano», p.75-76 los mayas yucatecos representan
a la suprema pareja con los nombres de Ixchel, “la que yace” e
Itzamá, “casa de la iguana”, madre y padre de todos los
dioses.
“Fue esa suprema pareja la que, a través de otros
dioses, sus hijos, actúo en las varias edades cósmicas hasta
llegar a la actual”. De la sucesión de esos soles o edades dan
testimonio el «Popol Vuh», algunos textos del «Chilam
Balam», la «Leyenda de los Soles» y el «Códice
Vaticano A», así como, diversos monumentos, entre ellos, la mexica
«Piedra del Sol».
En cuanto al origen del tiempo, sus medidas y
cómputo calendárico, los mayas consideraban que Itzamá
inventó el calendario.
León Portilla (2002) indica que
“en todo el ámbito Mesoamericano el tiempo, computado con extremado
rigor en función de sus sistemas calendáricos, se concibe como
portador de presencias de dioses y de destinos favorables o
indiferentes”.
“Los mayas concebían su universo
poblado de presencias de dioses actuantes en los distintos rumbos
cósmicos y en las regiones celestes e inferiores. Esa ininterrumpida
actuación de los dioses no ocurre al azar, sino con una precisión
matemática expresada en los cómputos
calendáricos”.
En la Estela 5 de Itzapa, Chiapas, se
aprecian las imágenes de un árbol cósmico y la pareja
divina. Este monumento pertenece al Preclásico Tardío (200 –
1 a.C.).
En cuanto al origen de la cultura, el «Códice
Florentino» se refiere a Quetzalcóatl como el creador por excelencia
de todas las artes, sabio que conocía y declaraba los movimientos de los
astros e inventor del calendario. Los mayas de Yucatán reconocieron a
Quetzalcóatl como Kukulcán y los quichés le llamaron
Gucumatz.
2.2 Universo maya
En el Mural de San Bartolo, Guatemala,, y en otros textos
posteriores, el mundo es representado con 13 niveles de cielo y 9 en el
inframundo, o Xibalbá, unidos por una Ceiba verde, que representa a la
tierra, y en cada punto cardinal, un árbol con diferentes colores (Mayas
2009). Para los mayas el universo era un cuadrado plano, delimitado por un
caimán (o lagarto) cuyo cuerpo estaba cubierto de símbolos
planetarios, con forma interna piramidal. Dentro del cuadrado se ubican los tres
niveles cósmicos: el Cielo (Caan), la Tierra (Caab) y el inframundo
(Xibalba). Del centro de la Tierra nace una gran Ceiba, cuyo tronco y ramas
sostienen el cielo y cuyas raíces penetran en el inframundo.
Cada una de las esquinas del cuadrado que se ubica sobre el lomo del
lagarto, representa un punto cardinal, y a cada uno se le asigna un color. Al
Norte le corresponde el blanco; al Sur, el amarillo; al Este el rojo; y, al
Oeste, el negro. Un quinto punto cardinal es el Centro al que se le asigna el
color verde.
Exactamente en los cuatro ángulos del cuadrado,
habita un Bacab o dios cargador, cuya misión es sostener con las manos en
alto una parte del universo.
El cielo y la tierra han sido descritos por
Davis (2005). El Chilam Balam (2007) hace referencia al cuadrado del
mundo.
“Cuando el mundo fue creado, se puso un pilar en el
cielo. . . que era el árbol blanco, de la abundancia al norte,
después, el árbol negro de la abundancia fue puesto al oeste. . .
.Después, el árbol rojo de la abundancia fue puesto al este. . .
Después el árbol amarillo de la abundancia fue puesto en el sur. .
