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Volumen 9, Número 140, octubre 7 de 2009 www.wftucentral.org
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2- Cosmogonía maya

2.1 Mitos de la creación

En Mesoamérica, los mitos de la creación tienen diferencias y similitudes entre las diversas culturas si bien hay una “cierta homogeneidad subyacente”. Según el «Códice Vindobonensis», p.37, en Mesoamérica el árbol fue un símbolo fundamental del eje del mundo, punto de encuentro entre los planos del cosmos y lugar de origen del género humano.

Los mitos de los orígenes “son aquellos que versan sobre la creación, aparición o restauración del mundo, los cuerpos celestes, los seres humanos, los animales, las plantas y aquello que en particular constituye el sustento de hombres y mujeres” (León-Portilla 2002).

Los mitos relacionados con el maíz contienen principios esenciales que son comunes a las culturas mesoamericanas. Tal es el caso del Tablero de la Cruz Foliada de Palenque.

En los mitos mesoamericanos hay un principio dual, origen de cuanto existe. En el «Códice Trocortesiano», p.75-76 los mayas yucatecos representan a la suprema pareja con los nombres de Ixchel, “la que yace” e Itzamá, “casa de la iguana”, madre y padre de todos los dioses.

“Fue esa suprema pareja la que, a través de otros dioses, sus hijos, actúo en las varias edades cósmicas hasta llegar a la actual”. De la sucesión de esos soles o edades dan testimonio el «Popol Vuh», algunos textos del «Chilam Balam», la «Leyenda de los Soles» y el «Códice Vaticano A», así como, diversos monumentos, entre ellos, la mexica «Piedra del Sol».

En cuanto al origen del tiempo, sus medidas y cómputo calendárico, los mayas consideraban que Itzamá inventó el calendario.

León Portilla (2002) indica que “en todo el ámbito Mesoamericano el tiempo, computado con extremado rigor en función de sus sistemas calendáricos, se concibe como portador de presencias de dioses y de destinos favorables o indiferentes”.

“Los mayas concebían su universo poblado de presencias de dioses actuantes en los distintos rumbos cósmicos y en las regiones celestes e inferiores. Esa ininterrumpida actuación de los dioses no ocurre al azar, sino con una precisión matemática expresada en los cómputos calendáricos”.

En la Estela 5 de Itzapa, Chiapas, se aprecian las imágenes de un árbol cósmico y la pareja divina. Este monumento pertenece al Preclásico Tardío (200 – 1 a.C.).

En cuanto al origen de la cultura, el «Códice Florentino» se refiere a Quetzalcóatl como el creador por excelencia de todas las artes, sabio que conocía y declaraba los movimientos de los astros e inventor del calendario. Los mayas de Yucatán reconocieron a Quetzalcóatl como Kukulcán y los quichés le llamaron Gucumatz.

2.2 Universo maya

En el Mural de San Bartolo, Guatemala,, y en otros textos posteriores, el mundo es representado con 13 niveles de cielo y 9 en el inframundo, o Xibalbá, unidos por una Ceiba verde, que representa a la tierra, y en cada punto cardinal, un árbol con diferentes colores (Mayas 2009). Para los mayas el universo era un cuadrado plano, delimitado por un caimán (o lagarto) cuyo cuerpo estaba cubierto de símbolos planetarios, con forma interna piramidal. Dentro del cuadrado se ubican los tres niveles cósmicos: el Cielo (Caan), la Tierra (Caab) y el inframundo (Xibalba). Del centro de la Tierra nace una gran Ceiba, cuyo tronco y ramas sostienen el cielo y cuyas raíces penetran en el inframundo.

Cada una de las esquinas del cuadrado que se ubica sobre el lomo del lagarto, representa un punto cardinal, y a cada uno se le asigna un color. Al Norte le corresponde el blanco; al Sur, el amarillo; al Este el rojo; y, al Oeste, el negro. Un quinto punto cardinal es el Centro al que se le asigna el color verde.

Exactamente en los cuatro ángulos del cuadrado, habita un Bacab o dios cargador, cuya misión es sostener con las manos en alto una parte del universo.

