2006, 100 años de la Huelga minera de Cananea (México)
La huelga de Cananea
Testimonio de Esteban Baca Calderón /I *
Esteban Baca Calderón fue uno de los dirigentes de la
huelga de Cananea, junto con Manuel M. Diéguez, Lázaro
Gutiérrez de Lara y otros, integrantes de la Unión Liberal
Humanidad que promovía las ideas libertarias de Ricardo Flores
Magón a través del periódico Regeneración.
Los dirigentes de la huelga fueron detenidos y posteriormente encarcelados en
San Juan de Ulúa, la prisión de más alta seguridad de la
época. En este testimonio, Baca Calderón describe los
acontecimientos de la huelga, los momentos previos, el estallido del movimiento,
y las acciones posteriores que incluyeron la represión. [Nota: los
subtítulos son de energía].
Las condiciones de trabajo
Llegué a Cananea en marzo de 1905.
Pernoctamos la noche anterior, carreros y pasajeros, en un rancho inmediato al
citado mineral. Hacía un frío intensísimo y mi ropa no era
apropiada para resistir tan baja temperatura. Un chino humanitario, comerciante
al menudeo, establecido en Cananea, me proporcionó su grueso abrigo para
que yo pudiera dormir esa noche. Al día siguiente, la nieve cubría
árboles, llanos y cerros y ofrecía un espectáculo
maravilloso.
Obtuve trabajo en el piso de carga de la fundición de
metales como carrero. El trabajo consistía en llevar el metal desde los
chutes —depósitos— a la plancha metálica que
circundaba la boca de los hornos en forma de sepultura abierta. Sueldo: tres
pesos. No se implantaba todavía el sistema mecánico para efectuar
automáticamente esta operación. El trabajo era pesadísimo.
Cada carro tenía una capacidad de media tonelada o poco más y era
manejado por dos hombres que lo llenaban de metal a fuerza de pala. El
carbón de piedra, coque, que se empleaba en alimentar los hornos, era
conducido desde los chutes en carretillas manejadas por un solo hombre
cada una. Sueldo: cuatro pesos. El consumo del metal y del carbón en cada
horno —los hornos eran ocho— era atendido por un cargador y un
ayudante, que con palas de mango largo y capacidad de veinte kilos o más,
arrojaban el metal desde la plancha que circundaba la boca del horno al fondo
del mismo. Sueldos: del cargador, ocho pesos; ayudante, seis pesos. Jornada de
trabajo, incluyendo carreros y carretilleros, ocho horas, a tres pesos. El
trabajo era tan pesado, que ningún extranjero lo resistía. Este
honor cabía únicamente a los mexicanos.
En el piso de carga
de la Fundición de metales, el calor era muy intenso, producido por el
fogonazo de ocho hornos en plena actividad y en una noche fría y lluviosa
pasé de este piso al exterior, a la intemperie, sin tomar las
precauciones indispensables, sin el abrigo, y por esta causa sufrí un
ataque de pleuresía que me obligó a tomar un descanso en
Buenavista, campo minero situado a media altura de la sierra, donde se hallaba
establecido, desde el año anterior, como comerciante de abarrotes,
Francisco M. Ibarra, mi compañero en la Negociación Minera de
Guadalupe de los Reyes, Sinaloa. Esto ocurría en octubre de
1905.
Ibarra me relacionó con Manuel M. Diéguez y con
varias personas de calidad. Este ambiente social me agradó y
resolví darme de alta en la mina Oversight. La tarea que se me
confió consistía en distribuir entre los barreteros en todos los
frentes la pólvora que necesitaban, tomándola de un
depósito seguro que existía dentro de la mina. Sueldo: tres pesos.
Después ingresé al personal destinado a la extracción del
metal, manejando carros con capacidad de más de media tonelada, que se
movían sobre rieles y que había que llenar a fuerza de pala.
Sueldo: tres pesos. Los barreteros, mexicanos, ganaban cuatro pesos; los
extranjeros, por igual servicio, tres dólares cincuenta centavos. Los
carpinteros, llamados también paleros o ademadores, si eran mexicanos,
disfrutaban un salario de cinco pesos; si eran extranjeros, su sueldo era de
cuatro dólares. Tipo de cambio: al dos por uno. El número de
barreteros y ademadores mexicanos era insignificante comparado con el de
extranjeros. El cargo de capataz y mayordomo estaba reservado a los extranjeros,
por excepción recaía este empleo en un mexicano; y en cuanto a los
empleados superiores en talleres, oficinas, etc., diremos que todos los jefes
eran extranjeros y todos percibían magníficos sueldos. Este
cartabón regía también en la Concentradora de Metales y en
todos los departamentos de la compañía. Jamás vi un solo
mexicano desempeñar funciones intelectuales como ingeniero, contador,
etc.
Los extranjeros ocupaban residencias decorosas, alcanzaban un alto
nivel de vida y disponían de fuertes sumas de dinero que enviaban al
país vecino, en tanto que el aspecto de la población mexicana y su
condición económica ofrecía un contraste
lastimoso.
