Volumen 14, Número 277, enero 7 de 2014
 


El asalto a la nación. I. Privatización



El sueño fue acariciado largamente por el imperialismo. Cuando fueron expulsadas las compañías petroleras de México dijeron que volverían. Hoy, desde dentro y fuera del país, se acordó el regreso. No nada más, también se les entregan gratuitamente los recursos naturales energéticos, funciones estratégicas e infraestructura industrial. Mediante mentiras repetidas sistemáticamente se impuso la irracionalidad. El capital se apropiará de la riqueza y del patrimonio nacional. Las industrias energéticas cambiarán su régimen de propiedad, de ser nacionalizadas volverán a ser privadas, al Estado se le quita toda base nacional, la nación queda sometida al capital extranjero. Peña Nieto es un individuo lumpen burgués que gobierna para la acumulación privada de capital.



México, nación privatizada


El fascismo regresa con la irracionalidad

Fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial por el ejército rojo y pueblo de la URSS pero el fascismo no se fue en definitiva. Ha estado solapado por gobiernos y Estados, dentro de los mismos y de sus partidos políticos.

La irracionalidad es violenta, sea cruenta o incruenta y forma parte de los estratos socialmente lumpen. Para imponerse el capital explota la irracionalidad. Esta se manifiesta al margen de la conciencia, incluso, opuesta a la misma, y prospera en individuos proclives a la hostilidad, el miedo y el odio reprimidos. Por eso son manipulables por los centros de poder mundial.

Ocultos, los titiriteros diseñan los planes para destruir las conquistas del mundo. Desde la oscuridad atacan como asesinos silentes, valiéndose de virus malignos enquistados en la sociedad y utilizando los medios de poder.

La comunicación sigue siendo un arma poderosa que, en manos del capital, causa estragos mortales en las mentes, a las que no solo envenena sino paraliza, enajenando la voluntad.

Antes la radio, ahora la televisión e internet, son utilizados de manera fascistoide con el mismo formato lumpen: repetir una mentira hasta la saciedad.

El fascismo es uno de los mayores horrores que ha padecido la humanidad. Hoy no se vive al fascismo pero sí a diversas formas fascistoides que comparten el mismo objetivo: exterminar a la humanidad.

El capitalismo tiende a hacerse de consenso impositivamente, aún en niveles falsos de la percepción.

Lo que importa al capital son los resultados finales. En el discurso repite todo lo contrario a lo que pretende, dice una cosa y hace otra. La propaganda debe ser reiterativa y falsa.

Se trata de una guerra en la que se busca quitarle las defensas al contrario para luego aniquilarlo. Para ello, se ubica al individuo en el mundo de la seudoconcreción, tergiversando la historia, inhibiéndole la memoria, impidiéndole discernir y saturándolo con la misma mentira. Es el aniquilamiento antes de entrar en batalla.

Agobiados por los efectos de las persistentes crisis, la reacción del oponente es tardía. Mientras, los operadores del fascismo han usurpado a los demás y decidido en su nombre. “Por cuenta de la nación”, las transnacionales extraerán el petróleo que, estando en el subsuelo, ES de la nación, dijeron senadores y diputados.

Unos cuantos se erigen en “representantes” de la nación y deciden barbaridades. A la nación le otorgan la propiedad del subsuelo, donde los recursos carecen de valor de uso y de cambio. Es un derecho elevado al nivel de la demagogia.

El manejo de la mentira

“No es privatización”, “esa palabra nunca ha sido mencionada”. El script fue tan obvio que todos los funcionarios lo aprendieron de memoria y lo repitieron en todas las entrevistas. Negar lo que estaban haciendo fue la consigna. Privatizar es una fea palabra, la privatización había que hacerla pero sin mencionarla. El objetivo: lograrla.

Más que demencial es algo perverso, deliberadamente elaborado y aplicado.

A la repetición de la mentira, los medios internacionales le llaman “habilidad” del gobierno para lograr la privatización, término que no les disgusta. Saben de qué se trata pero lo encubren como a cualquier acto delictivo. Pero es la propiedad privada lo que anima a sus impulsos llenos de irracionalidad y odio.

Lo que determina a las clases sociales es su posición respecto a la propiedad de los medios de producción. El capital tiene su máxima en la propiedad privada.

El cambio en el régimen de propiedad y su afirmación es, entonces, el objetivo de cualquier reforma capitalista.

Borrosidad deliberada

El capital conduce a la política en términos primitivos y considera que es “el arte del engaño”. Entonces, engaña por los medios que sean, el fin justifica los medios.

Por otra parte, en el manejo de la imagen, se cuida de no alterar demasiado los sentimientos populares. Hablar de privatización es impopular, habida cuenta de los sucesivos fracasos de éstas y, más aún, en el caso energético.

