¿Crisis económica? Nada de eso: crisis energética
Gail Tverberg en The
Oil Drum (www.theoildrum.com)
publicó el artículo “Nuestro mundo es finito:
¿es este un problema?” relacionado con el agotamiento del
petróleo en el contexto de la crisis económica capitalista. El FTE
de México lo publica para el conocimiento de los trabajadores de la
energía. El prólogo, traducción y epílogo son de El
Economista de Cuba.
¿Crisis económica? Nada de eso: crisis energética
Por Gail the Actuary
The Oil Drum, 30.04.07
Vía: El Economista
de Cuba
Traducción de Manuel Talens. Prólogo y epílogo
de Pedro Prieto y Manuel Talens.
Prólogo: La falacia del rescate económico
El artículo cuya
traducción al castellano hoy presentamos aquí data del 30 de abril
de 2007. Su autora, Gail the Actuary (pseudónimo de la actuaria Gail
Tverberg), lo publicó en el sitio web The Oil Drum, a nuestro juicio el
mejor y más profesional de entre todos los que se dedican al estudio del
agotamiento gradual de los combustibles fósiles y nucleares en el planeta
y a su probable impacto sobre el sistema económico global. La
clarividencia de su contenido fue tal que, a la luz de la crisis financiera que
hoy recorre el mundo como un fantasma, The Oil Drum acaba de resucitarlo para
recordarnos sus postulados [1].
Hace ya años que centenares de
científicos llevan advirtiendo en sitios como ASPO, Crisis
Energética y el propio The Oil Drum que el crecimiento capitalista es
insostenible y tiene los días contados, pero la elite económica
que controla el mundo suele acoger sus advertencias entre risas y
descalificaciones apriorísticas, con el sonsonete de que "si siempre se
ha crecido, siempre se podrá seguir creciendo".
El cenit del petróleo
Pero no. La llegada del cenit del
petróleo (y la del gas poco después) están a la vuelta de
la esquina. El cenit del petróleo, lo recordaremos ahora, es el
momento preciso en que las extracciones del subsuelo alcanzan su máximo
posible, tras lo cual se inicia la cuesta abajo hasta llegar al agotamiento [2].
Para la ASPO, el cenit ha llegado o llegará en algún instante
entre 2006 y 2010 y, a partir de ahí, la producción
decrecerá entre un 4% y un 6% anual [3]. Otros, más positivistas
(como la Agencia Internacional de la Energía y el U.S. Geological
Survey), creen que no sucederá hasta la década de 2020, es decir,
mañana en términos históricos.
El capitalismo, eso
que el presidente español Rodríguez Zapatero llama estos
días "sistema financiero" sin atreverse a pronunciar su verdadero nombre,
necesita crecer para seguir existiendo, pero el crecimiento exige energía
y ésta empieza a escasear. La energía fósil
–exosomática, de uso intensivo y crecimiento ilimitado durante el
siglo XX– es, por así decirlo, la herramienta del capitalismo para
afianzar su dominio y expoliar a la humanidad y sus recursos sin tasa ni medida.
Sin ella está condenado a morir. Sin ella, los actuales esfuerzos
concertados de los países más rapaces para insuflar dinero en un
sistema que empieza a dar síntomas de flaqueza, son y serán
inútiles.
Y por más que algunos sueñen con la
quimera del hidrógeno y otras energías renovables, no existe en el
mundo un combustible capaz de reemplazar en tiempo y forma al petróleo en
versatilidad, densidad energética por volumen y facilidad de transporte y
almacenamiento. A menos energía fósil, menos producción
de bienes y servicios. A menos bienes y servicios, menos capitalismo. El sistema
avanza inexorablemente hacia el colapso. El enfermo no tiene
salvación.
Gail the Actuary ya detalló esto en su
artículo de 2007 que ofrecemos al lector tras este prólogo. En el
punto 4 y posteriores del apartado ¿Que pasará si no encontramos
soluciones tecnológicas?, describió punto por punto lo que acaba
de ocurrir ahora y emite hipótesis de lo que podría ocurrir a
continuación. No se trata de quiromancia, sino de matemáticas
elementales aplicadas con sentido común: el mundo en que vivimos corre al
desastre porque es como un obeso a quien de pronto se le acaba su ración
diaria.
Y como no existen –ni existirán– esas
soluciones tecnológicas de su pregunta, todo el circo actual de
inyecciones económicas en el sistema bancario es pura falacia,
retórica hueca, castillo de naipes. Lo que resta de este
prólogo está dedicado a deconstruir dichas
mentiras.