Así estaba impuesta la hegemonía racial
extranjera en toda la empresa, en nuestro propio suelo, a costa de los intereses
nacionales, a costa del sacrificio del asalariado mexicano y de la dignidad
patria y de los más elementales principios de justicia y decoro
nacional.
Comentarios y experiencias
La experiencia adquirida en el trabajo rudo, tanto en el piso de carga
de la Fundición de metales como en las labores de la mina Oversight, la
expresé en abril de 1909, preso en la Penitenciaría del Estado, al
señor Lic. José López Portillo y Rojas, político
prominente y enemigo de la Dictadura. De esa correspondencia copio un
fragmento:
En mi humilde
concepto, la obra que se impone es de educación en su más amplia
acepción conforme a la economía individual, la higiene y la moral.
Por desgracia, el desarrollo intelectual y moral del pueblo mexicano se halla
atrasado, como el de otras naciones; pocas son las personas que sienten un vivo
interés por los principios del bien y el deber, y más pocas son
las que ponen en práctica los buenos principios que profesan
teóricamente, tristemente. Unos por ignorancia y otros por apego a los
empleítos que exigen mucha sumisión —pues por errores
tradicionales abundan todavía los individuos de mediana cultura que creen
que si se mezclaran con la clase obrera perderían su porvenir, individuos
que consideran infamante el salario y que en realidad carecen de valor para
empuñar con brío y tenacidad la herramienta del trabajo rudo que
tanto vigoriza el espíritu del hombre, porque si bien penoso al
principio, aveza luego a la lucha dura, inspira inmensa satisfacción
varonil, la satisfacción del triunfo, amén de las
enseñanzas prácticas que proporciona para el desarrollo de las
riquezas naturales—, ya por una causa, ya por otra, digo, el conjunto de
los individuos es una masa débil que los corruptores políticos
manejan al antojo. Inyectar el civismo en los espíritus y despertar y
robustecer sentimientos de independencia personal es la labor más fecunda
que los amantes del progreso pueden emprender con más acierto y tenacidad
en el medio asfixiante de hoy. Casi todos viven en la miseria, pero demasiado
aferrados a los placeres y distracciones, sin voluntad, incapaces de un
sacrificio. El egoísmo, la cobardía y la perversión se
oponen al triunfo de los grandes ideales. Es preciso dar a los gremios del
trabajo, y a todos los elementos generosos que acepten la idea, una nueva
organización con sus buenos conferencistas y que bajo un solo plan se
prosiga por todas partes la grandiosa obra de la educación
popular."
El encuentro con Regeneración
Circulaba ya a mi arribo al mineral,
entre algunos vecinos de Buenavista, bajo sobre cerrado, el periódico
Regeneración, que la Junta Organizadora del Partido Liberal
Mexicano editaba en Saint Louis, Mo., y que se proponía derrocar a
Porfirio Díaz y a todos los gobernadores, engranaje de la dictadura, como
único medio eficaz para poner fin a todas las iniquidades como la leva,
las consignaciones al ejército, el despojo de tierras, la inicua
explotación del obrero y del campesino, etc., complemento de la reforma
social que urgía implantar.
Ibarra y yo iniciamos entonces una
labor de convencimiento para su ingreso al Partido Liberal, entre las personas
que consideramos más conscientes, más capacitadas para comprender
los peligros que entrañaban los preliminares de una rebelión.
Manuel M. Diéguez, ayudante del rayador de la mina Oversight, fue el
hombre de más confianza entre nosotros por su rectitud de principios y su
ascendiente en aquella sociedad.
En la noche del 16 de enero de 1906,
reunidos en la casa del señor Cosme Aldana, varios compañeros de
trabajo, no pasábamos de quince, resolvimos constituirnos en sociedad
secreta bajo la denominación de Unión Liberal Humanidad.
Recayó la presidencia en Manuel M. Diéguez y la vicepresidencia en
Francisco M. Ibarra; yo fui honrado con el nombramiento de
secretario.
Dije entonces, después de exponer consideraciones de
carácter general, de la ineficacia del sufragio para obtener el cambio de
hombres en el poder y de procedimientos gubernativos que garantizaran el
bienestar de todos los ciudadanos, refiriéndome especialmente a la
situación por que atravesaba la clase obrera: "Si hoy la clase
humilde, a la que me honro en pertenecer, se uniera para reclamar justicia en el
pago de su trabajo, los caciques, viles lacayos del capitalista, nos
perseguirían irremisiblemente; bien comprenderían que en seguida
nos uniríamos también para derrocarlos del poder y exigirles
responsabilidades". Aprobación unánime de los oyentes.
.
Envié copia de esta modesta peroración a la Junta
Revolucionaria del Partido Liberal, y Ricardo Flores Magón, entusiasmado
por los conceptos vertidos en relación con la cuestión obrera,
ordenó su inmediata inserción en Regeneración, en el
número correspondiente al mes de marzo de ese
año. Diéguez no aprobó el envío de esta
información, que podía dar motivo a que la empresa hiciera
investigaciones para descubrir a su autor. Se lo dije a Ricardo Flores
Magón.