El petróleo y la electricidad son sectores muy sensibles porque fueron conquistados por las masas. Eso significó un gran avance.

Para arrebatarlos, el capital y su gobierno ofertan bondades que exaltan el individualismo. Ahora, habrá precios y tarifas menores, bajarán las gasolinas, el gas y la electricidad. El beneficio se debe ver en el bolsillo, dicen.

De esta manera, ofrecen unos pocos pesos y centavos para los usuarios a cambio de miles de millones de dólares para las corporaciones. Finalmente, no habrá ninguna reducción para los primeros pero el patrimonio nacional ya se habrá entregado a las segundas.

Con esa “habilidad” es que se modificó regresivamente la Constitución política de México, sustituyéndola, precisamente, por lo opuesto: el cambio es en el régimen de propiedad. Las industrias petrolera y eléctrica, de ser nacionalizadas, es decir, de propiedad nacional, ahora volverán a ser privadas.

Caída del socialismo europeo

El objetivo central es el mismo en México o en Europa. Cuando cayó el socialismo en Europa oriental, no se habló de privatizar nada, todo el discurso se centró en la “democracia”. Incluso, se empezó hablando de un “socialismo con rostro humano”. El problema era el “comunismo”, fuente de antidemocracia y de todos los males.

Había algunas razones. Los procesos sociales habían sido desviados, la burocracia se había excedido, el malestar interno era muy fuerte y las propuesta muy limitadas. Pero existía igualdad social, intolerable para el capital.

Por eso, una vez infiltrado el movimiento, cayeron los gobiernos comunistas uno a uno, siendo sustituidos por personeros pagados por el capital. De inmediato constituyeron nuevas cámaras para formalizar el nuevo status.

Este cambio fue aparentemente de gobierno pero, esencialmente, fue en el régimen de propiedad. Todo lo que estaba bajo control del Estado pasó a los particulares, incluso, en el nivel de regalos. A quién más privatizaba le daban diplomas. Los nuevos gobiernos y diputados procedieron a enriquecerse cediendo al capital todo lo que no era suyo.

La transición no ocurrió de inmediato sino en un proceso, empezando por los sectores estratégicos, después todo lo demás. El capital extranjero se posesionó de lo principal. La industria, el comercio, los bancos y los servicios se hicieron privados en su totalidad. Hasta los planes de estudio universitarios cambiaron, empezando por la aplicación del derecho privado; en la economía todo se orientó hacia las privatizaciones.

Se puso mucha moneda en circulación y se ofertaron en el mercado innumerables mercancías superfluas. Hoy el concepto de nación existe solo de palabra, su patrimonio económico se perdió.

Ese cambio, desde luego, ni fue fortuito ni espontáneo, fue largamente preparado. El imperialismo no disparó ninguna bala, de todo se encargaron los “operadores” internos.

El fin de la historia

La historia terminó, dijeron los filósofos del capitalismo, se acabó el sueño comunista, triunfo el liberalismo. “Adiós a Lenin”, repitieron.

Lo mismo se dice en México. Se acabaron la Revolución, “los mitos”, los “tabúes”, vomitaron Peña Nieto y Beltrones.

¿A qué le llaman “mito”, “tabú”? A los hechos históricos recientes, a las conquistas sociales, al régimen de propiedad nacional.

¿Cómo ponerle fin? Muy sencillo, borrando lo que dice la Constitución y sustituyéndolo por lo inverso. Ahora debe afirmarse la propiedad privada, elevada a rango constitucional.

En todos los casos se trata de una contra revolución burguesa.

El nuevo régimen debe defenderse, cualquier alteración es sancionable. Afectar a propiedad privada es sinónimo de antidemocracia, atentado a la paz, que se castiga con el crimen sacralizado en nombre del “derecho”.

Todo debe ser rápido para olvidar la historia. A los verdugos convertidos en carniceros de la historia no les basta con matar al enemigo, hay de despedazarlo y olvidarlo.

Por eso, una vez destruida la Constitución hay que proceder con las leyes reglamentarias para profundizar el cambio. Que de lo anterior no quede huella para que jamás se recuerde.

Así el fin de la historia se proclama borrándola. En su lugar se escriben los decretos en vez de los hechos.

Ofensiva neoliberal

La propuesta del capital consiste en la reorganización económica a escala mundial con un solo objetivo: incrementar la acumulación de capital, en cuanto a la tasa y la masa del mismo.

Dos son los caminos para lograrlo, sean cruentos o incruentos. En el primer caso, por la vía de la intervención militar bajo cualquier pretexto. En el segundo, por la acción interna directa, asumiendo reformas “legales”. Al segundo caso le llaman “inteligente” porque se preparó con detallada antelación, infiltrando al propio aparato estatal y, “desde dentro” se aplican los diseños de fuera, de manera que, el cambio se hace “democráticamente”.