El truco de la plusvalía y el dinero virtual
Con precisión
matemática, ya descrita por Marx, el capitalismo ha organizado sus
servicios financieros para que los préstamos –de los que obtiene la
plusvalía que hasta ahora le ha permitido reinvertir y seguir
creciendo– se le devuelvan con intereses. Así, los ciudadanos y
los gobiernos del mundo se han ido endeudando con los poderes financieros.
Antes, los ciudadanos empezaron debiendo la mitad de su esfuerzo humano laboral
de 10 años para poder adquirir un techo cuyo valor material, en
contrapartida, era de uno o dos años de esfuerzo humano equivalente (la
diferencia es la plusvalía).
Pero en los últimos tiempos
de neoliberalismo esos mismos ciudadanos han tenido que ofrecer por adelantado
la mitad de 25 años de su vida laboral para poder cobijarse bajo el mismo
techo, lo cual es un claro aumento de la explotación. Frente a ellos, en
el otro lado de la mesa de despacho, alguien se apropiaba hoy de esa
deuda y acumulaba un capital virtual que representaba el sudor humano producido
hasta 2030. En Estados Unidos, el desajuste llegó a tal extremo que
empezaron a concederse créditos a 50 años. El capitalista, por su
parte, reinvertía de inmediato esa deuda futura en el juego multiplicador
de los circuitos financieros.
El mecanismo funcionaba igual entre
países pobres y ricos. A mayor cantidad de intercambios (materias primas
y recursos en un sentido, bienes manufacturados en el otro), el desequilibrio de
la plusvalía entre ricos y pobres iba creciendo. Y, entre tanto, al igual
que el rey de los cuentos infantiles, el capitalismo se paseaba desnudo, vestido
con dinero inexistente, mientras todos alababan sus lujosos ropajes neoliberales
y su eficaz economía de mercado.
Hasta que alguien vio en
algún momento que un crédito concedido a 50 años a una
persona de 60 quizá no tuviese camino de regreso. Alguien calculó
que quizá no se podía exigir a un país que empeñase
todos sus recursos durante un siglo para pagar las deudas del siglo anterior.
Alguien intuyó que eso podía no ser real. Alguien vio que si la
economía –con la ayuda imprescindible de una energía
fósil todavía en aumento– acrecentaba las producciones de
bienes y servicios entre un 2% y un 3% anual (que ya es una enormidad, pues
a ese ritmo se duplica la producción cada 25 o 30 años) y si
las jugadas financieras de casino permitían multiplicar el capital a una
cadencia del 12% anual, en realidad se estaba generando un dinero que no se
correspondía con el mundo real. La brecha entre la cantidad existente
de bienes materiales y el dinero circulante se iba agrandando.
¿Y
por qué (casi) nadie dijo nada? Hay dos razones principales. La primera
es que si había papel moneda circulando cuyo valor era diez veces
superior al de los bienes y servicios realmente existentes era porque nunca se
intentaba comprar la totalidad de dichos bienes al mismo tiempo. Hubiera bastado
con que Bill Gates y unos cuantos miles más de capitalistas decidiesen
materializar sus miles de millones virtuales adquiriendo el mundo para que se
hubiesen dado cuenta de que no existía mundo suficiente.
El mismo
principio se aplica a los pequeños ahorradores. Quien tiene un
depósito de 100.000 euros puede, si así lo desea, comprarse un
terreno en su pueblo sin problema alguno. Pero si, de repente, alguien grita
"¡el rey está desnudo, el dinero no vale nada, hay que
materializarlo!" y todos corren a los bancos, sucede lo que ha sucedido: que el
truco de la plusvalía y el dinero virtual se viene abajo. El corralito
argentino hoy es global. Ese rey llamado capitalismo está
verdaderamente desnudo, su dinero no vale nada y, sin embargo, sus
representantes en los gobiernos del mundo siguen jurando que está vestido
con hermosos ropajes.
La segunda razón es que el capitalismo ha
puesto a los ciudadanos a jugar también en el casino. El jubilado
occidental que coloca en un banco su fondo de pensión exige que le rinda
lo más posible, y ese lo más posible está muy por encima
del crecimiento real de los bienes y servicios globales. Pero al ciudadano no le
importa en absoluto qué es lo que hace ese banco con su fondo de
pensión. Quiere plusvalía.
¿Y qué hace ese
banco con su fondo de pensión? Muy sencillo, coloca el dinero para
explotar a otros, obtener más porcentaje del que le ofrece al ciudadano y
quedarse con una parte de la plusvalía. Matemáticas elementales.
