¡Jamás regresará el dolor al corazón de las madres ni la vergüenza al alma de cada cubano honesto!
• Discurso
pronunciado por el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la
República de Cuba, General de Ejército Raúl Castro Ruz, en
el acto por el aniversario 50 del triunfo de la Revolución, efectuado en
Santiago de Cuba, el 1ro. de enero de 2009, “Año del 50 aniversario
del triunfo de la Revolución”.
Santiagueras y santiagueros;
Orientales;
Combatientes del Ejército Rebelde, la lucha
clandestina y de cada combate en defensa de la Revolución durante estos
50 años;
Compatriotas:
El primer pensamiento, un día como hoy, para los
caídos en esta larga lucha. Ellos son paradigma y símbolo del
esfuerzo y el sacrificio de millones de cubanos. En estrecha unión,
empuñando las poderosas armas que han significado la dirección,
las enseñanzas y el ejemplo de Fidel, aprendimos en el rigor de la lucha
a transformar sueños en realidades; a no perder la calma y la confianza
frente a peligros y amenazas; a levantar el ánimo tras los grandes
reveses; a convertir en victoria cada reto y a superar las adversidades, por
insuperables que pudieran parecer.
Los que hemos tenido el privilegio de vivir con toda
intensidad esta etapa de nuestra historia, sabemos bien cuán cierta ha
resultado la alerta que nos hizo aquel 8 de enero de 1959, en su primer discurso
al entrar a la capital:
Raúl Castro, presidente de Cuba
“La tiranía ha sido derrocada. La
alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía.
No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será
fácil; quizás en lo adelante todo sea más
difícil”, concluyó.
Por primera vez el pueblo cubano alcanzaba el poder
político. En esta ocasión, junto a Fidel, los mambises sí
entraron a Santiago de Cuba. Atrás quedaban 60 años exactos de
dominación absoluta del naciente imperialismo norteamericano, que no
tardaría en mostrar sus verdaderos propósitos, al impedir la
entrada a esta ciudad del Ejército Libertador.
Atrás quedaron también la gran
confusión y sobre todo la frustración enorme que generó la
intervención norteamericana. Sin embargo se mantuvo en vilo, más
allá de su disolución formal, la voluntad de lucha del
Ejército Mambí y el pensamiento que guió las armas de
Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo y tantos otros próceres y
combatientes por la independencia.
Vivimos algo más de cinco décadas de
gobiernos corruptos, de nuevas intervenciones norteamericanas; la tiranía
machadista y la revolución frustrada que la derrocó. Más
tarde, en 1952, el golpe de Estado, con el apoyo del gobierno norteamericano,
instauró nuevamente la dictadura, fórmula aplicada en esos
años para asegurar su dominio en América Latina.
Para nosotros quedó claro que la lucha armada era
la única vía. A los revolucionarios se nos planteaba nuevamente,
como a Martí antes, el dilema de la guerra necesaria por la independencia
que quedó trunca en 1898.
El Ejército Rebelde retomó las armas
mambisas y después del triunfo se transformó para siempre en las
invictas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
La Generación del Centenario, que en 1953
asaltó los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes,
contó con el importante legado de Martí, con su visión
global humanística que va más allá de la consecución
de la liberación nacional.
En términos históricos, fue breve el
tiempo que medió entre la frustración del sueño
mambí y el triunfo en la Guerra de Liberación. A comienzos de este
período, Mella, uno de los fundadores de nuestro primer partido comunista
y creador de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), se convierte
en heredero legítimo y puente que une el pensamiento martiano y las ideas
más avanzadas.
Fueron años de maduración de la conciencia
y la acción de obreros y campesinos, y de formación de una
intelectualidad genuina, valiente y patriota que los ha acompañado hasta
el presente.
El magisterio cubano, fiel depositario de las
tradiciones de lucha de sus predecesores, las sembró en lo mejor de las
nuevas generaciones.
Desde el mismo momento del triunfo, se hizo evidente
para cada hombre y mujer humilde que la Revolución era un justiciero
cataclismo social que tocó todas las puertas, desde los palacetes de la
Quinta Avenida en la capital, hasta el más misérrimo y apartado
bohío de nuestros campos y montañas.