El cielo y la tierra han sido descritos por Davis (2005). El Chilam Balam (2007) hace referencia al cuadrado del mundo.

“Cuando el mundo fue creado, se puso un pilar en el cielo. . . que era el árbol blanco, de la abundancia al norte, después, el árbol negro de la abundancia fue puesto al oeste. . . .Después, el árbol rojo de la abundancia fue puesto al este. . . Después el árbol amarillo de la abundancia fue puesto en el sur. . . Después el gran árbol verde (Ceiba) de la abundancia fue puesto en el centro”.

En una imagen de la visión cósmica de los mayas, se representa al Yaxché (Ceiba), y los 4 Bacab en las esquinas deteniendo la tierra y cada uno de los 13 niveles de Caan (cielo) tiene su Oxlahuntikú o dios, con Hunab’Kú (padre de los gemelos y dios del Maíz) en el tope. La tierra (Cab) representada como un caimán, con sus Tzultacah o dios (se desconoce el número), y Xibalbá o inframundo con nueve niveles y sus dioses o Bolon Ti Kún siendo Ah Puch, el dios de la muerte en el último nivel.

Los mayas consideraban que el universo está formado por tres grandes extensiones: el cielo, la tierra y el mundo inferior (De la Garza 2009).

El cielo se divide en trece estratos horizontales, de donde la forma de la pirámide en escalera, como lo sugiere Thompson (1970), lo cual es verosímil, puesto que las construcciones piramidales que sostienen los templos representan las montañas sagradas, pero ante todo, simbolizan el espacio celeste cuya última plataforma lleva a la divinidad suprema.

Correlativamente, el inframundo está representado igualmente por una pirámide, pero de nueve estratos y a veces invertida. La tierra era imaginada como una plancha plana, cuadrangular, dividida en cuatro sectores, cada uno de ellos teniendo como símbolo un color, con un árbol (Ceiba) sobre el cual se posa un pájaro, una especie de maíz y de judía. Los árboles sostienen el cielo al lado de las divinidades antropomórficas, denominadas Bacabes por el «Chilam Balam» de Chumayel.

Los mitos mayas hablan también de una gran Ceiba verde dispuesta en el centro del universo, la "Gran Madre Ceiba", que atraviesa los tres planos. Esta imagen del Árbol Cósmico, situado en el centro del mundo, es una de las más comunes del simbolismo universal del centro.

La concepción de la cuaternidad terrestre, que encontramos muy claramente en la cosmología maya, parece resultar de la observación del fenómeno natural de la salida y puesta del Sol sobre la línea donde el cielo y la tierra se unen, en el vasto ciclo anual del astro. Esto ha determinado las cuatro extensiones de la tierra, los puntos cardinales, como cuatro direcciones que se unen en la cuaternidad del espacio y del tiempo.

Otros dos puntos parecen importantes en la cosmología maya: el más alto en el centro del cielo, el Zenit, y el más bajo en el centro del inframundo, el Nadir. Las dimensiones cósmicas serían pues en número de siete incluyendo en ellas la del centro del mundo.

De la Garza (2009) señala que, en el pensamiento maya el espacio terrestre no se concibe sin el tiempo, y ambos están determinados por el ciclo solar. Por los cuatro sectores y los tres niveles cósmicos "caminaban" los cuatro "Portadores del año", como se les llamaba en el calendario ritual de 260 días, comunicando el movimiento ordenado al espacio e impregnando de sus influencias positivas o negativas a todos los seres.

Numerosos centros ceremoniales del Período Clásico expresan estas ideas cosmológicas. Uno de los símbolos mayas más notables de la cuaternidad cósmica y del axis mundi es la cruz que se encuentra en numerosas obras clásicas, en Palenque en la losa del Templo de las Inscripciones, el Templo de la Cruz y el Templo de la Cruz Foliada, así como en los dinteles 2 y 5 de Yaxchilán. Aquí se encuentra una pirámide de nueve niveles (Templo de las Inscripciones), que simboliza el inframundo (aunque no sea invertida) y otra de trece niveles (Templo del Sol), que representa el cielo, lo que prueba que la estructura cósmica se concebía en forma piramidal

2.3 Popol Vuh

La llamada cosmogonía maya está descrita en textos escritos en la época colonial con caracteres latinos. Las principales fuentes son «Popol Vuh» de los quichés, el «Memorial de Sololá» de los cakchiqueles y los «Libros del Chilam Balam» de los mayas de Yucatán.

