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Yo me imagino las satisfacciones y las angustias del sembrador.
¡Cuántas emociones debe sentir el hombre que pone el grano en la
tierra! He aquí un yermo; pero el sembrador viene y remueve la tierra, la
rebana, desmenuza los toscos terrones, la peina, echa el grano y riega. Luego,
¡a esperar! Más no consiste esa espera en cruzarse de brazos: hay
que luchar; hay que luchar contra las aves que bajan a comerse el grano, contra
los animales que se alimentan de las plantitas tiernas, contra el frío o
la acequia que amenaza desbordarse, contra el yerbajo que se extiende y va a
sepultar la siembra. ¡Con qué emoción aguarda cada nuevo
día, esperando ver las puntitas verdes de las plantas saliendo de la
tierra negra! Por fin aparecen, y entones levanta angustiado la vista al cielo;
sabe leer en las nubes el tiempo que va a haber; la dirección con que
sopla el viento, tiene, igualmente, grande importancia. Viendo las nubes,
reconociendo el viento, se le ve palidecer o iluminarse su rostro, según
se deduce de la apariencia del medio, bueno o mal tiempo.
Empero, esas
torturas nada son comparándolas con las que sufre el sembrador de
ideales. La tierra recibe con cariño. El cerebro de las masas humanas
rehúsa recibir los ideales que en él pone el sembrador. La mala
yerba, las malezas representadas por los ideales viejos, por las preocupaciones,
las tradiciones, los prejuicios, han arraigado tanto, han profundizado sus
raíces de tal modo y se han entremezclado a tal grado, que no es
fácil extirparlas sin resistencia, sin hacer sufrir al paciente. El
sembrador de ideales echa el grano; pero las malezas son tan espesas y proyectan
sombras tan densas, que la mayor parte de las veces no germina; y si, a pesar de
las resistencias, la simiente ideal está dotada de tal vitalidad, de tan
vigorosa potencia, que logra hacer salir el brote, crece éste
débil, enfermizo, porque los jugos los aprovechan las malezas viejas y es
por esto por lo que con tanto trabajo logran enraizar las ideas
nuevas.
El miedo a lo desconocido entra con mucha más fuerza en la
resistencia que la que el cerebro de las masas ofrece a los ideales nuevos. La
cobardía del rebaño queda perfectamente expresada en la frase que
anda en boca de todos los taimados: “Vale más malo por conocido que
bueno por conocer”. Son amargos los frutos de las viejas ideas: sin
embargo, la imbecilidad o cobardía de las masas las prefieren mejor que
entregarse al cultivo de nuevos y sanos ideales.
El sembrador de ideales
tiene que luchar contra la masa, que es conservadora; contra las instituciones,
que son conservadoras igualmente; y solo, en medio del ir y venir del
rebaño que no lo entiende, marcha por el mundo no esperando por
recompensa más que el bofetón de los estultos, el calabozo de los
tiranos y el cadalso en cualquier momento. Pero mientras va sembrando,
sembrando, sembrando, el sembrador de ideales que llega va sembrando, sembrando,
sembrando ...
* Artículo de Ricardo Flores Magón
publicado en Regeneración, 5 de noviembre de 1910.