. Después el gran árbol verde (Ceiba) de la abundancia fue puesto
en el centro”.En una imagen de la visión cósmica
de los mayas, se representa al Yaxché (Ceiba), y los 4 Bacab en las
esquinas deteniendo la tierra y cada uno de los 13 niveles de Caan (cielo) tiene
su Oxlahuntikú o dios, con Hunab’Kú (padre de los gemelos y
dios del Maíz) en el tope. La tierra (Cab) representada como un
caimán, con sus Tzultacah o dios (se desconoce el número), y
Xibalbá o inframundo con nueve niveles y sus dioses o Bolon Ti Kún
siendo Ah Puch, el dios de la muerte en el último nivel.
Los mayas
consideraban que el universo está formado por tres grandes extensiones:
el cielo, la tierra y el mundo inferior (De la Garza 2009).
El cielo se
divide en trece estratos horizontales, de donde la forma de la pirámide
en escalera, como lo sugiere Thompson (1970), lo cual es verosímil,
puesto que las construcciones piramidales que sostienen los templos representan
las montañas sagradas, pero ante todo, simbolizan el espacio celeste cuya
última plataforma lleva a la divinidad suprema.
Correlativamente, el inframundo
está representado igualmente por una pirámide, pero de nueve
estratos y a veces invertida. La tierra era imaginada como una plancha plana,
cuadrangular, dividida en cuatro sectores, cada uno de ellos teniendo como
símbolo un color, con un árbol (Ceiba) sobre el cual se posa un
pájaro, una especie de maíz y de judía. Los árboles
sostienen el cielo al lado de las divinidades antropomórficas,
denominadas Bacabes por el «Chilam Balam» de
Chumayel.
Los mitos mayas hablan
también de una gran Ceiba verde dispuesta en el centro del universo, la
"Gran Madre Ceiba", que atraviesa los tres planos. Esta imagen del Árbol
Cósmico, situado en el centro del mundo, es una de las más comunes
del simbolismo universal del centro.
La concepción de la
cuaternidad terrestre, que encontramos muy claramente en la cosmología
maya, parece resultar de la observación del fenómeno natural de la
salida y puesta del Sol sobre la línea donde el cielo y la tierra se
unen, en el vasto ciclo anual del astro. Esto ha determinado las cuatro
extensiones de la tierra, los puntos cardinales, como cuatro direcciones que se
unen en la cuaternidad del espacio y del tiempo.
Otros dos puntos parecen
importantes en la cosmología maya: el más alto en el centro del
cielo, el Zenit, y el más bajo en el centro del inframundo, el Nadir. Las
dimensiones cósmicas serían pues en número de siete
incluyendo en ellas la del centro del mundo.
De la Garza
(2009) señala que, en el pensamiento maya el espacio terrestre no se
concibe sin el tiempo, y ambos están determinados por el ciclo solar. Por
los cuatro sectores y los tres niveles cósmicos "
caminaban" los
cuatro "
Portadores del año", como se les llamaba en el calendario
ritual de 260 días, comunicando el movimiento ordenado al espacio e
impregnando de sus influencias positivas o negativas a todos los
seres.
Numerosos centros ceremoniales del Período Clásico
expresan estas ideas cosmológicas. Uno de los símbolos mayas
más notables de la cuaternidad cósmica y del
axis mundi es la cruz que se encuentra en
numerosas obras clásicas, en Palenque en la losa del Templo de las
Inscripciones, el Templo de la Cruz y el Templo de la Cruz Foliada, así
como en los dinteles 2 y 5 de Yaxchilán. Aquí se encuentra una
pirámide de nueve niveles (Templo de las Inscripciones), que simboliza el
inframundo (aunque no sea invertida) y otra de trece niveles (Templo del Sol),
que representa el cielo, lo que prueba que la estructura cósmica se
concebía en forma piramidal
2.3 Popol Vuh
La llamada cosmogonía maya está descrita
en textos escritos en la época colonial con caracteres latinos. Las
principales fuentes son «Popol Vuh» de los quichés, el
«Memorial de Sololá» de los cakchiqueles y los «Libros del
Chilam Balam» de los mayas de
Yucatán.