LA HUELGA DE CANANEA
La celebración del 5 de mayo
Constituida la Unión Liberal Humanidad dedicamos
toda nuestra atención al estudio de las Bases que deberían normar
su actuación.
A este respecto, dice González Monroy que
deben observarse las precauciones tomadas por nosotros, puñado de
precursores de la Revolución Social Mexicana, para la celebración
de nuestros conciliábulos; y no menos las adoptadas en nuestro Estatuto
para evitar la dictadura en el seno de la Unión.
"Ahora bien, la naturaleza de la Unión Liberal
Humanidad, el peligro que entrañaba su existencia, hacía sumamente
lento su desarrollo y es muy dudoso que en los cuatro meses y medio de su
funcionamiento haya alcanzado el número de 25 liberales decididos a
empuñar las armas contra la dictadura y que a la vez fueran una
garantía de prudencia y discreción, según el inciso 3 de
las Bases Constitutivas.
Esteban B.
Calderón, cumpliendo fielmente su promesa empeñada al Secretario
del Partido Liberal —dice González Monroy según la carta que
le dirigió—, dedicóse activamente, en unión de otros
valiosos elementos, a organizar la celebración del 5 de mayo. La
Directiva de la Unión Liberal, presidida por Diéguez, y reforzada
por nuevos elementos, se constituyó en Junta
Patriótica.
"¡Y qué fiesta aquélla! Una fiesta
organizada íntegramente por el pueblo y disfrutada por
él.
El discurso
oficial de esta fiesta de los mineros de Cananea estuvo a cargo de Lázaro
Gutiérrez de Lara. Lástima que no pueda referirme aquí a
los conceptos en él vertidos. Estoy seguro de que los hallaría
interesantes el lector. De Lara, aunque no era gran orador, se superaba, sin
embargo, al calor de las grandes multitudes. Hablábales generalmente
sobre sus intereses de clase, ya que en él se manifestaron desde entonces
tendencias socialistas."
Por lo que a mí respecta, tengo
que decir que con motivo de los preparativos y celebración de la fiesta
del 5 de mayo, los directivos de la Unión Liberal Humanidad estrechamos
nuestras relaciones amistosas con Lázaro Gutiérrez de Lara, hasta
llegar a la intimidad y revelación de nuestros propósitos
libertarios, como auxiliares modestos de la Junta Revolucionaria de Saint Louis,
Mo. Gutiérrez de Lara se distinguía entre los hombres de su gremio
por un espíritu de fraternidad y de cooperación social en todas
las dificultades de la vida. Ejercía su profesión sin convertirse
en explotador de la gente de limitados recursos.
Considerando él
que nuestros esfuerzos patrióticos merecían todo su apoyo y que
nuestra esfera de actividades se reducía a los campos mineros,
resolvió constituir en la población baja del mineral —El
Ronquillo y la Mesa Grande— una nueva agrupación secreta que
denominó Club Liberal de Cananea.
Este grupo se vigorizaría
por lo que llamamos sector popular; no estaría integrado exclusivamente
por trabajadores de la compañía. Sus bases constitutivas eran muy
semejantes a las de la Unión Liberal Humanidad.
El programa del Partido Liberal
En el mes de abril recibimos una circular en la que se
invitaba a todas las agrupaciones liberales conectadas con la Junta
Revolucionaria para que aportaran el contingente de sus luces en la
redacción del Programa del Partido Liberal.
Consecuentes con
nuestras convicciones, nuestra experiencia y educación liberal, nos
referimos una vez más a la imperiosa necesidad de decretar la
reivindicación de las tierras de que fueron despojadas las tribus yaqui,
mayo y en general todas las comunidades indígenas esparcidas en todo el
país. Condenamos la discriminación racial que padecíamos en
nuestro propio suelo y proclamamos la necesidad de expedir leyes protectoras de
la clase obrera en general. Invocamos también la necesidad de hacer
extensiva la enseñanza laica a todas las escuelas particulares.
Recomendamos la confiscación de los bienes del Clero en manos de
testaferros y el robustecimiento de nuestros lazos de unión con los
países latinoamericanos. Invocamos también la imperiosa necesidad
de implantar el principio de No Reelección y la efectividad necesaria en
el juicio de amparo.
Estas fueron las ideas fundamentales de los
liberales ilustrados en aquellos días y fue Juan Sarabia, vicepresidente
del Partido Liberal, quien recogió todas las aportaciones literarias y
les dio forma definitiva en el sensacional Programa del Partido Liberal,
que contenía 51 postulados, publicado en Regeneración el
1° de julio de 1906.
Los postulados principales fueron incorporados
en 1917 a la Constitución que rige hoy los destinos de México.
La noche anterior
En la noche del 31 de mayo, dos mayordomos de la mina
Oversight informaron a los rezagadores y carreros que desde el día
siguiente la extracción del metal quedaría sujeta a contrato. Esto
no quería decir que los obreros se convertirían en contratistas ni
que se les obligaría a trabajar en lo sucesivo a destajo, por los
consabidos tres pesos de salario. El contrato de extracción de metal se
celebraba entre los dos mayordomos citados y la compañía. En
consecuencia, los mayordomos quedaban facultados para reducir el número
de trabajadores y recargar la fatiga en los que continuaran en servicio. Se les
daba a los contratistas la oportunidad de alcanzar muy fuertes ingresos
metálicos a costa del esfuerzo de los mexicanos.
