*
Está para caer el fruto bien maduro de la
revolución intestina; el fruto amargo para todos los engreídos con
una situación que produce honores, riquezas, distinciones a los que
fundan sus goces en el dolor y la esclavitud de la humanidad; pero fruto dulce y
amable para todos los que por cualquier motivo han sentido sobre su dignidad las
pezuñas de las bestias que en una noche de treinta y cuatro años
han robado, han violado, han matado, han engañado, han traicionado,
ocultando sus crímenes bajo el manto de la ley, esquivando el castigo
tras la investidura oficial.
¿Quiénes temen a la
revolución? Los mismos que la han provocado; los que con su
opresión o su explotación sobre las masas populares han hecho que
la desesperación se apodere de las víctimas de sus infamias; los
que con la injusticia y la rapiña han sublevado las conciencias y han
hecho palidecer de indignación a los hombres honrados de la
tierra.
La revolución va a estallar de un momento a otro. Los que
por tantos años hemos estado atentos a todos los incidentes de la vida
social y política del pueblo mexicano, no podemos engañarnos. Los
síntomas del formidable cataclismo no dejan lugar a duda de que algo
está por surgir y algo por derrumbarse, de que algo va a levantarse y
algo está por caer. Por fin, después de treinta y cuatro
años de vergüenza, va a levantar cabeza el pueblo mexicano, y por
fin, después de esta larga noche, va a quedar convertido en ruinas el
negro edificio cuya pesadumbre nos ahoga.
Es oportuno volver a decir lo
que tanto hemos dicho: hay que hacer que este movimiento, causado por la
desesperación, no sea el movimiento ciego del que hace un esfuerzo para
librarse del peso de un enorme fardo, movimiento en que el instinto domina casi
por completo a la razón. Debemos procurar los libertarios que este
movimiento tome la orientación que señala la ciencia. De no
hacerlo así, la revolución que se levanta no serviría
más que para sustituir un presidente por otro presidente, o lo que es lo
mismo un amo por otro amo. Debemos tener presente que lo que se necesita es que
el pueblo tenga pan, tenga albergue, tenga tierra que cultivar; debemos tener
presente que ningún gobierno, por honrado que sea, puede decretar la
abolición de la miseria. Es el pueblo mismo, son los hambrientos, son los
desheredados los que tienen que abolir la miseria, tomando, en primer lugar,
posesión de la tierra que, por derecho natural, no puede ser acaparada
por unos cuantos, sino que es la propiedad de todo ser humano. No es posible
predecir hasta donde podrá llegar la obra reivindicadora de la
próxima revolución; pero si llevamos los luchadores de buena fe el
propósito de avanzar lo más posible por ese camino; si al
empuñar el Winchester vamos decididos, no al encumbramiento de otro amo,
sino a la reivindicación de los derechos del proletariado; si llevamos al
campo de la lucha armada el empeño de conquistar la libertad
económica, que es la condición sin la cual no hay libertad
ninguna; si llevamos ese propósito encauzaremos el próximo
movimiento popular, por un camino digno de esta época; pero si por el
afán de triunfar fácilmente; si por querer abreviar la contienda
quitamos de nuestras tendencias el radicalismo que las hace incompatibles con
las tendencias de los partidos netamente burgueses y conservadores, entonces,
habremos hecho obra de bandidos y de asesinos, porque la sangre derramada no
servirá más que para dar mayor fuerza a la burguesía, esto
es, a la casta poseedora de la riqueza, que después del triunfo
pondrá nuevamente la cadena al proletariado con cuya sangre, con cuyo
sacrificio, con cuyo martirio ganó el poder.