De la Garza (2002) considera que
el mito cosmogónico surge como una historia sagrada, como el relato del
primer acontecimiento que tuvo lugar en un “tiempo estático”
primordial, cuyos principales protagonistas son los dioses. La narración,
oral o escrita, expresa una vivencia esencialmente emocional y valorativa del
mundo, que solo es posible comunicar a través de imágenes
simbólicas. El mito cosmogónico es, también, una historia
viva, siempre actual.
“La cosmogonía maya habla de una
sucesión de ciclos o eras cósmicas determinadas por las deidades
creadoras, según el orden de la temporalidad cíclica. En este
proceso aparecen progresivamente los elementos, los animales, las plantas y los
astros, mientras que el hombre, como parte central del proceso, sufre una
evolución cualitativa que lo lleva a constituirse en el ser que los
dioses necesitan para subsistir”.
El «Popol Vuh» narra el
origen de los pueblos quichés. Allí se dice que, “al
principio todo estaba en suspenso porque toda la existencia del cielo estaba
vacía ... Todo estaba en silencio y solamente el mar estaba allí,
quieto en la oscuridad”. Los dioses creadores “Tepew y Gucumatz
estaban sobre las aguas, rodeados de luz y cubiertos con plumas verdes y
azules”
(Montejo 2008).
Tepew y Gukumatz, “sabios y
grandes pensadores, porque eran los ayudantes de Corazón de Cielo que es
el nombre de Dios”, se reunieron y juntaron sus palabras y sus
pensamientos. Entonces, decidieron crear los árboles y los bejucos,
crearon las plantas de la oscuridad y dieron vida al ser
humano.
“¡Que se llene el vacío! ¡Que las aguas se
retiren y que surja la tierra! ¡Que amanezca y que haya claridad en el
cielo y sobre la tierra! ¡No, nuestra creación no estará
completa mientras no exista la criatura humana sobre la tierra! Esto es lo que
dijeron”.
Después, se abocaron a la formación del
hombre en diversas etapas de creación-destrucción. Primero,
hicieron hombres de barro que no adquirieron vida y fueron destruidos por un
diluvio. Después, los hicieron de madera pero esos hombres no fueron
concientes y no pudieron cumplir con la finalidad de los dioses, por lo que
fueron convertidos en monos y su mundo desapareció bajo una lluvia de
resinas ardientes.
Finalmente, con ayuda de algunos animales, dieron con
una materia sagrada: el maíz y, con este, formaron un hombre que
reconocía a los dioses y asumió su misión sobre la tierra.
Los primeros hombres fueron cuatro. Como conocían todo lo existente,
Corazón de Cielo echó un vaho sobre los ojos para que vieran solo
lo inmediato. Luego crearon a cuatro mujeres.
En las diferentes etapas de
la creación aparecen diferentes soles que, también, son
imperfectos y fueron destruidos. Los héroes del mito son personajes que
bajan al inframundo y participan del juego de pelota con los dioses de la
muerte, mueren y resucitan, para después subir al cielo convertidos en el
Sol y la Luna.
2.4 Chilam Balam
Existen el «Libro del Chilam Balam» de origen
yucateco, el «Libro del Chilám Balam, de Chumayel», y el
«Libro del Chilam Balam, de Tzimín», en donde se relatan las
migraciones del pueblo maya. También los «Anales de
Cakchiquel», que fueron escritos en 1605, en la lengua
cakchiquel.
El «Libro del Chilam Balam, de Chumayel», es un
libro que recoge cancines, profecías, calendarios y tradiciones orales de
la historia maya, entre ellas la llegada de los españoles a
América.
“- Entristezcámonos porque vinieron,
“porque llegaron los grandes
“amontonadores de piedras!
“Esto es lo
que vendrá: poder de esclavizar,
“hombres esclavos
han de hacerse,
“esclavitud que llegará aun a los
jefes del trono...
“Será su final por la obra de la
palabra de Dios".
“- Perdida será la ciencia,
perdida será la sabiduría
verdadera".
En el «Chilam Balam» se describe un mito
cosmogónico similar al «Popol Vuh». Destaca la conocida como
«Serie de los Katunes» o «Cuenta de los Katunes». Un
katun equivale a 20 tunes, dando como resultado 7.200 días.