Tal intento de
explotación desenfrenada, que humillaba a los hombres de nuestra raza, no
sólo causó indignación entre los trabajadores afectados,
sino también entre los barreteros y ademadores nacionales y
despertó, además, las simpatías entre los unionistas
extranjeros que trabajaban en la Oversight.
El estallido de la huelga
En la madrugada del 1° de junio, antes de que llegara
la hora de dar por terminada la jornada de trabajo, aquel conglomerado de
mineros integrado por rezagadores y carreros, por barreteros y ademadores, todos
mexicanos, se amotinaron a la salida de la mina precisamente a las puertas de la
oficina de la misma y prorrumpieron en gritos: "¡Cinco pesos y
ocho horas de trabajo!" "¡Viva México!"
Resurgieron otros gritos por los que se nos llamaba a Diéguez y a
mí para que encabezáramos aquella manifestación de
enérgica protesta contra los abusos de la compañía. Alvaro
L. Diéguez, que vivía también en Buenavista, fue el
encargado de llamarnos. A Diéguez le causó contrariedad la
intempestiva resolución de los mineros, porque consideró, y con
plena razón, que sin una organización general y sin una fuerte
suma de dinero para satisfacer las necesidades de los trabajadores durante la
suspensión de labores en la mina, la huelga estaba condenada al
fracaso.
Yo le manifesté mi resolución de acudir al llamado
de los mineros y le expresé también mi opinión en el
sentido de que si no obsequiábamos sus deseos, quedaríamos
descalificados como hombres de acción ante el concepto
público.
Al llegar yo a la mina Oversight, el jefe de la policía de los
campos mineros, un tal Fermín Villa, arbitrario y altanero, modelo de
esbirro de la dictadura, pretendió capturarme apoyado por diez o doce
policías que comandaba. En el acto lo rodearon los mineros,
amenazándolo con los candeleros de mina, que tienen la forma de alcayata
y como 30 centímetros de longitud. Le dijeron: "A este hombre no lo toca
usted".
Pocos minutos después se presentó el Dr. Filiberto V.
Barroso, Presidente Municipal del mineral, acompañado de don Pablo Rubio
y del señor Arturo Carrillo, comisario y juez auxiliar del Ronquillo,
respectivamente. Los mineros le manifestaron la causa de aquella airada
protesta, denunciadora de los abusos de la compañía y de la nueva
humillación que sufríamos en el trabajo, retribuido sin equidad, y
el funcionario mencionado dispuso que todos los motivos de queja los
expusiéramos a la empresa, por conducto de los delegados que los mineros
deberían designar en el momento. Diéguez y yo fuimos elegidos
desde luego, y a iniciativa nuestra fueron designados doce delegados más.
La misma autoridad municipal nos recomendó que a las 10 de la
mañana nos presentáramos en la comisaría del Ronquillo para
que discutiéramos con los representantes de la empresa, en presencia de
las mismas autoridades, la organización del trabajo y el pago de
salarios. A esa hora, los mexicanos que trabajaban en otras minas, El Capote, La
Demócrata, etc., ya tenían conocimiento de que en la Oversight se
había declarado una huelga por la falta de justicia y de equidad en el
pago de salarios y sin vacilar la secundaron. En la misma mañana el
movimiento de huelga se propagó a la Concentradora de metales y a la
Fundición. Lo que indica que el resentimiento de los mexicanos contra la
compañía era general.
Antes de que los centenares de
trabajadores agrupados en el exterior de la oficina de la mina Oversight se
retiraran a sus hogares, les hablé en representación de los
delegados y en nombre propio, agradeciéndoles la confianza que en
nosotros depositaban y exhortándolos para que desde ese momento se
constituyeran en agentes del orden público a fin de impedir que elementos
malsanos, mal intencionados, cometieran actos de violencia contra las personas,
contra la propiedad, dando pretexto a las autoridades para disolver la huelga,
acontecimiento inusitado que les infundía alarma. Supervivientes,
jóvenes en aquella época, testigos de mi actuación,
podrán hoy confirmar mis palabras.
Barroso, el Presidente
Municipal, asustado por el incremento que tomaba el movimiento en las primeras
horas del día 1° de junio, telegrafió a Izábal:
Hoy cuatrocientos
hombres de la mina Oversight declaráronse en huelga; exigen cinco pesos
por ocho horas de trabajo. Don Pablo, juez Carrillo y yo fuimos mina; disolvimos
grupo, nombrando huelguistas (puros mexicanos) 14 representantes para hoy, a las
diez, hablar con gerente compañía. Espero
órdenes."
Por su parte, el coronel William C. Greene, gerente de la
compañía minera, telegrafiaba al mismo Izábal:
"MacManus
estará ese mediodía; lleva asunto serio, que le comunicará.
Suplícole su presencia en Cananea, mañana si es
posible."