De la Garza (2002) considera que el mito cosmogónico surge como una historia sagrada, como el relato del primer acontecimiento que tuvo lugar en un “tiempo estático” primordial, cuyos principales protagonistas son los dioses. La narración, oral o escrita, expresa una vivencia esencialmente emocional y valorativa del mundo, que solo es posible comunicar a través de imágenes simbólicas. El mito cosmogónico es, también, una historia viva, siempre actual.

“La cosmogonía maya habla de una sucesión de ciclos o eras cósmicas determinadas por las deidades creadoras, según el orden de la temporalidad cíclica. En este proceso aparecen progresivamente los elementos, los animales, las plantas y los astros, mientras que el hombre, como parte central del proceso, sufre una evolución cualitativa que lo lleva a constituirse en el ser que los dioses necesitan para subsistir”.

El «Popol Vuh» narra el origen de los pueblos quichés. Allí se dice que, “al principio todo estaba en suspenso porque toda la existencia del cielo estaba vacía ... Todo estaba en silencio y solamente el mar estaba allí, quieto en la oscuridad”. Los dioses creadores “Tepew y Gucumatz estaban sobre las aguas, rodeados de luz y cubiertos con plumas verdes y azules”
(Montejo 2008).

Tepew y Gukumatz, “sabios y grandes pensadores, porque eran los ayudantes de Corazón de Cielo que es el nombre de Dios”, se reunieron y juntaron sus palabras y sus pensamientos. Entonces, decidieron crear los árboles y los bejucos, crearon las plantas de la oscuridad y dieron vida al ser humano.

“¡Que se llene el vacío! ¡Que las aguas se retiren y que surja la tierra! ¡Que amanezca y que haya claridad en el cielo y sobre la tierra! ¡No, nuestra creación no estará completa mientras no exista la criatura humana sobre la tierra! Esto es lo que dijeron”.

Después, se abocaron a la formación del hombre en diversas etapas de creación-destrucción. Primero, hicieron hombres de barro que no adquirieron vida y fueron destruidos por un diluvio. Después, los hicieron de madera pero esos hombres no fueron concientes y no pudieron cumplir con la finalidad de los dioses, por lo que fueron convertidos en monos y su mundo desapareció bajo una lluvia de resinas ardientes.

Finalmente, con ayuda de algunos animales, dieron con una materia sagrada: el maíz y, con este, formaron un hombre que reconocía a los dioses y asumió su misión sobre la tierra. Los primeros hombres fueron cuatro. Como conocían todo lo existente, Corazón de Cielo echó un vaho sobre los ojos para que vieran solo lo inmediato. Luego crearon a cuatro mujeres.

En las diferentes etapas de la creación aparecen diferentes soles que, también, son imperfectos y fueron destruidos. Los héroes del mito son personajes que bajan al inframundo y participan del juego de pelota con los dioses de la muerte, mueren y resucitan, para después subir al cielo convertidos en el Sol y la Luna.

2.4 Chilam Balam

Existen el «Libro del Chilam Balam» de origen yucateco, el «Libro del Chilám Balam, de Chumayel», y el «Libro del Chilam Balam, de Tzimín», en donde se relatan las migraciones del pueblo maya. También los «Anales de Cakchiquel», que fueron escritos en 1605, en la lengua cakchiquel.

El «Libro del Chilam Balam, de Chumayel», es un libro que recoge cancines, profecías, calendarios y tradiciones orales de la historia maya, entre ellas la llegada de los españoles a América.


“- Entristezcámonos porque vinieron,

“porque llegaron los grandes

“amontonadores de piedras!