Preciso es, pues,
proletarios; preciso es, pues, desheredados, que no os confundáis. Los
partidos conservadores y burgueses os hablan de libertad, de justicia, de ley,
de gobierno honrado, y os dicen que, cambiando el pueblo los hombres que
están en el poder por otros, tendréis libertad, tendréis
justicia, tendréis ley, tendréis gobierno honrado. No os
dejéis embaucar. Lo que necesitáis es que se os asegure el
bienestar de vuestras familias y el pan de cada día; el bienestar de las
familias no podrá dároslo ningún gobierno. Sois vosotros
los que tenéis que conquistar esas ventajas, tomando desde luego
posesión de la tierra, que es la fuente primordial de la riqueza, y la
tierra no os la podrá dar ningún gobierno, ¡entendedlo bien!,
porque la ley defiende el “derecho” de los detentadores de la
riqueza; tenéis que tomarlo vosotros a despecho de la ley, a despecho del
gobierno, a despecho del pretendido derecho de propiedad; tendréis que
tomarlo vosotros en nombre de la justicia natural, en nombre del derecho que
todo ser humano tiene a vivir y a desarrollar su cuerpo y su
inteligencia.
Cuando vosotros estéis en posesión de la
tierra, tendréis libertad, tendréis justicia, porque la libertad y
la justicia no se decretan: son el resultado de la independencia
económica, esto es, de la facultad que tiene un individuo de vivir sin
depender de un amo, esto es, de aprovechar para sí y para los suyos el
producto íntegro de su trabajo.
Así pues, tomad la tierra.
La ley dice que no la toméis, que es de propiedad particular: pero la ley
que tal cosa dice fue escrita por los que os tienen en la esclavitud, y tan no
responde a una necesidad general, que necesita el apoyo de la fuerza. Si la ley
fuera el resultado del consentimiento de todos, no se necesitaría el
apoyo del polizonte, del carcelero, del juez, del verdugo, del soldado y del
funcionario. La ley fue impuesta, y contra las imposiciones arbitrarias,
apoyadas por la fuerza, debemos los hombres dignos responder con nuestra
rebeldía.
Ahora, ¡a luchar! La revolución,
incontenible, avasalladora, no tarda en llegar. Si queréis ser libres de
veras, agrupaos bajo las banderas libertarias del Partido Liberal; pero si
queréis solamente daros el extraño placer de derramar sangre y
derramar la vuestra “jugando a los soldados”, agrupaos bajo otras
banderas, las antirreleccionistas por ejemplo, que después de que
“juguéis a los soldados”, os pondrán nuevamente el
yugo patronal y el yugo gubernamental; pero, eso sí, os habréis
dado el gustazo de cambiar el viejo presidente, que ya os chocaba, por otro
flamante, acabadito de hacer.
Compañeros, la cuestión es
grave. Comprendo que estáis dispuestos a luchar; pero luchad con fruto
para la clase pobre. Todas las revoluciones han aprovechado hasta hoy a las
clases encumbradas, porque no habéis tenido idea clara de vuestros
derechos y de vuestros intereses, que como lo sabéis, son completamente
opuestos a los derechos y a los intereses de las clases intelectuales y ricas.
El interés de los ricos es que los pobres sean pobres eternamente, porque
la pobreza de las masas es la garantía de sus riquezas. Si no hay hombres
que tengan necesidad de trabajar a otro hombre, los ricos se verán
obligados a hacer alguna cosa útil, a producir algo de utilidad general
para poder vivir; ya no tendrán entonces esclavos a quien
explotar.
No es posible predecir, repito, hasta donde llegarán las
reivindicaciones populares en la revolución que se avecina; pero hay que
procurar lo más que se pueda. Ya sería un gran paso hacer que la
tierra fuera de propiedad de todos; y si no hubiera fuerza suficiente o
suficiente conciencia entre los revolucionarios para obtener más ventajas
que ésa, ella sería la base de reivindicaciones próximas
que por la sola fuerza de las circunstancias conquistaría el
proletariado.
¡Adelante, compañeros! Pronto
escucharéis los primeros disparos; pronto lanzarán el grito de
rebeldía los oprimidos. Que no haya uno solo que deje de secundar el
movimiento, lanzando con toda la fuerza de la convicción este grito
supremo: ¡Tierra y Libertad!
* Artículo de Ricardo Flores
Magón publicado en Regeneración, 19 de noviembre de
1910.