Ambos telegramas coinciden en el sentido de
concederle gran importancia al movimiento, a tal punto que demandaba la
autorización o la presencia del gobernador del Estado; el de Barroso,
además, aclaraba que los huelguistas eran "puros mexicanos". Cabe, sin
embargo, aclarar que si los obreros extranjeros, los de base, por supuesto, no
los directores, no participaron de una manera directa y activa en el movimiento,
la huelga contó con toda su simpatía y apoyo. No podía ser
de otra manera: así como el capital no reconoce fronteras ni banderas
para explotar, así los trabajadores, en sus luchas por su
liberación, no pueden detenerse ante esas barreras que los capitalistas
proclaman para dividir a los proletarios en sus luchas, y a veces para hacerlos
destrozarse mutuamente.
Las peticiones obreras
En las primeras horas de la mañana, más de
dos mil trabajadores recorrían los talleres y las minas, haciendo
engrosar sus filas con todos los trabajadores mexicanos, y aprestándose a
verificar una gran manifestación.
Escribí sobre la marcha,
con el fin de someterlo a la consideración de los delegados, un breve
escrito. Hay en él dos declaraciones que justifican en absoluto la
resolución de los mineros mexicanos de recurrir a la huelga para
garantizar sus derechos como trabajadores y como nacionales. Es la primera sobre
el exceso que había en Cananea de trabajadores extranjeros, cuya
mínima parte eran técnicos; y la segunda, el peligro a que
constantemente estaban expuestos los mineros mexicanos, debido a que los
encargados de los ascensores (o "jaulas") provocaban con su conducta
la fricción de los mineros.
A las 10 de la mañana, los catorce representantes de los
huelguistas, que eran: Manuel M. Diéguez, Juan N. Río, Manuel S.
Sandoval, Valentín López, Juan C. Bosh, Tiburcio Esquer,
Jesús J. Batrás, Mariano Mesina, Ignacio Martínez y yo, nos
presentamos en las oficinas de la comisaría del Ronquillo, en donde nos
esperaba el apoderado de la negociación, licenciado Pedro D. Robles, y
las autoridades del lugar, representadas por el Presidente Municipal, doctor
Filiberto V. Barroso, el comisario Pablo Rubio y el juez menor Arturo
Carrillo.
Una multitud de obreros, en número que calculo en 1,200, se
instaló frente a la comisaría del Ronquillo, con el deseo de
conocer pronto el resultado de nuestras gestiones.
Fue Manuel M. Diéguez quien dio a conocer las pretensiones de los
obreros, haciendo saber que estaban inconformes con la preponderancia y la
diferencia de los salarios que los extranjeros gozaban, con las largas jornadas
de 10 y 1l horas y con los salarios de $3.00 diarios, que en cambio
pedían $5.00 como sueldo mínimo uniforme, 8 horas como jornada
máxima de trabajo y la destitución y cambio de algunos capataces
que se significaban por su odio hacia los mexicanos. Diéguez
ajustó su demanda al deseo expresado por la inmensa mayoría de los
obreros mexicanos. Los delegados en general reforzaron la demanda de
Diéguez. El abogado de la empresa calificó de absurdas las
peticiones, pero yo insistí en que era injusto que mientras los mineros
mexicanos, que ascendían a la respetable suma de 5,300, ganaban, en una
inmensa mayoría, $3.00 diarios, los extranjeros, en número muy
aproximado a 3,000, disfrutaban de un sueldo mínimo de $7.00
diarios.
Ante la resistencia con que tropezaban los delegados para que
los representantes de la empresa comprendieran la justicia en que nos
apoyábamos, creyeron conveniente formular una petición escrita y
más conciliadora, la que si no alcanzaba el éxito deseado,
pondría en mayor evidencia a la compañía, haría
más monstruosa su injusticia y robustecería la indignación
popular para que la clase obrera pudiera ajustarle tarde o temprano las cuentas
a la compañía que, por lo visto, se consideraba omnipotente
gozando del apoyo oficial.
Nosotros éramos la parte débil,
carecíamos de fondos para sostener la huelga
indefinidamente.
El informe del presidente municipal
El Presidente Municipal Barroso se
apresuró a dirigir al gobernador del Estado un mensaje concebido en estos
términos:
"Prolongada la discusión sobre las demandas de
los delegados de la huelga, se les manifestó terminantemente que la
compañía no podía ni siquiera tomar en consideración
las solicitudes que hacían, mientras todos los trabajadores no volvieran
a sus labores habituales y estando en ellas pidieran por escrito lo que
deseaban, lo que sería atendido por la compañía hasta donde
ésta pudiera hacerlo, sin grave perjuicio de sus intereses. Los repetidos
delegados se manifestaron al parecer convencidos, pues ofrecieron hacer su
petición por escrito y volver inmediatamente a sus trabajos y esperar con
tranquilidad la resolución de la compañía.
"En estos momentos,
una de la tarde, se retiró el suscrito dejando aún en el mismo
sitio a los tantas veces citados individuos, sin haber sabido yo lo que
posteriormente pasaría en ese lugar, etc."
