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Volumen 6, Número 79, septiembre 30 de 2006

2006, Cien años de la huelga minera de Cananea (México)

Cómo se nos denigra

Artículo publicado por Ricardo Flores Magón, con el seudónimo Anakreón, en El Colmillo Público No. 147 del 1 de julio de 1906 acerca de los hechos acaecidos en el mineral de Cananea en días anteriores.


Los periódicos gobiernistas están resueltos a no decir la verdad en lo referente a los asuntos de Cananea, porque se descubriría la gran culpabilidad del gobierno. Así, pues, niegan a puño cerrado que las fuerzas americanas hubieran invadido el territorio nacional; niegan que los trabajadores de Cananea estén mal pagados y que sea insultante la preferencia que se da a los extranjeros en lo relativo a la cuantía de los salarios.

Ya ha quedado demostrada por los periódicos independientes la entrada de fuerza americana a nuestro territorio, y más aún, en los mismos Estados Unidos se han practicado diligencias encaminadas a fijar las responsabilidades de la invasión, según los cablegramas que han aparecido en diversos periódicos americanos.

¿Con qué fin niegan los periódicos del gobierno la invasión de tropas americanas a nuestro territorio cuando los periódicos de los Estados Unidos confirman dicha entrada y citan nombres y refieren detalles que no dan lugar a duda?

Se quiere sin duda salvar a Izábal de la tremenda responsabilidad que le resultaría si oficialmente se reconociese que hubo tal entrada de tropas americanas y el despotismo procura que no caiga ninguno de sus miembros. El secreto de la fuerza de la tiranía está en la solidaridad efectiva que existe entre sus miembros. Nadie deja que caiga el compañero, todos procuran encubrir las faltas de los colegas. Si no hubiera solidaridad entre los que oprimen, la tiranía habría desaparecido hace mucho tiempo.

Entregados todos a oprimir, deseando todos el mismo fin: la conservación de los puestos que han podido atrapar, se callan sus faltas, se encubren sus malos actos, se dan la mano en las tinieblas para no tropezar y caer, porque con uno solo que cayera se derrumbaría el viejo edificio del despotismo al proclamar la verdad el miembro de la tiranía a quien se abandonara. Todos saben mucho y podrían decir grandes verdades si les faltase el apoyo de los camaradas. Si Izábal fuera abandonado por el despotismo, si no se le encubriese, los grandes secretos de la Guerra del Yaqui se harían públicos; se sabría también cómo han podido adquirir minas los americanos en lugares tan cercanos a la línea divisoria con los Estados Unidos; se sabría por boca de uno de los autores todo lo que de terriblemente injusto y bárbaro tiene el hecho de aconsejar a los dueños de empresas que paguen salarios reducidos a los trabajadores. Se haría la luz, provocada por el despecho del funcionario caído, y las pruebas serían tan concluyentes que la tiranía sería perdida.

Esas consideraciones se hacen nuestros opresores, y se tienden la mano, se sostienen para no caer, y aunque la verdad brille poderosamente tienen periódicos escritos por mercenarios para negarla, para burlarse cínicamente del pueblo, como sucede en el presente caso, a pesar de que la luz se ha hecho y los rostros conservan los rastros de la vergüenza que produjo a todo mexicano de corazón bien puesto la profanación del territorio nacional por las fuerzas americanas.

La cuestión de los salarios ha sido tratada por los periódicos alquilados con ese desplante y esa majadería que los caracteriza cuando hablan de las aptitudes del trabajador mexicano. No hay peor enemigo de nuestros obreros que los periódicos del gobierno. Para esos periódicos basta que un mexicano no tenga miles de pesos acumulados por la rapiña o por otros medios más o menos turbios, para que sea un vago, un degenerado, un depósito de vicios y de maldades. Un obrero es para esos periódicos un esclavo destinado a dar su fuerza, su porvenir, su salud, en provecho de un señor que a título de su riqueza, más o menos mal adquirida, puede abusar de los que no cuentan para ganarse la vida con otra cosa que su inteligencia, sus habilidades en cualquier ramo de la actividad humana o simplemente su fuerza. Y con ese criterio tratan todas las cuestiones que se relacionan con la riqueza pública, que, para los dichos periódicos, no es la abundancia de trabajo bien retribuido, sino la especulación sórdida de un grupo de ricachones que repletan sus arcas con el trabajo de millones de mexicanos.

Nunca hemos visto en la prensa gobiernista que se estudie a fondo la causa de la miseria pública, pues para dicha prensa no hay miseria, desde el momento que hay un grupo de ricos que atesoran cada año ganancias fabulosas. Consideran, pues, que la riqueza pública es la riqueza de unos cuantos y por ese camino se echan a hablar de la prosperidad nacional, del progreso económico de nuestro desventurado país.