La llamada «Cuenta de los Katunes» se organiza en periodos o ciclos de
katunes y refleja la visión cíclica del tiempo,
típica del pueblo maya. En esta «Serie de los Katunes» los
mayas describen una cronología.
También se describe la
medida del tiempo, así como, relatos de contenido profético. Las
profecías se refieren en su mayor parte al retorno del dios
Kukulcán, el Quetzalcóatl azteca, pero posteriormente, con la
llegada de los españoles, fueron modificadas para que las predicciones
coincidieran con el arribo de los conquistadores.
2.5 Registros del mito
Además de los textos escritos existen registros en
inscripciones jeroglíficas, relieves y cerámica mayas del
Período Clásico, así como, algunos
códices.
Según Freidel y Schele (1993), en la lectura de
tres textos de Cobá, Quintana Roo, se asienta que el mundo actual fue
creado en 13.0.0.0.0., es decir, el día 4 Ahau, 8 Cumkú. La misma
fecha se encontró en la Estela C de Quirigúa, Guatemala. Esa
inscripción se ha interpretado como el nacimiento del mundo actual, lo
cual indicaría un mundo exageradamente joven.
Otra
interpretación podría relacionarse con el inicio de la actual era,
es decir, la del Quinto Sol, que correspondería a un ciclo de tiempo. La
fecha inicial varía según los diversos autores pero la mejor
correlación indica que la fecha inicial corresponde al 25 de agosto del
año 3113 a.C.
En el Templo de la Cruz de Palenque también
está el mito cosmogónico. Allí, se indica que la
creación se inicia con el nacimiento del primer padre (Hu-Nal-Ye), el
dios del maíz, el 16 de junio de 3122 a.C., que después se
convirtió en el “Cielo” y se posó sobre el
árbol eje del mundo. La primera madre nacería el 5 de febrero de
3112 a.C. (De la Garza 2002).
En el Tablero se observa la cruz eje del
mundo, como la esquematización de un árbol, formada por dos
serpientes bicéfalas y apoyadas en una variante del dragón, dios
supremo celeste, con cuerpo de la llamada “banda astral”, formada
por glifos de los astros y que representa a la Vía Láctea. La
pareja creadora sería el propio dragón que se identifica con
Itzamá y Gucumatz.
La página 74 del Códice de Dresde
representa uno de los diluvios cósmicos que acabaron con los mundos
anteriores al actual.
2.6 La Serpiente Emplumada
La serpiente tiene una amplia presencia en los mitos
mesoamericanos asociada con el ámbito terrestre, el inframundo y la
renovación de la vegetación. Se le consideraba el ser que conduce
a los humanos por diferentes sitios del cosmos y como ordenador del tiempo y del
calendario. Estaba relacionado con la tierra y sus frutos, los orígenes y
los destinos, la legitimidad y el poder, la luz y los colores.
En la
serpiente emplumada se mezcla una criatura del cielo (el ave) y una de la tierra
(la serpiente). Apareció en Teotihuacan a principios del período
Clásico como un ser al que se unieron los dominios celeste y terrestre. A
fines de ese período, adquirió rasgos humanos. Quetzalcóatl
era a un tiempo un ser con el que se relacionan seres históricos,
protagonista de mitos de creación, patrono del gobierno y deidad con
diversas advocaciones, las más significativas eran la de dios del viento
(Ehécatl) o la de Venus (Tlahuizcalpantecuhtli), la
“estrella” matutina y vespertina.