"Lo que
posteriormente pasó —versión de González
Monroy— en aquel lugar fue que el delegado Calderón formuló
el pliego de peticiones, escrupulosamente concebido, causando gran sorpresa a
los impugnadores, quedando éstos burlados en su intento de darles
«largas» a los huelguistas y sus previsores delegados.
"Y en cuanto a su ofrecimiento de reanudar
inmediatamente sus trabajos y esperar tranquilamente la resolución de la
compañía fueron invenciones del presidente Barroso, para darle
«largas» al señor gobernador. No podía haber sido de
otra manera, puesto que nada de aquello prometieron los delegados, considerando
que el único argumento que sus amos pudieran tomar en
consideración era precisamente la huelga de la totalidad de los
trabajadores y la autorización de éstos para negociar con la
empresa en la forma en que se estaba verificando.
"En la mañana del día 1º de junio
comenzó a circular una hoja volante clandestina, que no era obra de
ninguna de las dos directivas de las agrupaciones revolucionarias, Unión
Liberal Humanidad y Club Liberal de Cananea, presididas respectivamente por
Manuel M. Diéguez y Lázaro Gutiérrez de Lara, hombres
conscientes y sensatos. El contenido de esa hoja está en abierta
contradicción con el propósito de los jefes liberales, que no era
otro que el de organizar a los liberales de Cananea, los de absoluta confianza,
y fundar la Unión Minera, con el conglomerado obrero, como órgano
capacitado para enfrentarlo a la compañía.
"La simple redacción de esta hoja demuestra
claramente que su autor no era un hombre de recursos intelectuales. Es una
proclama sin finalidad concreta, sin medios de acción efectivos para la
realización del fin que perseguía.
"Esta proclama fue explotada por Mr. Greene, que se
consideró autorizado para hacer una massacre de mexicanos
indefensos y congraciarse de esta manera criminal con el déspota Porfirio
Díaz.
"Para Izábal, que fue el que más
elocuentemente se exhibió en los días de la huelga como un
imbécil y un traidor, fue oro molido. No tuvieron otra apariencia de
fundamento, de verosimilitud, la andanada de calumnias de que fue objeto, no ya
la simple clase obrera, sino el pueblo en general.
"En Cananea existían dos pequeñas
agrupaciones secretas, la Unión Liberal Humanidad, que en los días
de la huelga contaría a lo sumo con 25 asociados; y el Club Liberal de
Cananea, fundado en la segunda quincena de mayo, es natural que contara con
menos adeptos. Y el ingreso a esos grupos era difícil. Las admisiones se
hacían con suma cautela, los afiliados corrían gravísimo
peligro de la vida por una indiscreción, por una imprudencia cometida por
cualquiera de los individuos admitidos con ligereza.
"Tampoco era
misión de estos grupos organizar una huelga, les faltaba personalidad
para enfrentarse a la compañía, no tenían existencia legal,
eran grupos revolucionarios que perseguían finalidades de carácter
general, nacionales.
"Pero como en la festividad del 5 de mayo el que escribe
expuso la imperiosa necesidad de que todos los mineros se organizaran
constituyendo la Unión Minera, primer eslabón de la Liga Minera de
los Estados Unidos Mexicanos, natural era que ese discurso sensacional, ese
llamamiento inusitado a la clase obrera provocara, sin recato alguno, durante el
mes de mayo, en corrillos y reuniones privadas, comentarios acalorados y
despertara la impaciencia de todos los mexicanos que sufrían
humillaciones, por la discriminación racial que
padecíamos.
"Obsérvese
también que los obreros afectados por la provocación deliberada de
los mayordomos de la Oversight eran únicamente los rezagadores y
carreros, los asalariados de $3.00, y sin embargo la protesta se
generalizó a todas las dependencias de la compañía. Natural
era también que desde el primer momento los huelguistas se fijaran en
Diéguez y en mí para que asumiéramos la dirección de
ese movimiento. Diéguez y yo fuimos respectivamente presidente y
secretario de la Junta Patriótica, y el mismo carácter tuvimos en
la Unión Liberal Humanidad."
Dice Barroso en su
informe, complemento sobre los sucesos del día 1°, que a las dos de
la tarde del mismo día se dirigió al Palacio Municipal,
"habiendo dado orden a la policía para que, por los mismos
medios, disolviera los grupos sin llegar a hacer fuego, sino en caso muy remoto
de que los grupos hicieran fuego sobre ellos. Mandé cerrar las cantinas y
expendios de licores, y que se cumpliera esta orden con toda energía, y
mandé reforzar la guardia de la cárcel con otros diez
hombres", etc.
Hay que hacer
constar —habla Jesús González Monroy— que ninguno de
los huelguistas portaba armas; primero, porque así se les había
encarecido, si no se quería que la compañía y las
autoridades desvirtuaran los propósitos de la huelga y, segundo, porque
la población de Cananea había demostrado sobradamente ser
pacífica. Recuérdense los conceptos emitidos por Esteban B.
Calderón respecto a la índole del pueblo de Cananea en la
desventurada carta dirigida al Tte. Corl.
Ramírez".
La versión de González Monroy
Cedo la palabra a González Monroy:
"La primera autoridad de Cananea convertida en agente de
empleos de la compañía para demostrarle al gobernador que
cumplía con sus más altos deberes con el representante de la
sociedad...