“Esto es lo que vendrá: poder de esclavizar,

“hombres esclavos han de hacerse,

“esclavitud que llegará aun a los jefes del trono...

“Será su final por la obra de la palabra de Dios".

“- Perdida será la ciencia,

perdida será la sabiduría verdadera".


En el «Chilam Balam» se describe un mito cosmogónico similar al «Popol Vuh». Destaca la conocida como «Serie de los Katunes» o «Cuenta de los Katunes». Un katun equivale a 20 tunes, dando como resultado 7.200 días. La llamada «Cuenta de los Katunes» se organiza en periodos o ciclos de katunes y refleja la visión cíclica del tiempo, típica del pueblo maya. En esta «Serie de los Katunes» los mayas describen una cronología.

También se describe la medida del tiempo, así como, relatos de contenido profético. Las profecías se refieren en su mayor parte al retorno del dios Kukulcán, el Quetzalcóatl azteca, pero posteriormente, con la llegada de los españoles, fueron modificadas para que las predicciones coincidieran con el arribo de los conquistadores.

2.5 Registros del mito

Además de los textos escritos existen registros en inscripciones jeroglíficas, relieves y cerámica mayas del Período Clásico, así como, algunos códices.

Según Freidel y Schele (1993), en la lectura de tres textos de Cobá, Quintana Roo, se asienta que el mundo actual fue creado en 13.0.0.0.0., es decir, el día 4 Ahau, 8 Cumkú. La misma fecha se encontró en la Estela C de Quirigúa, Guatemala. Esa inscripción se ha interpretado como el nacimiento del mundo actual, lo cual indicaría un mundo exageradamente joven.

Otra interpretación podría relacionarse con el inicio de la actual era, es decir, la del Quinto Sol, que correspondería a un ciclo de tiempo. La fecha inicial varía según los diversos autores pero la mejor correlación indica que la fecha inicial corresponde al 25 de agosto del año 3113 a.C.

En el Templo de la Cruz de Palenque también está el mito cosmogónico. Allí, se indica que la creación se inicia con el nacimiento del primer padre (Hu-Nal-Ye), el dios del maíz, el 16 de junio de 3122 a.C., que después se convirtió en el “Cielo” y se posó sobre el árbol eje del mundo. La primera madre nacería el 5 de febrero de 3112 a.C. (De la Garza 2002).

En el Tablero se observa la cruz eje del mundo, como la esquematización de un árbol, formada por dos serpientes bicéfalas y apoyadas en una variante del dragón, dios supremo celeste, con cuerpo de la llamada “banda astral”, formada por glifos de los astros y que representa a la Vía Láctea. La pareja creadora sería el propio dragón que se identifica con Itzamá y Gucumatz.

La página 74 del Códice de Dresde representa uno de los diluvios cósmicos que acabaron con los mundos anteriores al actual.

2.6 La Serpiente Emplumada

La serpiente tiene una amplia presencia en los mitos mesoamericanos asociada con el ámbito terrestre, el inframundo y la renovación de la vegetación. Se le consideraba el ser que conduce a los humanos por diferentes sitios del cosmos y como ordenador del tiempo y del calendario. Estaba relacionado con la tierra y sus frutos, los orígenes y los destinos, la legitimidad y el poder, la luz y los colores.

En la serpiente emplumada se mezcla una criatura del cielo (el ave) y una de la tierra (la serpiente). Apareció en Teotihuacan a principios del período Clásico como un ser al que se unieron los dominios celeste y terrestre. A fines de ese período, adquirió rasgos humanos. Quetzalcóatl era a un tiempo un ser con el que se relacionan seres históricos, protagonista de mitos de creación, patrono del gobierno y deidad con diversas advocaciones, las más significativas eran la de dios del viento (Ehécatl) o la de Venus (Tlahuizcalpantecuhtli), la “estrella” matutina y vespertina.