Los liberales consideramos lo contrario y estamos en lo justo. Para nosotros la riqueza pública no es el bienestar de unos cuantos favorecidos por la suerte o por las trácalas, sino el bienestar de los hombres de trabajo, de los que ponen su inteligencia o sus fuerzas en provecho de la producción ya sea artística, literaria o científica, o industrial, agrícola o minera.

Pero no divaguemos. Con motivo de la huelga de Cananea, la prensa independiente, y aun parte de la prensa clerical que es gobiernista, han hablado de la odiosa distinción que en las grandes negociaciones se emplea para humillar al trabajador mexicano. En ciertas negociaciones, y en la de Cananea especialmente, hay obreros de distintas nacionalidades trabajando con obreros mexicanos, y, aunque desempeñen el mismo trabajo, es común que los mexicanos reciban un salario inferior al que ganan los extranjeros, compañeros en las mismas faenas.

Esa distinción es irritante porque demuestra el desprecio que se tiene por nuestra raza, que si algo tiene en su favor, es una notable aptitud para toda clase de trabajos y su laboriosidad y resistencia proclamadas por los mismos extranjeros.

Ahora bien; el origen de la huelga de los mineros mexicanos de Cananea no fue otro que esa diferencia de retribución entre mexicanos y extranjeros. Los mexicanos solicitaron justamente que se les pagasen cinco pesos diarios y se redujese a ocho horas la jornada de trabajo. Los mexicanos, en actitud completamente pacífica, pidieron a Greene, dueño de las minas de Cananea, que les aumentase el salario y redujese la jornada de trabajo, y Greene contestó QUE NO PODÍA AUMENTAR EL SALARIO SIN EL CONSENTIMIENTO DEL GOBIERNO, con lo que ratificó lo que la prensa independiente ha dicho muchas veces: que el gobierno se opone a que se eleven los salarios, convencido de que un pueblo que come bien, que tiene algún desahogo y puede ilustrarse, es un pueblo que no permite despotismos.

Esta declaración de Greene no es comentada por la prensa gobiernista; se cuidan bien los escritorzuelos del despotismo de no decir las causas por las cuales no reciben los obreros una mejor retribución de su trabajo, y esquivando la cuestión, se dedican a denigrar al pueblo obrero. Aseguran los periódicos gobiernistas que si no se paga al trabajador mexicano un salario igual al que recibe el trabajador extranjero, es porque la calidad del trabajo del mexicano es inferior a la del trabajo de un extranjero. Para probar su embuste, citan un mamotreto escrito por don Matías Romero,[1] con el fin con que escriben los periodistas del gobierno, de denigrar al trabajador mexicano para justificar la opresión que se ejerce sobre él. No cita ningún otro autor la infeliz prensa gobiernista, porque no hay otro que tenga el des-plante de escribir barbaridades semejantes, y de la declaración de un hombre que no vio nunca el trabajo del mexicano y que escribió de memoria, saca la conclusión de que el trabajador mexicano está condenado a ganar menos, porque su poder productor es menor que el de un americano, o un belga, o un alemán.

No se arriesga a decir la prensa gobiernista que si el trabajador mexicano gana salarios de mendigo es porque el gobierno ha dado la consigna a los empresarios de que paguen malos salarios, para que el pueblo no se dignifique; no se atreve esa desventurada prensa a declarar que si el mexicano vive como esclavo humillado, es porque el gobierno no quiere que los trabajadores se vuelvan altivos como todo hombre que tiene conciencia de su fuerza y de su valer. La miseria la produce el gobierno para que por ella nos encadenemos todos y nos parezca dulce cualquier opresión, la más ignominiosa, la más denigrante, como que los hambrientos se resignan y se envilecen.

El trabajador mexicano es tan apto para cualquier trabajo como el trabajador extranjero, y la prueba de ello es que en los Estados Unidos, para citar el país que toman como modelo de actividad los periódicos gobiernistas, se aprecia y estima en lo mucho que vale el trabajo del mexicano. Las minas de cobre de Arizona, las minas de carbón de Texas y del territorio indio, los grandes plantíos de betabel en Colorado, las inmensas granjas algodoneras de Texas, Louisiana, Mississippi y Oklahoma, los grandes trabajos ferrocarrileros en los estados del suroeste de la Unión Americana, todas esa negociaciones se mantienen con el trabajo del mexicano que va de nuestro país a donde mejor le paguen. Y en esos trabajos los mexicanos ganan lo mismo que los extranjeros, ¿por qué?, ¿por qué gustan los capitalistas de tirar su dinero a un abismo sin fondo? No; los mexicanos en esas negociaciones reciben salarios como cualquier trabajador de otra nación, porque saben trabajar, porque son inteligentes, porque resisten mejor que los individuos de otras razas las fatigas de las rudas faenas. No son los mexicanos, como aseguran El Imparcial y El Mundo, ineptos para producir en cantidad yen calidad lo que producen los obreros extranjeros.