"Natural era que el
Jefe de la Zona Militar, el general don Luis E. Torres, no se había
dormido ante los acontecimientos que se estaban desarrollando en Cananea. Y aun
cuando medrosamente se apareció en el mineral hasta el día
siguiente de haber terminado el conflicto, esto es, el día 3, no por eso
dejó de cooperar con eficacia en la represión de los
peticionarios, como lo demuestra el segundo mensaje que dirigió al
gobernador poco antes de la partida de este funcionario con rumbo al teatro de
los acontecimientos.
"Mientras se
cambiaban mensajes el presidente de la compañía y los citados
funcionarios del Gobierno Mexicano, planeando entre todos ellos la
supresión de la huelga y el severo castigo de los promotores, una columna
de huelguistas, en número de más de 1,500, se dirigió
serpenteando por entre lomas y cuestas hacia Ronquillo.
"A su paso por frente a Buenavista, camino allá,
abajo, se les unieron por lo menos otros 500 trabajadores, y a poco caminar como
200 más de la Concentradora de Metales, capitaneados por Plácido
Ríos.
"El paso de esta
tumultuosa manifestación tenía que ser por frente a la
Fundición, donde cerca de 1,000 hombres seguían atareados en sus
labores. Todo fue que unos cuantos comisionados les demandaran a gritos su
solidaridad al movimiento aquel, para que los trabajos empezaran a paralizarse y
para que los obreros, lanzando «hurras» a la huelga, se aprestaran a
engrosar las filas. Así de espontáneo fue este
movimiento.
"En más de una docena se podían calcular
las banderas mexicanas y los estandartes con diversas inscripciones alusivas,
desplegados por los huelguistas. Resaltaban los siguientes estandartes: uno, con
la siguiente inscripción: «CINCO PESOS, OCHO HORAS»; una
bandera grande, blanca, y una roja al frente de la columna.
"Cuando esta
columna de huelguistas, que parecía interminable, desfiló frente a
la tienda de raya y el edificio de las oficinas generales de la
compañía, todas las labores se paralizaron, y numerosos empleados,
reverentes unos y amedrentados los más, parecían hacerle guardia a
los manifestantes.
"Los «vivas» a la huelga y a México lo
mismo partían del seno de la manifestación que de los entusiastas
transeúntes.
"Ningún acto de violencia; ningún insulto
procaz; nada que denunciara inconsciencia o indisciplina en todos aquellos
trabajadores de tosca y sucia indumentaria, de manos y rostro oscurecidos por el
trabajo.
"Y el desfile seguía por el centro de El
Ronquillo. Era aquél el centro comercial, nacido de la actividad viril de
esforzados hombres de empresa. Mexicanos, árabes, griegos, chinos, de
todo había entre los comerciantes. Todos participando de la
alegría producida por aquel acto de redención obrera.
"Y continúa el desfile, cada vez más
imponente; por el número de obreros, por el entusiasmo, por el orden. Y
porque confiaban en la justicia de su causa y en la honestidad de sus
procedimientos, su optimismo parecía saturar el ambiente. Jamás se
imaginaron que se encontraban a unos cuantos minutos del principio de la
tragedia.
"La columna, en orden perfecto, cruzaba la Mesa Norte
por las calles de Chihuahua, iba rumbo a la maderería, donde numerosos
trabajadores mexicanos prestaban sus servicios a la misma
compañía, inconformes, la mayoría de ellos, por la forma
humillante en que eran tratados por el gerente del departamento.
"Tras la
manifestación, pero a respetable distancia, dos automóviles,
tripulados por 30 americanos provistos de magníficos rifles, escoltaban a
Mr. Greene y a Mr. Dwight, alto empleado de la compañía, que
seguían con toda atención el desarrollo de los
acontecimientos.
"Los manifestantes hicieron alto al llegar a la
maderería; los que iban a la cabeza empezaron a llamar a gritos a los
trabajadores, a los que se les había cerrado el portón para
impedir que se unieran a los huelguistas. Jorge A. Metcalf había recibido
aviso, por teléfono, dado por Greene o por alguno de los altos jefes de
la empresa —seguramente con las instrucciones del caso— sobre el
próximo arribo de aquéllos, y se había preparado
convenientemente para destruir, a todo trance, sus planes. Sin esperar a que los
huelguistas trataran de forzar la entrada a sus dominios, entre él y su
hermano William hicieron funcionar una de las poderosas mangueras de
presión —destinadas a apagar los incendios—, bañando a
numerosos huelguistas, inclusive las banderas que portaban.
"Se les acababa de
arrojar el guante y ahora no había más remedio para los
provocadores que atenerse a las consecuencias. Al forzar los huelguistas el
portón, varios disparos de rifle hechos por el gerente, Jorge A. Metcalf,
mataron a uno de sus compañeros e hirieron a varios
más.
"Uno de los huelguistas, con el fin de desalojar de su
parapeto a los agresores, le prendió fuego a la oficina, la que era de
madera. George saltó hacia afuera por una de las ventanas para ser
recibido a pedradas, una de las cuales lo hizo rodar por tierra con todo y arma
para ser rematado, con su propia arma.