Las leyes revolucionarias no sólo dieron
cumplimiento al programa del Moncada, lo superaron con creces en la
lógica evolución del proceso. Además sentaron un precedente
para los pueblos de nuestra América que hace 200 años iniciaron el
movimiento emancipador del colonialismo.
En Cuba, la historia americana tomó rumbos
diferentes. Nada moralmente valioso ha sido ajeno al torbellino que aun antes
del primero de enero de 1959, comenzó a barrer oprobios e inequidades, a
la vez que abrió paso al gigantesco esfuerzo de todo un pueblo, decidido
a darse a sí mismo cuanto merece y ha logrado levantar con su sangre y su
sudor.
Millones de cubanas y cubanos han sido trabajadores,
estudiantes, soldados, o simultáneamente las tres cosas, cuantas veces
las circunstancias lo han exigido.
La síntesis magistral de Nicolás
Guillén resumió el significado para el pueblo del triunfo de enero
de 1959: “Tengo lo que tenía que tener”, dice uno de sus
versos, refiriéndose no a riquezas materiales, sino a ser dueños
de nuestro destino.
Es una victoria doblemente meritoria, porque ha sido
alcanzada a pesar del odio enfermizo y vengativo del poderoso vecino.
El fomento y apoyo al sabotaje y el bandidismo; la
invasión de Playa Girón; el bloqueo y demás agresiones
económicas, políticas y diplomáticas; la permanente
campaña de mentiras dirigida a denigrar a la Revolución y sus
líderes; la Crisis de Octubre, los secuestros y ataques a embarcaciones y
aeronaves civiles; el terrorismo de Estado, con su terrible saldo de 3 478
muertos y 2 099 incapacitados; los planes de atentados a Fidel y otros
dirigentes; los asesinatos de obreros, campesinos, pescadores, estudiantes,
diplomáticos y combatientes cubanos. Esos y otros muchos crímenes
dan fe del tozudo empeño de apagar a cualquier precio la luz de justicia
y decoro que significó la alborada del Primero de Enero.
Una tras otra, todas las administraciones
norteamericanas no han cesado de intentar forzar un cambio de régimen en
Cuba, empleando una u otra vía, con mayor o menor
agresividad.
Resistir ha sido la palabra de orden y la clave de cada
una de nuestras victorias, durante este medio siglo de ininterrumpido batallar,
en que hemos partido invariablemente de jugarnos nuestra propia piel, sin dejar
de reconocer la amplia y decisiva solidaridad recibida.
Desde hace muchos años, los revolucionarios
cubanos nos atenemos a la máxima martiana: “La libertad cuesta muy
cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por
su precio”.
En esta plaza, en el 30 aniversario del triunfo, Fidel
nos dijo: “Aquí estamos porque hemos podido resistir”. Una
década después, en 1999, desde este mismo balcón,
afirmó que el período especial constituía “la
más extraordinaria página de gloria y firmeza patriótica y
revolucionaria, (...) cuando nos quedamos absolutamente solos en medio de
Occidente a 90 millas de Estados Unidos y decidimos seguir adelante”.
Fin de la cita. Así lo repetimos hoy.
Ha sido una resistencia firme, ajena a fanatismos,
basada en sólidas convicciones y en la decisión de todo un pueblo
de defenderlas al precio que sea necesario. Ejemplo vivo de ello en estos
momentos es la inconmovible firmeza de nuestros gloriosos Cinco Héroes
(Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva!”).
Hoy no estamos solos frente al imperio en este lado del
océano, como ocurrió en los años sesenta, cuando los
Estados Unidos impusieron el absurdo de expulsar de la OEA, en enero de 1962, a
Cuba, el país que poco antes había sido víctima de una
invasión organizada por el gobierno norteamericano y escoltada hasta
nuestras costas por sus buques de guerra. Precisamente, como se ha demostrado,
esa expulsión era el preludio de una intervención militar directa,
impedida sólo por el despliegue de los cohetes nucleares
soviéticos que desembocó en la Crisis de Octubre, conocida
mundialmente como la crisis de los mísiles.