Estas observaciones demuestran la inquina estúpida y traidora de los periódicos que se mantienen con el dinero que el gobierno arranca a los mismos a quienes denigra.

A los Estados Unidos afluye inmigración poderosa de todos los países del mundo, y se ve que los dueños de empresas industriales, agrícolas o mineras, así como los dueños de las empresas ferrocarrileras, protegen la inmigración de mexicanos con preferencia a la inmigración de individuos de otras nacionalidades. ¿Qué significa eso? ¿Es que los capitalistas de los Estados Unidos son unos imbéciles que gustan de tener obreros que les trabajen mal, despreciando a los obreros belgas, franceses y alemanes, que según los periódicos de la tiranía trabajan mejor que el mexicano?

Hay una severa ley de inmigración en los Estados Unidos, por la cual solamente pueden internarse a territorio americano los individuos que vayan de paso o que tengan bienes de fortuna, o bien que presenten al pretender internarse una suma de dinero —treinta pesos oro—, deteniéndose en las fronteras o en los puertos a todos aquellos que no tengan en la bolsa los consabidos treinta pesos oro, para hacerlos regresar al lugar de origen o tomar otro rumbo distinto de los Estados Unidos. Esa medida fue tomada por el gobierno americano para impedir el pauperismo.

Pues bien, por esa ley se quiso impedir la entrada de trabajadores mexicanos que tan solicitados son por los yanquis, pero las consecuencias de la prohibición se hicieron sentir bien pronto. Los mexicanos hacen falta en los Estados Unidos para el desarrollo de la riqueza, y últimamente, a mediados del pasado junio, el gobierno americano autorizó a los inspectores que tiene la frontera con México, para que se dejase entrar cuanto mexicano desee ir a los Estados Unidos, aunque no lleve consigo los treinta pesos oro, o sesenta pesos mexicanos que se estaban exigiendo a cada inmigrante.

Esa medida del gobierno americano fue originada por la queja de los ricos de aquella nación que veían peligrar sus negociaciones por la falta de los buenos, de los magníficos trabajadores mexicanos. ¿Por qué escogieron aquellos negociantes a nuestros compatriotas y no a los trabajadores de otra nacionalidad que también quieren entrar a trabajar? ¿Podrían responder a estas preguntas los infelices escritorzuelos que denigran la labor del mexicano?

Estos hechos demuestran que en los Estados Unidos, donde según los periódicos gobiernistas se aprecia bien el trabajo, hacen justicia al trabajador mexicano, mejor que nuestro gobierno que considera al mexicano como un ser explotable y maltratable como bestia. ¡Ah, compatriotas, nuestro gobierno es nuestro peor enemigo! Vienen las grandes empresas extranjeras o se implantan las empresas nacionales, y el gobierno aconseja que no paguen salarios elevados, para tenernos cogidos por hambre, para envilecernos a fuerza de miseria y de humillaciones constantes.

Pero no desesperemos, compatriotas; este largo periodo de sombras, en el cual se nos ha visto arrastrándonos como larvas, tendrá que pasar si nos oponemos a que se nos denigre, si nos proponemos salir de la abyección que acabará por hacer de nosotros una raza de esclavos.

No, no hay que desesperar, pero tampoco hay que permanecer inactivos. Asociémonos, unámonos, hagamos entre nosotros, los humillados y los oprimidos, efectiva la solidaridad. Que la desgracia de un mexicano sea considerada como la desgracia de todo el pueblo, que la persecución que sufre un solo mexicano sea considerada como una persecución a la masa en general. La unión nos dará la fuerza, la unión nos hará respetables, y entonces seremos felices en nuestra patria y no tendremos por qué franquear las fronteras para buscar trabajo en tierra extraña, porque aquí lo tendremos abundante y bien retribuido, y tendremos justicia y seremos respetados por todos.

No hay, pues, que desalentarse. ¡Adelante!
Anakreón
El Colmillo Público, núm. 147, 1° de julio de 1906, pp. 398-399.


Mineros huelguistas en la comisaría de Ronquillo


Mineros huelguistas en La Mesa

[1] Probable referencia a Matías Romero, Mexico and the United States; a Study of the subjects affecting their Political, Comercial and Social relations, made with a view to their Promotion, Nueva York, A.P. Putman's Sons, 1898, 2 vols.

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