Quetzalcóatl es el
dios capaz de arrancar las ocultas riquezas del mundo subterráneo,
principalmente el maíz, sustento esencial de los humanos. También
surca el cielo cuando viaja sobre las nubes generadoras de lluvia para la
germinación de plantas comestibles. “Con frecuencia, este dios se
conduce desde las ocultas profundidades hasta la superficie terrestre, en un
movimiento serpentino y continuo, habilidad que lo relaciona con el movimiento
giratorio que extrae las fuerzas generativas de la vegetación, pues
también es el dios del viento que barre los caminos y precede la llegada
de las lluvias, a la vez que fertiliza los campos de cultivo”
(Castellón 2002). El caracol cortado, “joya del viento” es la
insignia que identifica a la serpiente emplumada como divinidad que domina el
viento o remolino previo a la llegada de las lluvias.
También,
“es el dios que trajo a la tierra la luz y los distintos colores que se
manifiestan en el maíz, en las aves de pluma rica, en las piedras
preciosas, en los árboles y en las distintas direcciones del mundo de los
vivos. Como dueña de los reflejos iridiscentes, la serpiente está
directamente relacionada con el rayo y el fuego, como fuerza creadora de la
vida”.
A Quetzalcóatl se le considera como el creador de las
cosas del mundo que posee la facultad de desplazarse con movimientos serpentinos
entre los distintos niveles del cosmos. Al moverse entre distintos planos del
universo, Quetzalcóatl se fragmenta continuamente. Es el creador de los
sonidos y silbidos melodioso que produce con el movimiento de sus plumas. Es el
que prepara el camino del Sol por ello se le identificó con Venus.
Igualmente es el dueño del movimiento y la ubicuidad.
La serpiente
emplumada pertenece a los cuatro rumbos del universo y se considera la creadora
del calendario u orden temporal. Los mayas y mexicas concibieron a la serpiente
sagrada como el ser múltiple que envolvía el mundo y le daba orden
y coherencia a todo lo que existía en su interior (Castellón
2002). Son muchas las figuras que personificaron a la serpiente emplumada. En
ellas, se menciona a Gucumatz y a Kukulcán.
La serpiente emplumada
se observa en los murales y pirámides de Teotihuacan y los relieves de
Xochicalco. En Chichén-Itzá está en el relieve del Templo
Inferior de los Jaguares y en las columnas del Templo de los
Guerreros.
Los conflictos terrenales y cósmicos se despliegan en
los relatos de Ce Acatl Topilzin Quetzalcóatl, cuya trama se desarrolla
en la legendaria Tula, soberano contradictorio y síntesis de los
opuestos.
En los «Anales de Cuauhtitlan» se cuenta la historia
de Quetzalcóatl (Ramírez 2002). En el relato se narra la
caída de Quetzalcóal, en su versión del gobernante de Tula,
quien sucumbe a las trampas de Tezcatlipoca para perder las virtudes de
abstinencia y castidad. La embriaguez y concupiscencia de Quetzalcóatl
marcaron el inicio del derrumbe de Tula. Quetzalcóalt huyó a
Tlillan Tlapallan, llegó hasta el mar, partió hacia el Este y
prometió volver.
En el «Códice Florentino», lib.
III, f.10r, se dice que, después que los hechiceros Ihuimécatl y
Toltécatl embriagaron con pulque a Quetzalcóatl, éste
“hacía penitencia punzando sus piernas y sacando la sangre con que
manchaba y ensangrentaba las puntas de maguey”. Fue entonces que se
marchó a buscar el Tlillan Tlapallan, la tierra del color negro y
rojo.
En los «Anales» se dice que, “cuando
Quetzalcóatl llegó a la orilla de las aguas celestes, se
irguió, lloró, tomó sus atavíos, se puso sus
insignias de plumas, entonces se prendió fuego a sí mismo, se
quemó, se entregó al fuego ... Y cuando terminó ya de
quemarse, hacia lo alto vieron salir su corazón y, como se sabía,
entró en lo más alto del cielo. Así lo dicen los ancianos:
se convirtió en estrella, en la estrella que brilla en el
alba”.
La última vez que se vio a Quetzalcóatl en
Tula fue en 987 d.C. Ese mismo año, apareció en
Chichén-Itzá con el nombre de Kukulcán.
Quetzalcóatl. Códice Florentino, sumario, f.10v; lib.III, f.22r