"Ahora era William
el que vengaba a su hermano, allí muerto. Empezó a disparar su
rifle con certera puntería y fueron unos obreros de apellido Silva,
Ledezma y Amavisca, los que lo persiguieron y al darle alcance William
hirió en un brazo a Ledezma, pero al fin fue despojado de su arma y
muerto con ella misma. Mientras tanto el fuego se propagó
rápidamente al departamento de maderas, leña y forrajes. La
gigantesca pira formada por aquel enorme combustible, con valor no menor de
$250,000.00, iluminó el espacio en un área increíble,
siendo vista desde las poblaciones fronterizas de los dos Naco, donde la
impresión los hizo suponer que Cananea entera estaba siendo devorada por
el fuego."
La versión de León Díaz Cárdenas
Ahora habla León Díaz Cárdenas [∗]:
"Mientras esta
lucha se desarrollaba en el edificio y los almacenes de la maderería,
empezaban a levantarse llamas rojizas y espesas nubes de humo. El fuego se
hacía lenguas, como queriendo hablar... y hablaba, gritaba el coraje
proletario que, inerme, había destruido sin conmiseración la
riqueza que antes había fabricado.
"Fue ésta la señal de una lucha dura y
encarnizada.
"Los automóviles tripulados por Greene y Dwight,
ante el cariz que los acontecimientos tomaban, retrocedieron y premeditadamente
fueron a parapetarse cerca del Palacio Municipal.
"Los obreros,
llevando sus heridos y muertos a la cabeza, prosiguieron su
manifestación, que desde ese momento no fue pacífica, sino que
estaba animada de un coraje proletario sublimado, dirigiéndose al Palacio
Municipal, para demandar justicia.
"Ya se acercaba la manifestación a Palacio,
cuando una descarga cerrada de fusilería desde el cruzamiento de las
calles de Chihuahua y Tercera Este, abrió brechas sangrientas en la carne
proletaria. Seis personas cayeron muertas en el acto, entre ellas un niño
de apenas once años. La massacre fría y premeditada
empezaba... Los obreros, indignados, no podían repeler la
agresión. Inermes, contestaban a los disparos con maldiciones y con
piedras, trabándose una lucha desesperada y desigual.
"Mientras que
algunos obreros se parapetaban en las esquinas, otros se dirigieron a las casas
de empeño, las asaltaron y tomaron todos los rifles, pistolas y cartuchos
que a la mano encontraron.
"Ya armados, los obreros arremetieron furiosos contra
los empleados armados por la compañía, quienes, ante el empuje
vigoroso y decidido de sus rivales que ejecutaban un movimiento envolvente,
empezaron a retroceder con intenciones de parapetarse en las oficinas de la
empresa.
"Mientras tanto,
frente a Palacio, se amotinaba la gente pidiendo armas. No pedía
misericordia, ni protección; de antemano sabían que las
autoridades, aliadas con el capitalismo, no los defenderían, pero ellos
no lo necesitaban, solos podían bastarse.
"Un señor
Murrieta (¿Antonio?), que iba en un carro repartidor de leche abandonando
su carro corrió a la comandancia pidiendo armas para defender al pueblo
que estaba siendo miserablemente asesinado. Inmediatamente fue encerrado en la
cárcel por orden del licenciado Isidro Castañedo, ex juez de la
Instancia, quien a caballo, pistola en mano, recorría la plaza
echándose sobre los grupos huelguistas que se acercaban a Palacio
pidiendo armas.
"Así como
Murrieta, fueron encarcelados muchos ciudadanos, que sin ser obreros
huelguistas, indignados por el atropellamiento y la massacre al pueblo
inerme, protestaban enérgicamente contra los norteamericanos, quienes en
nada fueron molestados.
"Cerca de una hora
duró el encarnizado combate y se dio por terminado sólo porque los
cartuchos en las armas de los obreros se habían agotado. Los
trabajadores, con rabia impotente, se retiraron a una loma cercana.
"El número
de muertos en este segundo combate llegó a diez, ocho de los cuales eran
mexicanos. Los heridos eran más de diecisiete y su muerte era casi
inevitable. Los americanos habían usado balas dum-dum; prohibidas
en todos los ejércitos del mundo, por lo terrible de sus destrozos, ya
que toda bala que atraviesa el cuerpo o algún miembro, donde hace la
salida se lleva hueso y carne, dejando un agujero
enorme. "Así
terminó el primer día de lucha en las calles de
Cananea.
Fuente: "La huelga de
Cananea, Testimonio de Esteban Baca Calderón", publicado en "Las huelgas
de Cananea y Río Blanco" [Sayeg Helú J., 1980, Instituto Nacional
de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana,
México].
Instalaciones
industriales de la Cananea Consolidated Cooper Company, 1906
Mina de Cananea a
cielo abierto, privatizada por el gobierno federal y
operada por el Grupo Minero México, 2006
[∗] Escribió un
folleto sobre el movimiento de 1907, al que puso el título de La
huelga de Cananea.
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