Hoy la Revolución es más fuerte que nunca
y jamás ha cedido un milímetro en sus principios, ni en los
momentos más difíciles. No cambia en lo más mínimo
esa verdad que algunos pocos se cansen y hasta renieguen de su historia,
olvidándose de que la vida es un eterno batallar.
¿Significa que han disminuido los peligros? No, no
nos hagamos ilusiones. Cuando conmemoramos este medio siglo de victorias, se
impone la reflexión sobre el futuro, sobre los próximos cincuenta
años que serán también de permanente lucha.
Observando las actuales turbulencias del mundo
contemporáneo, no podemos pensar que serán más
fáciles, lo digo no para asustar a nadie, es la pura
realidad.
También debemos tener muy presente lo que
Fidel nos dijo a todos, pero especialmente a los jóvenes, en la
Universidad de La Habana, el 17 de noviembre del 2005: “Este país
puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede
destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí,
nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”,
sentenció.
Ante esta posibilidad, me pregunto: ¿cuál es
la garantía de que no ocurra algo tan terrible para nuestro
pueblo?
¿Cómo evitar un golpe tan anonadante que
necesitaríamos mucho tiempo para recuperarnos y alcanzar de nuevo la
victoria?
Hablo en nombre de todos los que hemos luchado, desde
los primeros disparos en los muros del Moncada, hace 55 años, hasta los
que cumplieron heroicas misiones internacionalistas.
Hablo, por supuesto, también en nombre de los que
cayeron en las guerras de independencia y más recientemente en la Guerra
de Liberación. En representación de todos ellos, hablo en nombre
de Abel y José Antonio, de Camilo y Che, cuando afirmo, en primer lugar,
que ello exige de los dirigentes del mañana que no olviden nunca que esta
es la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes
(Aplausos); que no se reblandezcan con los cantos de sirena del enemigo y tengan
conciencia de que por su esencia, nunca dejará de ser agresivo, dominante
y traicionero; que no se aparten jamás de nuestros obreros, campesinos y
el resto del pueblo; que la militancia impida que destruyan al Partido.
Aprendamos de la historia.
Si actúan así, contarán siempre con
el apoyo del pueblo, incluso cuando se equivoquen en cuestiones que no violen
principios esenciales. Pero si sus actos no estuvieran en consonancia con esa
conducta, no contarán siquiera con la fuerza necesaria ni la oportunidad
para rectificar, pues les faltará la autoridad moral que sólo
otorgan las masas a quienes no ceden en la lucha. Pudieran terminar siendo
impotentes ante los peligros externos e internos, e incapaces de preservar la
obra fruto de la sangre y el sacrificio de muchas generaciones de
cubanos.
Si ello llegara a suceder, nadie lo dude, nuestro pueblo
sabrá dar la pelea, y en la primera línea estarán los
mambises de hoy, que no se desarmarán ideológicamente ni
dejarán caer la espada (Aplausos y exclamaciones).
Corresponde a la dirección histórica de la
Revolución preparar a las nuevas generaciones para asumir la enorme
responsabilidad de continuar adelante con el proceso
revolucionario.
Esta heroica ciudad de Santiago, y Cuba entera, fue
testigo del sacrificio de miles de compatriotas; de la ira acumulada ante tanta
vida tronchada por el crimen; del dolor infinito de nuestras madres y del valor
sublime de sus hijas e hijos.
Aquí nació un joven revolucionario, de
sólo 22 años al caer asesinado, que simboliza esa
disposición al sacrificio, pureza, valentía, serenidad y amor a la
patria de nuestro pueblo: Frank País García.
En esta tierra oriental nació la
Revolución. Aquí fue la clarinada de La Demajagua y el 26 de
Julio; aquí desembarcamos en el Granma e iniciamos el combate en
montañas y llanos, que luego se extendió a toda la isla. Como dijo
Fidel en La Historia me Absolverá, aquí “cada día
parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.
¡Nunca más volverán la miseria, la
ignominia, el abuso y la injusticia a nuestra tierra!
¡Jamás regresará el dolor al
corazón de las madres ni la vergüenza al alma de cada cubano
honesto!
Es la firme decisión de una nación en pie
de lucha, consciente de su deber y orgullosa de su historia (Aplausos).