El ciudadano de a pie, muy alienado por el sistema, vive así en
una situación esquizofrénica. Cuando se pone la gorra de inversor,
exige el mayor interés bancario para su dinero y con el menor riesgo
posible. Quiero ese 15% que prometen, dice. Pero si se cambia de gorra y entra
al mismo banco como solicitante de crédito, pone el grito en el cielo
cuando le exigen avales y un interés del 8%. ¡Ladrones!, exclama, y
no se da cuenta de la contradicción en que vive ni percibe el lado oscuro
de este capitalismo popular, de casino, en el que todos juegan a ganar, cuando
todo el mundo sabe que en la ruleta sólo gana la banca.
Los
principales responsables, sin duda, son los grandes capitalistas que impusieron
el sistema; tras ellos, los gobiernos peleles del capital. Pero también
muchos ciudadanos, sobre todo en los países occidentales, que han jugado
con sus ahorros a este malévolo juego.
Ya lo dijo Chomsky,
nueve de cada diez dólares que circulan por el mundo son
especulativos, virtuales, no existen fuera del papel moneda, nada los
respalda.
Los economistas de la tierra plana
La tierra es una esfera y desde Magallanes se sabe que si
uno avanza en línea recta sobre su superficie terminará por
regresar al punto de partida. La energía fósil que yace en su
interior es, pues, limitada, finita. Cuando se termine, ya no habrá
más. Sin embargo, las universidades y los medios de comunicación
desbordan de economistas que siguen basando sus cálculos y predicciones
en un mundo de energía ilimitada, infinita, capaz de alimentar un
crédito también infinito. Por muy absurdo que parezca, mentalmente
consideran que la tierra es como antes de Magallanes, plana, sin fin, lo cual
capacita al ser humano a ir siempre más lejos en busca de más
recursos. Son los denominados "economistas de la tierra plana".
Quienes
no creemos en la multiplicación de los panes y los peces ni entramos en
el juego ilógico de los economistas de la tierra plana, que estos
días monopolizan los medios a todas horas, sabíamos que el sistema
iba a explotar, lo habíamos dicho por escrito. Cayó el mercado y
quienes llevábamos años proponiendo –sin que nadie nos
hiciese caso– el decrecimiento programado, socialmente responsable,
voluntario, consciente y lo más ordenado posible, seguimos siendo
marginados por un crash course de capitalismo financiero, una clase magistral de
explotación que ha obligado a decrecer un 30% a todo el mundo en apenas
tres semanas. ¿Y cual es el castigo que se les impone a los responsables
del desastre? Más dinero virtual a su alcance, es decir, la huida hacia
adelante.
Veamos lo que ocurre en España: Rodríguez
Zapatero jura con pompa el viernes pasado que el sistema financiero
español es sólido como una roca; luego, viaja a París,
donde se reúne con los demás líderes europeos; regresa el
lunes y dice que es imprescindible inyectar cientos de miles de millones de
euros en nuestros bancos. Y a nadie, a ninguno de los economistas de la tierra
plana, parece sorprenderle tamaño disparate.
Tampoco nadie parece
preguntarse de dónde va a salir el billón y medio de euros
"inyectados" por Europa para estabilizar el sistema. Todos, a empezar por los
ministros de economía –que no saben ni de lo que hablan o sí
lo saben y mienten– y siguiendo por los "expertos" que pululan por
doquier, recitan su letanía como frailes de antaño: Avales o
Auxilium christianorum, ora pro nobis; garantías o Turris Eburnea, ora
pro nobis; mercado interbancario, ora pro nobis; seguridad y confianza o Virgo
prudentissima, ora pro nobis; Mercado o Domus Aurea, ora pro nobis; operaciones
intradía, ora pro nobis; futuros sobre tipos de interés, ora pro
nobis; opciones sobre tipos de interés, ora pro nobis; Bolsa de Valores o
Sedes sapientiæ ora pro nobis; Reserva Federal o Consolatrix afflictorum,
ora pro nobis; productos derivados o Rosa mystica, ora pro nobis, etc. etc.. "El
Estado garantiza...", dicen con voz solemne. ¿Y quién es el Estado?
¿Y qué es un aval o varios avales de más de un billón
de euros? ¿Quién alimenta al Estado? De nuevo, impertérritos
como siempre ante la realidad, embaucan a la gente con dinero virtual
–basado en el sudor futuro de los contribuyentes– que ni existe
todavía ni existirá, porque la crisis energética que se
avecina tumbará antes el sistema que ellos pretenden salvar.
Pero
entretanto han conseguido su objetivo: enterrar retóricamente el concepto
de límites, de Non Plus Ultra. El sistema agoniza, pero ellos lo
mantienen artificialmente en la unidad de cuidados intensivos, a la espera de
que siga avanzando por inercia.