¿Cómo opera la traición? Mediante la corrupción, apoyada por la mediocridad y el lumpen de donde fueron reclutados los gobernantes en turno, individuos pequeños y traumados, descerebrados y carentes de perspectiva histórica, entrenados como sicarios.

Se trata de una operación lumpen de limpieza planetaria para descontaminar de socialismo todo lo que sea o parezca y restablecer las condiciones de injusticia y desigualdad social que permitan prosperar al capital.

Al Estado debe arrebatarse toda base nacional, dejarlo solo en su acepción clásica, como un aparato especializado en la coerción y la administración de la violencia. Hay que convertir a las sociedades en policíacas para dar certeza a los grandes inversionistas y asegurarles el asalto.

Las libertades ciudadanas deben limitarse hasta proscribirlas por la vía del espionaje, la criminalización y el miedo. El crimen es la otra cara de la propiedad privada. Para llevarlo a cabo, el capital sigue dos vías, una reforzando a sus cuerpos de coerción (militares y policíacos) y, otra, solapando a bandas criminales, ambas parte de la delincuencia organizada.

Secuestrar al mundo es el corolario. Callar es la obligación, doblegarse, postrarse es una opción que puede ser recompensada con poco dinero. Otra es enfrentar a la esclavitud con sus riesgos asociados. Desafiar a la propiedad privada implica socializarla. Por eso, atentar contra la propiedad privada es un crimen, según el capital.

Terminar con las conquistas sociales

En suma, se trata de terminar con las conquistas sociales de los pueblos y naciones, empezando por aquellas que tienen una base económica importante, especialmente, las de carácter estratégico, que implican mayor concentración de capital y de ganancia.

La base es económica pero no todo queda allí. Las repercusiones afectan a todas las esferas de la vida social.

El socialismo representó un camino nuevo y diferente, lo mismo los procesos nacionalistas aún siendo transitorios. Ambos tuvieron un acierto que representó indiscutibles avances: las nacionalizaciones, que significaron el cambio en la propiedad, haciéndola colectiva en vez de privada. Eso es lo que hay que evitar, ese es el objetivo del capital aunque no exista socialismo.

Privatizar todo para la acumulación de capital

Todo debe privatizarse: la energía, las telecomunicaciones, el agua, el viento, la vida misma.

Cuando Peña Nieto y demás niegan que lo que hacen sea privatización es porque su voluntad ha sido usurpada y previamente privatizada, fueron lobotomizados.

La privatización es la condición del capital para lograr una mayor acumulación y poder seguir revolucionándose.

El capital quiere desarrollar todo pero privado, para que unos cuantos tengan mucho y la mayoría poco o nada.

Mecanismos de la privatización

Hoy las privatizaciones no se refieren solo a la compra-venta de activos. Esa sería la forma convencional. Pero el capital ha desarrollado otras formas que conducen a lo mismo.

Los procesos de privatización incluyen diversos mecanismos, tales como:

Venta de activos.

Transferencia de funciones y adquisición de nueva infraestructura privada.

Regulación que significa darle forma jurídica a las decisiones políticas.

Comercialización privada.

Obtención de ganancias privadas.

El capital utiliza todas las modalidades al alcance. Lo que importa es apropiarse de la propiedad, directa o indirectamente. En el caso energético de México, la reforma constitucional implica transferir las funciones estratégicas a caro del Estado a los particulares, así como los recursos naturales, incluyendo la comercialización de los mismos y su procesamiento a través de infraestructura industrial de propiedad privada.

Es una privatización no convencional pero más agresiva y generalizada. En materia petrolera y eléctrica el objetivo es la realización de todas las fases que constituyen a los procesos de trabajo.

El desencanto social

El cambio en el régimen de propiedad energética en México fue incruento pero violento y deja mortalmente herida a la nación, con una sensación de indefensión ante la irracionalidad. Eso lo que espera el capital, que a la privatización sobre venga el desencanto social.

El capital omite la existencia y presencia de la lucha de clases. Privilegia solo la relación política de fuerzas inmediata que por ahora le favorece.

Pero la lucha de clases no ha terminado ni terminará, en tanto la presencia de la fuerza natural (representada por el trabajo) y la fuerza social (representada por el capital) estén vigentes y confrontadas entre sí.

La privatización no es una moda e implica desfavorablemente a toda la vida social; tampoco es el destino inevitable de la humanidad.

Por supuesto, superar la actual situación calamitosa va más allá de una simple aspiración ética. Se requieren condiciones sociales apropiadas que debemos desarrollar con método, a partir de las experiencias y conocimiento acumulados.


Ref: 2014, elektron 14 (4) 1-4, 2 enero 2014, FTE de México.





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