Nuestro pueblo conoce cada imperfección de la
obra que él mismo ha levantado con sus brazos y defendido a riesgo de su
vida. Los revolucionarios somos nuestros principales críticos. No hemos
dudado en dilucidar deficiencias y errores públicamente. Sobran los
ejemplos pasados y recientes.
Desde el 10 de octubre de 1868, la desunión fue
causa fundamental de nuestras derrotas. A partir del primero de enero de 1959,
la unidad, forjada por Fidel, ha sido garantía de nuestras victorias.
Nuestro pueblo logró mantenerla frente a todos los avatares e intentos
divisionistas y ha sabido situar los anhelos comunes por encima de las
diferencias, derrotar mezquindades a fuerza de colectivismo y
generosidad.
Las revoluciones sólo avanzan y perduran cuando
las lleva adelante el pueblo. Haber comprendido esa verdad y actuado
invariablemente en consecuencia con ella, ha sido factor decisivo de la victoria
de la Revolución cubana frente a enemigos, dificultades y retos en
apariencia invencibles.
Al arribar al primer medio siglo de Revolución
triunfante, llegue el principal tributo a nuestro maravilloso pueblo; a su
ejemplar decisión, valor, fidelidad, vocación solidaria e
internacionalista; a su extraordinaria demostración de voluntad,
espíritu de sacrificio y confianza en la victoria, en el Partido,
en su máximo líder y sobre todo en sí mismo
(Aplausos).
Sé que expreso el sentir de mis compatriotas y de
muchos revolucionarios en el mundo, al rendir homenaje en esta hora al
Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz (Aplausos y
exclamaciones).
Un individuo no hace la historia, lo sabemos, pero hay
hombres imprescindibles capaces de influir en su curso de manera decisiva. Fidel
es uno de ellos, nadie lo duda, ni aun sus enemigos más
acérrimos.
Desde muy joven hizo suyo un pensamiento martiano:
“Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Lo
convirtió en escudo contra lo fatuo y lo pasajero, en su principal arma
para transformar halagos y honores, por merecidos que fueran, en mayor modestia,
honradez, voluntad de lucha y amor por la verdad, que invariablemente ha situado
por encima de todo.
A estas ideas se refirió, en esta misma
plaza, hace 50 años. Sus palabras de aquella noche mantienen
absoluta vigencia.
En este especial momento que nos hace meditar en el
camino recorrido y sobre todo en el aún más largo que está
por delante, cuando ratificamos nuevamente el compromiso con el pueblo y
nuestros mártires, permítanme concluir repitiendo la alerta
premonitoria y el llamado al combate que nos hiciera el Comandante en Jefe en
este histórico lugar, el primero de enero de 1959, cuando
señaló:
“No creemos que todos los problemas se vayan a
resolver fácilmente, sabemos que el camino está trillado de
obstáculos, pero nosotros somos hombres de fe, que nos enfrentamos
siempre a las grandes dificultades. Podrá estar seguro el pueblo de una
cosa, que es que podemos equivocarnos una y muchas veces, lo único que no
podrá decir jamás de nosotros es que robamos, que
traicionamos”.
Y agregó:
“Nunca nos dejaremos arrastrar por la vanidad ni
por la ambición, (...) no hay satisfacción ni premio más
grande que cumplir con el deber”, concluyó.
En una fecha de tanto significado y simbolismo,
reflexionemos sobre estas ideas que constituyen guía para el
revolucionario verdadero. Hagámoslo con la satisfacción de haber
cumplido el deber hasta el presente; con el aval de haber vivido con dignidad el
más intenso y fecundo medio siglo de historia patria y con el firme
compromiso de que en esta tierra siempre podremos exclamar con
orgullo:
¡Gloria a nuestros héroes y mártires!
(Exclamaciones de: “¡Gloria!”)
¡Viva Fidel! (Exclamaciones de:
“¡Viva!”)
¡Viva la Revolución! (Exclamaciones de:
“¡Viva!”)
¡Viva Cuba libre! (Exclamaciones de:
“¡Viva!”)
(Ovación).
Fuente: Granma
Internacional, 1 de enero de 2009.
Comandantes Ernesto Che Guevara y Fidel Castro