La crisis financiera es sólo la punta del iceberg de la crisis energética
Matt Simmons, un multimillonario radicado en
Houston, asistió a la última conferencia de la ASPO en Sacramento
(California) con una presentación titulada "El petróleo y el gas:
el siguiente fundimiento" [4]. Simmons es presidente y dueño de la
empresa Simmons & Company International, una de las mayores del mundo en
asesoría financiera en asuntos relacionados con la energía. Fue
asesor energético del gobierno de Bush, es republicano y, con estos
credenciales, nada sospechoso de marxismo. Pero tiene de original que le ha dado
por decir la verdad sobre lo que se nos viene encima.
Entre las cosas
que cuenta, una de ellas es que hoy Estados Unidos tiene en los depósitos
de sus 220 millones de vehículos unos 78 millones de barriles en
gasolinas y diesel. Pero sus reservas estratégicas de estos
líquidos combustibles refinados en los grandes depósitos del
país más rico y potente del mundo son hoy de apenas 87 millones de
barriles, el nivel más bajo desde 1969. Y asegura que la cosa es
estructural, no coyuntural. Bastaría con un duro invierno en
2008-2009, con cualquier eventualidad, con un problema de suministro por
accidente, guerra o sabotaje en el estrecho de Malaca o en el de Ormuz para
que Estados Unidos y gran parte del mundo se quedasen, en una semana o dos, en
un mes o dos, con la flota de transporte inmovilizada. Y eso, según
Simmons, sucedería una semana antes de que los mercados de
alimentos, que él denomina "Mercados Starbucks" (en referencia a los
modelos de consumo ciego y con suministro just in time) se quedasen sin
existencias para ofrecer lo básico a la ciudadanía.
Esto es lo que nuestros gobernantes y economistas de la tierra plana
tratan de ocultar: que la crisis financiera sólo es la punta del
iceberg, el efecto, no la causa del problema. Pues el problema hunde su
raíz en el agotamiento del modelo tras la llegada al cenit o punto
máximo del flujo del petróleo, que alimenta en más de un
90% a nuestra moderna sociedad capitalista.
Simmons debe estar loco,
dirán muchos. Pero él responde que si hace apenas dos meses
alguien le hubiese preguntado a Ben Bernacke, el presidente de la Reserva
Federal usamericana (o a Zapatero o a Sarkozy o a Merckel por no ir más
lejos, añadimos nosotros) que si el sistema podría desplomarse a
esta velocidad, hubiese respondido con suficiencia: imposible, está usted
loco, hay muchas garantías en el sistema. Simmons está convencido
de que cuando la crisis energética afecte los puntos sensibles descritos
aquí abajo por Gail the Actuary, la caída puede ser incluso
más rápida, más dañina y más irreversible que
el desplome financiero al que hemos asistido estas últimas semanas.
¿Cómo pudimos llegar hasta aquí, sesteando y creyendo
las letanías de los economistas de la tierra plana? ¿Por qué
seguimos consintiendo que tomen al asalto las televisiones públicas y
privadas y monopolicen los espacios informativos con sus discursos falaces?
¿Habrá alguna vez, antes del Apocalipsis energético, debates
sobre este urgente y trascendental asunto con economistas ecológicos,
racionales, del mundo real y, por qué no, con ingenieros,
geólogos, filósofos, poetas y ciudadanos dotados de sentido
común?
Catarsis
Necesitamos con toda urgencia una catarsis y ésta no
vendrá, por ejemplo, a través de los cientos de "inversores" que
ahora protestan con pancartas ante el Banco de España para que
éste los auxilie porque, dicen, ellos no sabían que sus fondos
evaporados iban a ir a parar a Lehman Brothers. Fueron cómplices del
sistema y el sistema los ha engañado.
No, la clase de catarsis
que necesitamos es muy distinta. Harían falta millones de ciudadanos
exigiendo ante la puerta de cada gobierno que admita de una vez por todas que el
sistema está agotado y que, sin energía, el dinero virtual no
hará crecer el trigo. Una catarsis que exigiese sangre, sudor y
lágrimas, pero esta vez no para ganar una guerra, como en tiempos de
Churchill, y luego seguir la senda de vino y rosas de país capitalista
que exprime en beneficio propio a sus subordinados de la Commonwealth, sino para
erradicar el capitalismo. Sería difícil y doloroso, pero
más valdría que fuese voluntario y consciente en vez de impuesto
por la realidad.
Fuente: El Economista de Cuba, 20 octubre
2008.
Campo petrolero en Baytown, Texas