Quetzalcóatl es el dios capaz de arrancar las ocultas riquezas del mundo subterráneo, principalmente el maíz, sustento esencial de los humanos. También surca el cielo cuando viaja sobre las nubes generadoras de lluvia para la germinación de plantas comestibles. “Con frecuencia, este dios se conduce desde las ocultas profundidades hasta la superficie terrestre, en un movimiento serpentino y continuo, habilidad que lo relaciona con el movimiento giratorio que extrae las fuerzas generativas de la vegetación, pues también es el dios del viento que barre los caminos y precede la llegada de las lluvias, a la vez que fertiliza los campos de cultivo” (Castellón 2002). El caracol cortado, “joya del viento” es la insignia que identifica a la serpiente emplumada como divinidad que domina el viento o remolino previo a la llegada de las lluvias.

También, “es el dios que trajo a la tierra la luz y los distintos colores que se manifiestan en el maíz, en las aves de pluma rica, en las piedras preciosas, en los árboles y en las distintas direcciones del mundo de los vivos. Como dueña de los reflejos iridiscentes, la serpiente está directamente relacionada con el rayo y el fuego, como fuerza creadora de la vida”.

A Quetzalcóatl se le considera como el creador de las cosas del mundo que posee la facultad de desplazarse con movimientos serpentinos entre los distintos niveles del cosmos. Al moverse entre distintos planos del universo, Quetzalcóatl se fragmenta continuamente. Es el creador de los sonidos y silbidos melodioso que produce con el movimiento de sus plumas. Es el que prepara el camino del Sol por ello se le identificó con Venus. Igualmente es el dueño del movimiento y la ubicuidad.

La serpiente emplumada pertenece a los cuatro rumbos del universo y se considera la creadora del calendario u orden temporal. Los mayas y mexicas concibieron a la serpiente sagrada como el ser múltiple que envolvía el mundo y le daba orden y coherencia a todo lo que existía en su interior (Castellón 2002). Son muchas las figuras que personificaron a la serpiente emplumada. En ellas, se menciona a Gucumatz y a Kukulcán.

La serpiente emplumada se observa en los murales y pirámides de Teotihuacan y los relieves de Xochicalco. En Chichén-Itzá está en el relieve del Templo Inferior de los Jaguares y en las columnas del Templo de los Guerreros.

Los conflictos terrenales y cósmicos se despliegan en los relatos de Ce Acatl Topilzin Quetzalcóatl, cuya trama se desarrolla en la legendaria Tula, soberano contradictorio y síntesis de los opuestos.

En los «Anales de Cuauhtitlan» se cuenta la historia de Quetzalcóatl (Ramírez 2002). En el relato se narra la caída de Quetzalcóal, en su versión del gobernante de Tula, quien sucumbe a las trampas de Tezcatlipoca para perder las virtudes de abstinencia y castidad. La embriaguez y concupiscencia de Quetzalcóatl marcaron el inicio del derrumbe de Tula. Quetzalcóalt huyó a Tlillan Tlapallan, llegó hasta el mar, partió hacia el Este y prometió volver.

En el «Códice Florentino», lib. III, f.10r, se dice que, después que los hechiceros Ihuimécatl y Toltécatl embriagaron con pulque a Quetzalcóatl, éste “hacía penitencia punzando sus piernas y sacando la sangre con que manchaba y ensangrentaba las puntas de maguey”. Fue entonces que se marchó a buscar el Tlillan Tlapallan, la tierra del color negro y rojo.

En los «Anales» se dice que, “cuando Quetzalcóatl llegó a la orilla de las aguas celestes, se irguió, lloró, tomó sus atavíos, se puso sus insignias de plumas, entonces se prendió fuego a sí mismo, se quemó, se entregó al fuego ... Y cuando terminó ya de quemarse, hacia lo alto vieron salir su corazón y, como se sabía, entró en lo más alto del cielo. Así lo dicen los ancianos: se convirtió en estrella, en la estrella que brilla en el alba”.

La última vez que se vio a Quetzalcóatl en Tula fue en 987 d.C. Ese mismo año, apareció en Chichén-Itzá con el nombre de Kukulcán.


Quetzalcóatl. Códice Florentino, sumario, f.10v; lib.III, f.22r


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